Él no era ningún héroe. Era el
Elegido. El hijo anónimo de un dios anónimo, traído al mundo y olvidado, criado
en el monasterio, entrenado en la academia, instruido en las artes como en el
vicio, prodigio de la espada y la palabra; la futura única esperanza de un
trozo de tierra que ya había perdido hasta la desesperación.
Pero no era ningún héroe. Aun.
Era mediodía cuando Asdasdas llegó
a la aldea de Floran. El sol se reflejaba en los campos de trigo como sobre un
mar de cobre. El aire polvoriento que respiraba arrasaba su garganta árida tras
once días sin beber. No parecía importarle. Como tampoco le había importado
atravesar el bosque y la llanura sólo, descalzo y sin armadura, equipado solo
con un escudo de cuero y una daga oxidada. No llevaba un arco pero en su carcaj
había tres flechas. Esto, junto a las cinco monedas de oro y un anillo de plata
otrora pertenecientes a su antiguo compañero de cuarto, componía la totalidad
de su patrimonio en el planeta.
Pero esto no le preocupaba, así como
tampoco le preocupaban la misteriosa desaparición de su viejo mentor, su
destierro del pueblo que lo vio crecer o la profecía que aquella gitana intentó
transmitirle mientras se adentraba en tierras desconocidas. Él no necesitaba nada
de eso. Su motivación debía ser mucho más grande.
Se acercó hacia el aljibe, punto
neurálgico de la aldea. Un viejo granjero trabajado por la vida rústica estaba
sentado en la circunferencia de piedra. Parecía llamar al muchacho con la
mirada.
— Un forastero… —comenzó el granjero
cuando el joven lo inquirió—. No se ven muchos de esos por aquí. Nada que hacer
en Floran, y menos ahora. Has llegado en un mal momento.
— ¿Por qué dices eso, anciano?
—preguntó Asdasdas.
— ¡Ah, los días de prosperidad han
quedado en el pasado! Lo que hoy-
— Cuéntame la historia de tu pueblo
—interrumpió el joven.
— Bueno, el primer recuerdo de mi
infancia-
“Entonces cultivábamos todo tipo de
vegetales. Mi madre se especializaba en las berenje-
“Hasta aquel nefasto día-
“La sequía nos-
“El druida jamás se volvió a ver,
pero su maldición perdura hasta hoy.
— Adios —dijo Asdasdas.
Se alejó unos metros, luego volvió.
— Tú de vuelta, joven guerrero.
¿Cómo han ido tus viajes? —preguntó el granjero.
— Yo podría ayudar a deshacer la maldición
—exclamó Asdasdas.
— ¡Ah, bendito seas, hijo de un dios!
Para poner fin a nuestro tormento tienes que desandar los pasos del druida. Lo
primero que deberás hacer es-
“En el sótano encontrarás la entrada
a las-
“Pero no temas. El demonio es
vulnerable a-
“Cuando tengas la poción, habla con
Anna, mi mujer. La encontrarás en la taberna.
— El futuro de tu pueblo está en
buenas manos —dijo Asdasdas.
Luego se acercó un poco más al
anciano y le cortó la garganta con la daga. Inspeccionó el cadáver y encontró
dos monedas de oro, tres flechas y una daga oxidada. Guardó el botín en su
morral.
Siguió revisando la aldea y no tardó
en dar con una vivienda precaría. Dos habitaciones construidas enteramente en
madera, con unos pocos muebles de madera también. Dentro se encontraba un joven
matrimonio de aldeanos; el marido de pie frente a la única ventana, la mujer de
pie frente a un viejo ropero. El joven guerrero se acercó al hombre.
— Nuestro pueblo está maldito
—exclamó el aldeano—. Ese testarudo de Mort no quiere escuchar razones.
Debemos-
— Adiós —dijo Asdasdas.
Comenzó a abrir los cajones uno por
uno y hurtar todo lo que en ellos encontraba. Ante esto el matrimonio
permaneció inmutable. Por demás, no encontró cosas de gran valor: algunas
piezas de oro, flechas, camisas y pantalones gastados y un viejo pergamino que contenía
las instrucciones para lanzar el hechizo “invocar muerto viviente menor”.
Terminada la inspección, volvió con
el dueño de casa.
Nuestro pueblo está maldito —aseveró—.
Ese testarudo de Mort no quiere escuchar razones. Debemos irnos de este lugar
lo antes posible.
— Adiós —dijo Asdasdas.
Caminó hacia la cocina. Extrajo de
su morral el pergamino que acababa de robar. Lo leyó en un abrir y cerrar de
ojos. Cuando quiso darse cuenta, el pergamino había desaparecido y se sentía
capaz de recitar de memoria el hechizo “invocar muerto viviente menor”. Hizo un
movimiento circular con los brazos y de sus manos brotó un denso humo púrpura.
Se oyó un murmullo gutural y en el piso de la cocina se dibujó un pentáculo de
luz brillante con runas arcanas en la circunferencia. Desde el círculo de luz
emergió un esqueleto humano, en toda apariencia animado y beligerante.
El hombre y la mujer reaccionaron
ante esta visión y acudieron inmediatamente a darle puñetazos al esqueleto, que
no tardó en desvanecerse en una pila de cenizas. Acto seguido, fueron a atacar
al joven guerrero. Éste decidió no corresponderles y optó por salir de la casa,
eludiendo golpes de puño en el camino. Cerró la puerta a sus espaldas, esperó
un segundo, dio media vuelta y volvió a entrar.
Allí estaba de nuevo el matrimonio;
él de pie frente a la ventana, ella frente al ropero.
Asdasdas consideró oportuno sacarse
los harapos que llevaba puestos —los cuales traía desde su injusto aprisionamiento
y posterior destierro de su pueblo natal— y ponerse en su lugar una de las
camisas y pantalones gastados que hacía instantes había hurtado. Inmediatamente
se sintió más fuerte y resistente al dolor. Aprovechó que tenía el morral
abierto y vertió todo su contenido al suelo. Retuvo solo el oro, creyendo que
podría serle útil.
Se acercó hacia el dueño de casa.
— Nuestro pueblo está maldito —dijo
el hombre—. Ese testarudo de Mort-
— Adiós —dijo Asdasdas.
Sin ningún tipo de reparo se
posicionó a espaldas del dueño de casa e intentó hurtarle la bolsa que llevaba
atada al cinturón. Falló. El hombre dio media vuelta y sin mediar palabra
comenzó a atacarlo. La esposa emuló al marido y también acudió a golpear al
guerrero.
Asdasdas desenvainó de nuevo su daga
oxidada y la clavó en el corazón de la mujer. Al marido tuvo que apuñalarlo
varias veces.
Al revisar los cuerpos halló tres
flechas y un anillo de plata en la mujer, y tres flechas y un frasco de vidrio
oscuro etiquetado “poción de restauración druídica: fuente de agua” en el
hombre. Tomó el anillo, dejó la poción y las flechas y salió de la casa.
Caminó sin rumbo por varios minutos,
revisando barriles y cajones destartalados a su paso. El sol seguía fuerte y no
había mucho para hacer afuera, por lo que no tardó en visitar la taberna. Hacía
once días que no comía ni bebía nada; pensó que bien podría invertir algunas
monedas de oro en un buen almuerzo.
La taberna definitivamente parecía
más grande por dentro que por fuera. Una mesa muy larga en la mitad del recinto
daba asilo a unos ocho comensales, todos con la misma ropa de granjero
cubierta de polvo y remiendos.
Paredes de madera decoradas con
ruedas de carreta y varias armas de metal herrumbroso. De una de las vigas del
techo pendían lámparas de aceite, posiblemente grasientas al tacto y sucias de
tierra y sebo.
Sobre el fondo se adivinaban unas
pequeñas habitaciones que funcionarían como cocina, bodega y dormitorio para
huéspedes. Más adelante estaba la barra, eterno lugar de vigilia de Anna, la
dueña del establecimiento.
Asdasdas caminó hacia ella.
Consideró la posibilidad de robarle, pero el gran número de parroquianos lo
intimidaba. Volcados sobre la mesa, la mayoría se contentaba con dar sorbos a
su bebida y lanzar comentarios esporádicos sobre la repentina sequía que
asolaba al pueblo.
— Un forastero… No se ven muchos de
esos por aquí… —dijo Anna—. No es el mejor momento para visitar Flo-
— He venido a ayudar —aclaró
Asdasdas.
— Si estás buscando trabajo puedes
dirigirte a mi esposo. Lo encontrarás en-
— No quiero tener nada que ver con
este pueblo de sucios campesinos.
— Pues apúrate a terminar tus
asuntos y lárgate de aquí entonces.
— Muéstreme qué tiene a la venta,
por favor —pidió amablemente Asdasdas.
La cantinera le mostró el menú.
Asdasdas extrajo de su morral las diecinueve piezas de oro que tenía y ordenó
diecinueve botellas de vino. En cuestión de segundos bebió una botella del pico
—lo cual lo hizo sentirse aun más resistente al dolor, pero a la vez un poco
menos ágil. Guardó las otras dieciocho y procedió a retirarse en silencio.
Al salir sintió que el sol quemaba
menos. La tierra seguía dorada y la brisa arrastraba aun partículas de polvo.
Todo estaba bien en Floran.
Caminó sin rumbo por los campos
de trigo, bebiendo otra botella del pico, con la repentina e íntima seguridad
de saberse un poco más fuerte y un poco más sabio que a principio del día. Todo
estaba bien en Floran.
1 comentario:
Quemando el Elder of Scrolls, por lo que veo ;)
Saludos!!
B.
Publicar un comentario