29 de noviembre de 2013

Hikari no Shitashi - Capítulo 5



Hay algo trágico en cada culo hermoso que te cruzás por la calle, y la mayoría lo ignora. Vas por la vida tranquilo, preocupándote por tus propios asuntos, el estudio, el dinero, tu mujer. Y de repente se te cruza un culo escultural. Uno de esos culos que sobrepasa toda definición establecida e impone una categoría en sí mismo. Estoy hablando de belleza en estado puro, sintetizada en carne, piel, grasa, hueso; un culo que es mucho más que la suma de sus partes. Un culo que se completa cuando vos lo mirás. El culo perfecto, impoluto, eternizado en esas dos o tres cuadras que podés seguirlo, con tu mirada siempre clavada en él, hasta que invariablemente dobla la esquina y lo perdés para siempre. El culo se va, y lleva tras de sí tus esperanzas y sueños de felicidad. El culo te deja en la más desnuda miseria existencial; te abandona a tu suerte en plena vía pública, a merced de otros culos inferiores, aborreciblemente accesibles (y con qué vergüenza, con qué dolor accedés a ellos). Aquel culo eterno, imperecedero, que te cruzaste en la calle aquel día marca un hito en tu existencia, un punto de inflexión del que no podés escapar. Forma el parámetro bajo el que medirás a todos los demás culos, y te condena de por vida a su ausencia y a su recuerdo y al absurdo dolor de no poder tener lo que se quiere o de no querer lo que se tiene o vaya uno a saber que hijaputez tan poco digna de un culo angelical y más cercana a la injuria del peor de los enemigos.
El culo perfecto ha logrado su cometido. Era él quien te buscaba. Era él quien te miraba a vos.


Shitaro:
“Laaa puta. Qué buenos culos que hay en Shibuya, che.”

Sentado en el banco de una plaza viendo al mundo pasar. Deambulan las supermodelos frente a mis ojos, apuradas por llegar a la escuela, deteniéndose a contemplar la ropa interior que lucen los maniquíes en las vidrieras, manchando sus enormes senos con el helado que con tanta pasión disfrutan sorber. Caminan de acá para allá, llevando su alegre uniformidad hipersexual de un lado a otro.

Aki:
“Ya ve porqué nos unimos al club de periodismo, sempai.”

Mal acompañado, sí. Desde hace varios días. ¿Qué puedo decir? Uno se cansa de hablar solo.

Shitaro:
“No sé qué tendrá que ver el periodismo con andar mirando culos, pero ok.”
Aki:
“¡¿Que qué tiene que ver?! ¡Tiene todo que ver! Los periodistas tenemos la obligación de buscar la verdad y capturar-”
Shitaro:
“La única verdad es la irrealidad.”
Aki:
“Exacto. Capturarla y llevársela a los lectores. Es un compromiso de honor, justicia y amor por el periodismo. ¿Entiende, sempai?”

Dicho esto, mi compañero de abstinencia agacha la cabeza, despliega el lente de su cámara fotográfica y captura en película no una, no dos, no tres, sino diecisiete veces el monumental orto de una joven de pelo rosado que pasaba haciendo footing.
Quizás por una especie de indignación infantil, quizás para probar un punto, me lanzo hacia un costado, inserto el brazo entero en el cesto de residuos y arranco de un manotazo un ejemplar arrugado del Shibuya Times de ayer.

Shitaro:
“Amor por el voyeur sentís vos, hijo de puta. ¿Por qué no ves lo que es el periodismo de verdad? Decime si al tipo normal que compra el diario le puede llegar a interesar…”

Me detengo a medio enunciado. Mi dedo señalando con temblorosa frustración una primera plana arrugada, cubierta de ideogramas ilegibles y fotos de mujeres en pelotas.

Aki:
“Somos gente simple en Shibuya, sempai.”
Shitaro:
“Un mundo feliz… sempai.”

Aki me mira extrañado.

Shitaro:
“¿Uh? ¿Qué? ¿No es una especie de ‘cambio y fuera’?”
Aki:
“Le decimos ‘sempai’ a quien consideramos como un superior o alguien de mayor rango. Es una muestra de respeto.”

Respeto. Hace rato que no demuestro respeto por nadie, ni siquiera por mí mismo.

Aki:
“Hasta que regrese Sensuke, usted será mi sempai, sempai.”
Shitaro:
“Taki, amigo mío, te diría que no te hagas muchas ilusiones de que reaparezca tu colega. Si no lo encontraron hasta ahora, dudo que vuelva a aparecer. Tal vez fue  transferido a otra escuela, tal vez fue abducido y sacrificado por cultistas dementes durante un ritual sexual satánico. No hay manera de saberlo. En lo que a mi respecta, no pierdo la fe de que ahora mismo está en un lugar hermoso, haciendo lo que mejor sabía hacer en vida.”
Aki:
“¿En vida? ¿Qué quiere decir con-”
Shitaro:
“Che, ¿qué onda el cafecito de ahí enfrente? Parece potable. Desde acá se puede ver una abundancia de colores primarios. Debe estar lleno de minas.”
Aki:
“Lo lamento, sempai, pero ya debo retirarme. Hoy toca reunión del club de periodismo. Si me necesita estaré en la escuela.”
Shitaro:
“Y sino el antro ese de al lado. Parece medio fulero, pero mierda, un par de copitas o una docena me vendría bien en este momento. No te voy a mentir, Taki: en mis buenos días llegué a hacerme una imagen de connoisseur de las bebidas espirituosas. Solía ‘empinar el codo’ con bastante frecuencia, como dicen los chicos ahora. Ahh, tendrías que haberme visto en las excursiones de los boy scouts. ¿Taki? ¿Dónde te metiste?”

¡Taki desapareció! Se fue para siempre y me dejó abandonado en pleno Shibuya. Y no tengo idea de cómo volver a casa. ¡Horror! ¿Y ahora qué hago?
Tranquilo Chintaro, conservá la calma. Empezá por levantarte del banco. Muy bien. Ahora observá tu entorno, evaluá las alternativas, explorá el mercado. Costo de oportunidad, frontera de posibilidades de producción. Oferta y demanda. ¡Oferta y demanda! Calmate. Calmate, por Dios. Dejá de llorar. Respirá. Eeeeso. Ok, ahora mirá para adelante. Tenés una cafetería colorida y posiblemente llena de supermodelos, y un bar oscuro y deprimente repleto de viejos borrachos con un muy inhibido sentido de higiene personal. ¿Qué elegís?


¡Cafetería pop shibuyense! Empujo la puerta y ¡wow!, es como el interior de la vagina de Hello Kitty. Hay colores y flores y peluches y música salida de un videojuego de danza espástica. Y mujeres, obvio. Lleno de mujeres hermosas.
Detrás de la barra, una camarera con delantal de sirvienta gótica y orejas de gato intenta comunicarse conmigo. Habla en mi idioma, pero no le entiendo un carajo.
La plaquita en su delantal dice que se llama Miharu.

Miharu:
“StaruBakusu e Yōkoso!!
Shitaro:
“¿Perdón?”
Miharu:
“¡Sea usted bienvenido! Por favor, siéntese. El especial de hoy es Caramel Macchiato Latte más dos muffin o mini carrot cake. En la Bakery tenemos también rolls, bagel (los originales) y scons. Oferta dos por uno en Vainilla Latte, Chocolate Latte, Coffee Latte, Earl Grey Latte.”
Shitaro:
“Señorita, no sé qué es un Latte.”
Miharu:
“También tenemos una amplia selección de soft drinks, cold drinks, hot blends, ice frappés. Descuentos especiales en Doble Espresso, Triple Buffer, Quad Core.”
Shitaro:
“¡Café! ¡Sírvame café!”
Miharu:
“¿Latte?”
Shitaro:
“Negro, amargo y con un toque de desesperación, por favor.”

La empleada se da media vuelta y comienza a prepararme un Nietzscchiato Mocha Latte. Groso.
Ok, ya estoy instalado. Hora de reconocer el terreno. Y veo veo… ¿Qué veo? Una diosa maravillosa. Morocha, flaquita, ojos marrón oscuro. ¿O se dice castaño? ¿Avellana? Uhm, ni idea, distingo doscientos cincuentiseis colores nomás. Pero la piba es hermosa. Y encima está leyendo un libro. Eso es nuevo… Ok, probá hablarle.

Shitaro:
“Leer es para mariquitas.”
Mina:
“Ok…”

Bien, ya rompiste el hielo. Además, descubriste que se llama Mina. ¡Qué original!

Shitaro:
“Te lo digo yo que soy ¡el presidente del club de lectura!”

¡Obvio, papá!

Mina:
“Interesante. Y dígame, señor presidente, ¿cuál fue el último libro que leyó?”
Shitaro:
“¡Pfff! Una pequeñez. Un libro como de mil paginas que tiene todas las palabras. Lo escribió un tal Larousse, por ahí te suena.”
Mina:
“No he tenido el gusto.”
Shitaro:
“Claro, veo que a vos te gustan los de bolsillo. Mi literatura, en cambio, es más bien tirando a… extensa… Contundente… Voluminosa… Y sobre todo… placentera… ”

La muchacha sigue leyendo.

Shitaro:
“Estoy hablando de mi pene.”
Mina:
“Quizás quieras reconsiderar tu aproximación. Podrías comenzar por preguntarme qué estoy leyendo y luego darme tu opinión sobre el libro.”
Shitaro:
¿Qué estás leyendo?”
Mina:
“¡Oh! Hola. Sí, por supuesto. Estoy leyendo uno de mis favoritos: Raimugibatake de tsukamaete.”
Shitaro:
“. . .”
Mina:
“Y… veo que no lo leíste.”
Shitaro:
“No sé leer en este idioma. Es un temita que tengo; uno de estos días lo resuelvo. Decime, ¿de qué se trata?”
Mina:
“Podríamos decir que de un chico que va por la vida sin saber qué es lo que quiere, y va probando diferentes cosas pero nada le satisface, hasta el punto en que ya no sabe porqué hace lo que hace, pero lo hace igual.”
Shitaro:
“No me suena.”
Mina:
“¿De veras? Es algo así como un niño perdido en la gran ciudad. Se la pasa quejándose de la gente y sus costumbres. Intenta relacionarse con mujeres de todo tipo, pero siempre por alguna razón se le hace imposible. Se pierde en sus propias fantasías extravagantes por no saber manejarse en cuestiones elementales. ¿Realmente no te suena ninguna campana?”

Ok, la estás complicando. Cambio de estrategia. Tenés que demostrarle que sabés lo que ella quiere saber que vos querés saber de ella, sin dejar ver que sabés que ella sabe lo que quiere de vos pero no lo dice porque quiere que vos lo sepas. ¿Entendés? Probá encarar por ese lado. A todas las mujeres les gusta un hombre con las ideas claras.

Shitaro:
“Mina, preciosa, podríamos pasarnos la tarde entera hablando sobre los libros que no leímos. O podríamos aprovecharla para conocernos mejor.”

¡Genio!

Mina:
“Pero hay un problema… Yo ya te conozco, Hōruden-san. Y tú me conoces a mí.”

No entiendo qué me quiso de decir. ¿Y qué es eso de Hōruden-san? Me perdí.

Shitaro:
“¿Cómo que me conocés? ¿De dónde?”

Cierra el libro. Está poniendo dinero sobre la barra. ¡Se va a ir! ¡Tenés que liquidar el asunto ya! Esto es lo más cerca de tener sexo que estuviste en meses ¡Por Dios, no lo arruines!

Mina:
“Todos te conocen. Eres muy famoso, Hōruden-san.
Shitaro:
“¡Si te referís al incidente del otro día en la hora de natación, te puedo dar explicación perfectamente no-homosexual! En primer lugar, había tragado mucho cloro, y el capitán del equipo realmente parecía una mujer.”

Me interrumpe con una mano y se pone un par de anteojos de sol con la otra. ¡Se va! Junto a toda esperanza de esparcir tu ADN en la reserva genética, ¡se va!

Shitaro:

“Ok, me dejás hablando solo. Otra que me abandona. Vos, Taki, mi familia; todos me abandonan eventualmente. Pero no pasa nada, estoy acostumbrado. Quizás no me suicide esta noche. Depende qué haya en la tele.”

Mina sonríe y señala el libro.

Mina:
“Terminó el capítulo y me tengo que ir. Pero volveré para el próximo. ¿Qué te parece?”
Shitaro:
“Uhm… ¿Y cuánto faltaría para eso?”
Mina:
“Muy poco. Es un libro corto.”

Tira un beso con el dedo índice y se va.
Genial.
¿Y ahora qué hago con todo este Latte?

30 de julio de 2013

Línea D


Afuera, en la superficie, es de noche y quizás llueve. Dos relojes en dos muñecas marcan las once de la noche con algunos minutos de diferencia. Están sentados, uno frente al otro, concentrados en no mirarse.
La oscuridad entre estaciones se vuelve cómplice y refleja en las ventanillas el perfil deseado. Ella tiene el pelo recogido, él una barba de tres días; ella usa anteojos de marco grueso, él tiene un hermoso lunar en la mejilla izquierda. Ambos son lo que el otro siempre había querido.
Escuchan su música y suspenden la mirada. Dialogan en silencio. Se preguntan a dónde van a esta hora, si la banda suena bien y cuánto cuesta la entrada, si van solos o en grupo. Él se imagina a sí mismo tocándole casualmente la rodilla. Ella se lo imagina mordiéndole la boca y el cuello.
Las estaciones se superponen, vacías. Las puertas se abren con un resoplido; nada entra, nada sale.
Él la observa detenidamente, con una furtividad perfeccionada tras infinitos viajes. Es delgada, morena e inalcanzable. Unos grandes audífonos blancos cubren sus orejas. No lo mira, no lo escucha, no sabe que existe. Y sigue siendo perfecta. Su boca es roja y sus pechos son jóvenes y pequeños. Y él la ama y sabe que nunca será suya.
Ella advierte sus torpes intentos de espiarla; la seriedad en su rostro le despierta a la vez excitación y ternura. Está vestido de forma cuidadosamente desprolija. Su piel es blanca y por alguna razón sabe que es extremadamente tímido. Cierra los ojos, inhala parte de su aroma e imagina el resto. Puede sentir el contacto áspero de su barba de tres días.
Los rieles tiemblan, las paredes vibran y el Universo todo se sacude con violencia hacia un lado y hacia el otro. Acelera uniformemente. Se mantiene por un momento. Desacelera. Se detiene. Vuelve a arrancar.
Él la observa. La llama. La busca con la mirada pero ella no se mueve.
Ella lo espera impaciente. Lo llama con el silencio. Pero él no se mueve.
Finalmente gira la cabeza y lo mira. Descubre que tiene ojos color miel.
Él baja la mirada y suspira derrotado. Ambos sienten deseos de gritar.
Tras varios chispazos en la oscuridad, las luces de la estación correcta comienzan a acercarse.
Ella se pone de pie, se sujeta de un caño cromado y espera frente a la puerta.
Frustración y el Universo empieza a frenar.
Él inhala profundo. Se pone de pie y siempre mirando al frente posa su mano en el mismo caño. La arrastra lentamente, con temblorosa seguridad. Su dedo meñique ya toca el índice de ella.
Ella sonríe y la puerta se abre.

24 de abril de 2013

Gato


Entró a la casa por la ventana e inmediatamente la sintió suya. Era muy grande y estaba hecha de vidrio, de madera y de tiempo. Sebastián avanzó esquivando muebles y gatos; sabía dónde ir. Había visto o soñado muchas veces con la casa de los gatos y tras cada pasillo, tras cada abertura, las diferentes posibilidades se reducían a un único camino.
Se cuidaba de no tropezar con ningún gato, y los gatos se cuidaban de no tropezar con él. La mayoría dormía plácidamente en el suelo o sobre algún mueble; otros, aburridos jugaban a cazar sombras o a mirar el invierno por la ventana.
Sebastián atravesó una última puerta entreabierta y llegó por fin a la sala de estar. Allí, sentada frente a la chimenea encendida, se encontraba una antigua señora de piel pálida y cabellos color ceniza. Sus manos tejían algo hecho de lana.
El resto de la sala constaba de una alfombra, varios sillones de diferentes tamaños, una mesita de café, alrededor de cincuenta gatos y un gabinete de puertas de vidrio con un gran número de objetos de porcelana en su interior. Una escalera de madera conducía al primer piso.
Sebastián avanzó con paso resuelto pero sin saber bien qué decir. La señora de los gatos, sin levantar la vista del tejido, le habló en la lengua que solo él y ella podían conocer.
— Hace muchos días supe que vendrías a verme. Puede que dentro de muchos días vuelva a saberlo y a entender el porqué de tu visita, pero hoy tendrás que presentarte,  pequeño. ¿Qué asunto te trae a mi casa?
La anciana sonreía. Su voz era cálida y confortante.
— Vengo a usted con mi respeto —respondió Sebastián—. Soy uno de los que observan, pero también soy uno de los que tienen nombre.
— Entiendo. Te han llamado con sonidos y esos sonidos ahora son tuyos. Y así has ganado y perdido algo. Dime, ¿quién te nombró?
Sebastián se sentó en el suelo. Se sentía más tranquilo.
— Uno de los que caminan en dos patas —dijo—. Una hembra con el nombre de Johana. Ella me dio mis sonidos, y su afecto y su tiempo.
— ¿Has perdido a esta hembra? —preguntó la anciana.
— No. Pero la pierdo una y otra vez en mi sueño y durante el día.
La anciana dejó el tejido a un lado del sillón y trabajosamente se puso de pie. Caminó hacia la ventana y por un momento observó en silencio la nieve que caía.
— Son diferentes, ellos y ustedes. Tú lo sabes —dijo, con voz lenta y tranquila mientras rascaba la nuca de un gato atigrado—. Viven y mueren lo mismo, pero lo perciben en formas distintas. Ellos pueden ver solo lo que es y el resto tienen imaginarlo; mientras que ustedes ven lo que fue, lo que será y lo que podría llegar a ser.
— Lo que dice es verdad, señora.
— Ustedes ven cosas que fueron en tiempos remotos, cosas muertas, cosas que cambian y se transforman en otras cosas. Ven todo lo que alguna vez existió por un parpadeo en el tiempo y todo lo que va a existir muchos inviernos después de nuestra verdadera muerte.
— Lo sé, mi señora. Vemos todo menos lo que es —prosiguió Sebastián, con un atisbo de reproche en su voz.
— Tu humana existe o existió, y en su paso por el mundo te dio un nombre y alimento y calor. Es más de lo que muchos gatos tienen en una vida. ¿Qué es lo que deseas entonces?
El gato pensó con cuidado lo que diría a continuación. Quería sonar determinado, pero sin caer en el orgullo vacío con el que juzgan a los de su raza. Se echó en cuatro patas y luego de unos segundos habló.
— Quiero ver el mundo como ella lo ve. Quiero gozar de su compañía y de su afecto, y de las comodidades que me ofrece. Quiero ver lo que es en el momento que es, y luego recordarlo y revivirlo como una sensación diluida. Quiero olvidar el mañana y liberarme de cada sustancia falsa. Quiero ver el ahora y nada más.
— Pero todo eso que ves es la esencia misma de lo que eres, pequeño. Lo que te hace ser tú y no otro. ¿Por qué querrías  renunciar a ello? —preguntó intrigada la señora de los gatos.
— Porque cuando veo lo que va a pasar, o lo que podría llegar a pasar en cualquiera de los mundos, uno de los dos siempre está solo, y eso es inadmisible. Ya no quiero estar solo.
La señora de los gatos se dirigió a pasos lentos hacia la chimenea y extendió sus manos al calor del fuego. Un viejo anillo de oro brilló tímidamente en su mano izquierda.
— Ese es el problema de los que tienen nombre —dijo, tras un momento de silencio—. Cambian su libertad por el amor a otro. Un gato debe ante todo amarse a sí mismo. Esa es la ley.
La anciana lo miró con consternación. Sebastián alzó la cabeza y respondió.
— No hay libertad sin elección, y yo ya elegí. Confío en que se respetará mi voluntad.
Cada gato es amo y señor de su propia opinión, y por primera vez desde que había entrado en la casa, Sebastián se sintió dueño de sí mismo. Irguió su pecho negro y enroscó la cola alrededor de sus patas, como la escultura de algún antepasado primitivo.
— Tu gente ve cosas que no existen, o que no deberían existir —respondió finalmente la anciana con una dulce resignación en su voz—. Puedo darte lo que pides, pequeño, pero debes saber que no hay cambio que no sea una muerte, y que aquel único mundo que te tocaría percibir podría ser tan irreal y distante como todos los que sueñas hoy.
— Lo entiendo y lo acepto, mi señora —culminó el joven gato.
— Ve entonces con mi bendición, pequeño.
La anciana señaló con gesto solemne la escalera de madera. Sebastián inclinó su cabeza a modo de despedida y emprendió su camino. Saltó con celeridad cada uno de los trece escalones, atravesó un pasillo oscuro y se introdujo en lo que parecía ser un ático mucho más viejo que la casa misma. Un tragaluz en el techo dejaba entrar el débil resplandor de la tarde invernal. Iluminaba a lo lejos el único objeto discernible en toda la habitación.
Avanzó con cuidado. Tras cada paso, los sonidos y el calor de la casa de los gatos se iban desvaneciendo, y la oscuridad cobraba una forma envolvente. Avanzó, y las imágenes de las cosas que aun no habían sucedido se volvían difusas y se perdían en una sensación de cálida incertidumbre, mientras que los recuerdos del pasado —antes tan únicos e identificables— se mezclaban unos con otros, como la nieve se funde en sí misma. Y avanzó, y ganó y perdió y tuvo por primera vez una sensación de unidad, de estar en un único lugar en un momento determinado. Se cerraron una tras otra las infinitas puertas de la realidad, las ventanas a mundos incoherentes y hermosos, pero tan insustanciales como el sueño del que estaban hechos. Y avanzó con una novedosa fortaleza y dando pasos agigantados y llegó por fin hasta el fondo de aquel ático polvoriento.
Frente a sus ojos se hallaba lo que parecía ser un espejo antiguo y opaco; el  tiempo y la soledad lo habían cubierto con una pátina de tierra. Pasó una mano blanca por su superficie y pudo por fin ver el rostro del ser amado.
El anillo de oro pareció brillar con más fuerza al contacto con el espejo, y Johana, tan joven como siempre, se sorprendió a sí misma pensando en un gato que había tenido cuando era chica.

12 de abril de 2013

¿Hola?


Ahh, la vida es maravillosa~~
O una puta mierda. No sé, depende de cómo me levante. Hola amado lector. Te saludo afectuosamente. Pienso mucho en vos, ¿sabés? Prácticamente no hay día en que no me asalte la idea: “tengo que actualizar ese puto blog”.
Esa idea, esa orden. Ese cuervo negro y flacucho pidiéndome a gritos que escriba algo digno de ser leído. Y yo me avergüenzo y agacho la cabeza y le prometo sentarme a escribir algo copado, sabiendo que el día se me escurrirá entre video juegos y webcams porno. Ese enorme talento que tengo para convertir mi ocio en improductividad.
Pero igual pienso en vos. A pesar de que no seas capaz de dejarme un comment ahí abajo en el link que dice comments y abre una ventanita emergente con un montón de comments que no existen porque no sos capaz de dejarme un comment. Puto.
Pero aun así, pienso en vos.
Pienso en la literatura, también. Lo que me gusta leer. Con el tiempo y la teoría me fui dando cuenta de que no me interesaba tanto el contenido de una historia, como la forma en que es contada. Estilo contra sustancia. Uno se topa con toda clase de textos que cuentan las historias más maravillosas de las formas más secas e inertes. No te mueven un pelo. Los disfrutás por obligación nomás. En cuatro años de profesorado de Lengua y Literatura me sobraron experiencias de ese tipo.
Pero eso me hizo pensar y de a poco fui tomándome en serio el asunto. Eso no quiere decir que no me divierta escribiendo; lejos de eso, me cago de risa mientras tipeo las mayores barbaridades. Pero cuando termino de reírme como un boludo y le doy enter al punto final, el trabajo sigue. Hay que leer, corregir, editar, agregar, remover. Releer todo en voz alta, buscando el equilibrio, limando las asperezas. Sacar un poco de acá, ponerlo más allá, esta palabra no me gusta, tachame esta oración. Trabajo, mucho trabajo. Y siempre tratando de mantenerme fiel a la idea original: ¿qué querés escribir? ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Qué buscás generar en el lector? ¿Qué tenés para ofrecerle?
Como seguramente habrás notado, este texto en particular no tiene nada para ofrecer. Al contrario, es un mangazo. Un vil y abusado “¡hey, préstenme atención! ¡Denme amor!”
Y sí, viejo. Hoy te toca a vos. Quiero leerte, quiero saber que existís. Necesito saber que no estoy gritándole al aire. Tengo un promedio de treinta visitas diarias, quizás más de lo que merezco. Vos sos uno de mis visitantes (el número 23, ¡el mejor!); copate y dejá una huellita virtual en este humilde cemento fresco de la literatura contemporánea.
Y ya que estás, compartime. Me hacen falta más lectores. Mi idea es volverme increíblemente popular a través del menor esfuerzo. Luego llegar a la cima, olvidarme de mis raíces, mandar a cagar a todos mis conocidos y consagrarme a una vida de excesos y decadencia que al poco tiempo me hará tocar fondo, reconocer mis errores, volver a empezar de cero, tener una serie de modestas victorias y, finalmente, enfrentar a mi Némesis (que es el rubio de Cobra Kai) y emerger triunfante. Luego gastar toda la plata del premio en putas y cocaína. Pero para eso te necesito a vos, así que ya sabés: ¡firmá, mierda!
Besitos.

27 de marzo de 2013

Hitari no Shibashi - Capítulo 4



Escribo sobre una mujer que no existe y que amo. Su simple apariencia es inconcebible en este mundo. Tiene tres dimensiones, vello en la piel, ojos pequeños y un miedo terrible a quedarse sola. Ella me busca sin conocerme y se va a cruzar conmigo en la calle dos veces en su vida. Jamás me hablará ni conocerá mi nombre. Mucho menos sabrá que la escribo o que le di existencia un viernes a la tarde en el patio de una escuela secundaria de Shibuya, sentado en el macetero redondo de un cerezo deshojado.


Sensuke:
“¡Oye, tú! ¡Si, tú, el nuevo!”
Shitaro:
“No me rompan las pelotas.”
Sensuke:
“¡¿Qué modales son esos, nuevo?!”
Aki:
“Vamos, nuevo. Venimos en paz. Solo queremos hablar.”

Compañeros de escuela. Son dos y parecen sucios. Uno tiene el pelo rapado, el otro de rubio y desprolijo. Ojos medianos como los míos. Están agitados; hablan rápido, gesticulan, mueven los brazos, hacen muecas ridículas. A todas luces delatan tener el pene pequeño.

Shitaro:
“Ok, en primer lugar, dejen de llamarme «nuevo». Me llamo Chintaro o algo así. En segundo lugar, no quiero tener nada que ver con ustedes. No quiero verlos, no quiero oírlos. No quiero saber que existen.”
Aki:
“Larguémonos de aquí, Sensuke. Perdemos el tiempo.”
Sensuke:
“¡De ninguna manera, Aki! No me iré sin mis fotos.”

Desarrollo de la trama. ¿Fotos? A ver.

Shitaro:
“Momento... Ustedes no serán los infames fotógrafos del diario escolar, ¿no?”

El energúmeno alfa hace una especie de pose de súper héroe. Solo sabe comunicarse a los gritos.

Sensuke:
“¡Sensuke Taiboo! ¡Primer Corresponsal del Periódico Escolar Shibuya Times!”
Aki:
“Aki Fukushima. Segundo corresponsal...”

El segundo habla con cierto aire de resignación. Me resulta menos ofensivo.

Shitaro:
“Sí, oí hablar de ustedes. Los pajeros más prolíficos de toda la escuela. Yo creía ser un gran onanista, hasta que supe de ustedes, de su obra. Van por toda la escuela sacandole fotos a mujeres desprevenidasy después las publican.”
Sensuke:
“¡Nosotros solo buscamos la verdad, donde sea que ésta se esconda! ¡Así estuviera en el vestuario de mujeres!”
Aki:
“En el baño de señoritas.”
Sensuke:
“¡En la piscina de la escuela durante la hora de natación femenina!”
Aki:
“Debajo de los pupitres de nuestras compañeras.”
Sensuke:
“¡Y ocasionalmente bajo las escaleras! ¡Siempre el ángulo preciso en el momento exacto!”
Aki:
“Siempre buscando la verdad para llevársela a nuestros lectores.”

Pienso en mi mujer que no existe pero que amo. Ella no deja que le saquen fotos del culo. Nadie le sacaría, tampoco. Porque yo lo mato.
Le doy un sorbo a mi jugo.

Shitaro:
“Ustedes lo que buscan es material para hacerse la paja, hijos de puta. ¿Qué quieren conmigo?”
Aki:
“Verás, te estuvimos observando…”
Sensuke:
“¡Sabemos que eres un galán con las mujeres! ¡Todas te siguen!”
Shitaro:
“Ok, vamos por parte. Ninguna mujer me sigue. Y si alguna lo hiciera, es porque soy el único flaco más o menos rescatable en todo este lugar. O sea, yo no sé si estuvieron prestando atención últimamente, pero todos los varones son iguales. ¡Parecen clones! Ninguno habla. Ninguno se destaca por sobre el resto. Y los que lo hacen —¡ustedes!— resultan ser terribles degenerados que están a dos fotos de caer en cana por acechar pendejas. ¿Qué mina quisiera estar con alguien así?”

Ningún degenerado va a tocar a mi mujer, carajo.

Aki:
“Mira, nuevo, no te estamos pidiendo consejos. Te estamos pidiendo ayuda.”
Sensuke:
“¡Tienes acceso a las mujeres más deseadas de la escuela! Podemos llegar a un acuerdo… Nosotros te daremos una cámara y tú-”
Shitaro:
“A ver flaquito si nos entendemos: a mí ninguna mujer deseada me anda buscando.”
Aspis:
“Shitaro. Aquí estás. Te estaba buscando.”

Giro la cabeza a ver quién me habla y la puta que me parió. ¡Qué buena que estás! Rubia, pelo largo, ojos azules medio endemoniados, labios pintados de rojo, colmillos prominentes y un moño sobre la cabeza que curiosamente asume la forma de dos cuernitos. Tetas y culo a gusto.

Shitaro:
“¡Rápido! ¡Escóndanse! ¡No me corten el polvo!”

Las jóvenes promesas del periodismo Shibuyense se escabullen detrás del árbol. Aspis, la presidenta del club de ocultismo se acerca con mirada depredadora.

Aspis:
“¿Qué escribías?”
Shitaro:
“¡Nada!”

En un veloz movimiento de manos hago un bollo con mi mujer imperfecta y la escondo en el bolsillo. Perdoname. Por favor, mi amor, perdoname.
Aspis se me acerca. Se inclina ante mí. Pasa dos dedos por mi mejilla, me sujeta con delicadeza el mentón y, despacio, aproxima su boca a la mía. Susurra.

Aspis:
“Necesito tu ayuda… en un asunto… privado.”
Shitaro:
“Necesito… pañuelo descartable… urgente.”

Vuelve a erguirse.

Aspis:
“Mis compañeras y yo estamos trabajando en un proyecto… extracurricular… para el que necesitamos la participación de alguien con una… disposición muy específica. Tu nombre se mencionó en un momento.”
Shitaro:
“Si lo decís por el incidente que se hizo público el otro día, te juro que fue un malentendido. Ese cactus realmente parecía una mujer.”

Me sella los labios con un dedo índice.

Aspis:
“Te esperamos en el sótano de la escuela, al terminar la clase.”

Y se va. La minifalda le queda más corta que hace diez segundos, te juro.
Sensuke y Aki emergen de su escondite pero no del trance autoerótico. Con manos temblorosas me ofrecen una cámara de fotos. La veo ante mí y de repente entiendo todo. Las fotos, el ritual. La necesidad de capturar esa energía libidinosa que perméa en la ciudad. Ese milagro cotidiano tan único y tan repetido que me tiene a mí como testigo permanente, casi como víctima, porque lo padezco en lo más bajo de mis entrañas, tan alejadas del sosiego como las de estos dos pobres boludos que tengo acá al lado. Somos lo mismo ellos y yo. Somos los consumidores involuntarios de una droga llamada Shibuya.
No quiero ser un adicto más.


Shitaro:
“¡Ni en pedo, flaco! Buscate tu propia orgía.”
Sensuke:
“¡Maldito avaro! ¡Por lo menos concédenos una entrevista luego! ¡Nuestros lectores merecen saber la verdad!”

Fin del recreo. De nuevo en el aula, con mi hoja en el pupitre y sin una puta idea de lo que están dando en clase. Pasan los minutos como si nada. Como si no estuviera pasando. Como si fuera una escena de relleno totalmente omitible. Como casi todo en mi vida.
Quizás lo único relevante sean mis disparatadas relaciones humanas, si es que se puede considerar humano a mi entorno. Marineritos y súper modelos. Unos me golpean, otras me ignoran; salvo los que me quieren usar y las que me quieren coger. Y yo sigo viendo girar la aguja del reloj de pared mientras el profesor habla de cosas que no entiendo ni me importan. Así pasan los minutos y las horas y los días, saltando de una frustración a la siguiente, todo el tiempo intentando darle un contenido a la hoja en blanco que es mi vida, como la que descansa ahora en mi pupitre, como la que está hecha una pelotita en mi bolsillo, dándole existencia a una mujer de un metro sesenta y cinco de estatura y pechos pequeños.
Cinco de la tarde. ¡Hora de coger!
¡Qué alegría! ¿Hace cuánto que no saco a pasear al canario? Ya ni me acuerdo de cuándo fue la última vez que me acosté con alguien. Medio me preocupa. ¿No seré virgen? Sabés que creo que sí. No sé, viejo, ¡estoy contento! Caminando por los pasillos, bajando escaleras. Todo es hermoso. Un poco de olor a encierro. Humedad. ¿Paredes de piedra? Me encantan. ¡Y bajamos las escaleras! Cuidado no te resbales que está oscuro. Una puerta de madera bien vieja y pesada. Debe ser carísima. Mirá qué linda, decorada con una cabeza de cabra. ¿Traje mentitas? Tendría que haber traído mentitas. Mal ahí, nene. Tengo una acidez terrible.

KNOCK – KNOCK!!

La puerta se abre y aparece Aspis. Viste solamente una túnica negra que le cubre todo el cuerpo. Y parece que abajo no lleva nada. ¡Vamos Chintaro que hoy rompés todo!

Aspis:
“Te estábamos esperando, Shitaro.”

Me invita a pasar.
La habitación es pequeña y oscura, posiblemente un viejo depósito que la escuela ya no usa. En cada una de las cuatro esquinas se encuentra una voluptuosa señorita, también de túnica negra, sosteniendo un candelabro encendido, los cuales en combinación tiñen de dorado las paredes y el cielo raso, ambos de piedra. El piso de baldosa oscura está manchado aquí y allá con tiza blanca, cera de velas y lo que parece ser sangre animal. En el centro de la sala alguien se tomó el trabajo de dibujar con tiza un pentáculo y todo tipo de runas alquímicas que vaya uno a saber qué significan. Sobre el fondo puedo adivinar un pequeño altar de loza con las dimensiones justas para que un varón yazca recostado boca arriba, posiblemente a merced de la daga ceremonial de hoja serpentina que reposa en uno de sus lados.

Shitaro:
“No te voy a mentir: estoy un poco oxidado en esto del sexo grupal. ¿Te parece si arrancamos jugando a la botellita, para ir entrando en calor?”
Aspis:
“Bebe de mi caliz y ya no tendrás de qué preocuparte. Nosotras nos encargaremos del resto.”

Me ofrece una copa dorada llena hasta la mitad con un líquido blanco y burbujeante. Debe ser un antiácido. Me viene al pelo.

GULP – GULP!!

Mucho mejor. Ahora soloooo teeengoooo queee…

ZZZZ – ZZZZ!!

¡Qué siesta, mamita! Eso por quedarme hasta tarde boludeando en internet. Y estas se ve que ya empezaron con la joda. Miralas, en círculo, tomadas de la mano, cantando boludeces en latín. Que forma rara de arrancar una orgía.

Aspis:
“¡Priusquam praesens! ¡Damnatus Salvens! ¡Hic homo nesciens!

Y las otras cuatro repitiendo a coro.
Intento incorporarme pero no puedo, mi cuerpo todavía está entumecido. Me doy cuenta que estoy recostado sobre el altar y mi camisa ha sido removida. Mis pantalones siguen en su lugar, lamentablemente.
Cesa el canto y veo que Aspis se me acerca, daga ceremonial en mano.

Shitaro:
“Si así tratan a todos sus invitados, no me sorprende que el club de ocultismo tenga tan pocos miembros.”
Aspis:
“Silencio, cordero.”
Shitaro:
“¿Cordero?”
Aspis:
“¡Virgen!”
Shitaro:
“¡Hey! ¡Andá a cagar!”
Aspis:
“¿No te das cuenta, cordero, que tu único propósito en esta tierra ha sido revelado? Deberías alegrarte, pues será tu energía sexual la que nutrirá a nuestro dios. Tu libido, acumulada durante años, emergerá hoy por primera vez para-”
Shitaro:
“Nena, me vibra el pito.”
Aspis:
“¿Qué dices?”
Shitaro:
“Me están llamando. Alcanzame el celular, que lo tengo en el bolsillo y no me puedo mover.”

Aspis introduce su mano en el bolsillo de mi pantalón y tras revolotear por varios segundos extrae un pequeño rectángulo de plástico negro. En silencio, me muestra el display del aparato.

Shitaro:
“Es el hincha pelotas de Sensuke. Qué ganas de joder tiene. Sabía que a esta hora iba a estar cogiendo y me llama igual. No atiendas.”

Aspis deposita el teléfono a un costado del altar y vuelve a tomar la daga ceremonial. La sostiene con ambas manos a pocos centímetros de mi pecho desnudo. Vuelve a entonar salmos en latín, con las otras cuatro haciéndole el coro.

Aspis:
“¡Voca me benedictum! ¡Sana meam animam!”

Momento. Se me ocurre algo.

Shitaro:
“Nena, consulta. El cordero necesariamente debe ser virgen, ¿no?”
Aspis:
“Así es. La mejor fuente de energía sexual condensada. Con ella podremos al fin despertar a nuestro dios.”
Shitaro:
“Ok, ok. ¿Y si te digo que puedo conseguir un cordero con todavía más fuerza sexual condensada que la mía? Tu dios se pondría contento.”
Aspis:
“Entiendo que eres tú el cordero más exaltado de la escuela.”
Shitaro:
“No, nena. Este otro pibe destila pajerismo por cada poro. Atendé el teléfono y pasámelo.”

Aspis vuelve a tomar el pequeño celular, aun vibrando. Pulsa un botón y lo acerca a mi oído.

Shitaro:
“¿Qué hacés, nene? Escuchame: no sabés lo que es esto. Pero no sabés. Mirá, me arrepiento de no haber traído la cámara de fotos, porque no me vas a creer cuando te cuente… Calmate. Escuchame. ¡Escuchame! Seh… Seh… Y qué se yo. A ver, esperá que pregunto…”

Pausa. Aspis me mira desconcertada. Qué buenas tetas tiene.

Shitaro:
“Dicen que sí, que vengas. Pero vos solo, tu amigo no… Escuchame… Calmate un poco, ¿querés? ¿Gritás o escuchás…? Seh… Seh… En el sótano, sí. Bajás las escaleras. Vas a ver que está todo oscuro. Seh. Una puerta de madera con la cabeza de una cabra. Vas a ver un montón de pentáculos. Sí, dale. Dale. Dale. Daaaale. Dale, dale. Yo ahora salgo quince minutos y vuelvo. Si llegás y no estoy, ustedes arranquen sin mí. Dale. Dale. Abrazo.”

Hago una seña con la cabeza y Aspis corta la comunicación.

Shitaro:
“Listo, tenés cordero nuevo y mejorado. Te va a caer re bien el pibe. ¿Me alcanzás la camisa?”

Las cinco súper modelos vírgenes satánicas se apresuran a vestirme y despacharme antes de que llegue la próxima víctima. Con ayuda de Aspis me pongo de pie y camino hacia la puerta. Subimos juntos la vieja escalera de piedra. Me sujeta del brazo con firmeza. Con cada escalón, su rostro se ilumina más y más. Salimos y la luz de la tarde otoñal nos baña de lleno. Envuelta en su túnica negra, con la daga ceremonial de hoja serpentina apretada bajo su cinturón de cuerda, la veo como un ángel caído de tiempos medievales, perdida en una época que no entiende, intentando llamar a un viejo dios oscuro, su único amigo.

Shitaro:
“Aspis… Todavía sigo entumecido en algunas zonas del cuerpo, por eso no te digo de hacer algo hoy. Pero… un día de estos podríamos salir a algún lado. Vos y yo. Y hacer algo no-ocultista, si te parece. ¿Te gustaría…?”
Aspis:
“Creo que será mejor que te vayas.”

Se da vuelta y baja la escalera sin mirar atrás.
Yo agacho lentamente la cabeza y comienzo el camino de vuelta a casa.
Por alguna razón trato de no pensar en mi mujer imperfecta. Seguirá esperando arrugada en mi bolsillo, caminando de esquina a esquina con sus ojos color café y sus labios sin pintar.
Ella no sabe de túnicas ni dagas ceremoniales. Ella no existe.

13 de marzo de 2013

Diez tips copados para salir de la friendzone



El azote de la amistad.
¿Quién no lo vivió? ¿Quién nunca se encadenó toda una tarde a una mesa de café escuchando a la mujer más linda del barrio decir que ya no hay hombres? ¿Quién nunca se convirtió en el invisible hombro receptor de lágrimas amadas cuyo dueño ilegítimo permanecía ausente? ¿Quién nunca soportó horas y horas los desvaríos de la mina que te querés coger pero que niega totalmente tu sexualidad porque vos para mí sos más que un amigo sos casi un hermano y siempre estuviste para mí y jamás sabría cómo pagártelo pero vos crees que él me vaya a dar pelota a mí porque está re bueno y yo sé que no me merece y que me va a cagar pero eso lo vuelve aun más atractivo y encima estoy re gorda!
Todos lo conocemos. Para algunos, es la historia de toda una vida. La amistad entre hombre y mujer. La friendzone. La tierra-de-nadie de la que nadie puede salir. La condena a muerte sexual a la que injustamente nos somete la mujer amada.
Y si todo eso te lo hace una amiga, andá a saber qué carajo te hace una enemiga.
Pero, amado lector: sépalo, ¡se puede! Se puede poner fin a este flagelo, se puede salir de la friendzone y lograr que la chica a la que queremos rellenar con nuestro ADN aprenda a mirarnos con otros ojos. Vos —¡sí, vos!— que hace años venís empapando carilinas con tu amor no correspondido, sabé que hoy tenés la solución al alcance de tu mano. Pero lavátela antes.

Tip #1
Sinceridad.

Si hay algo que valoran las mujeres es la sinceridad, por eso tenemos que aprender a mentir muy bien. Cuando estés con ella y empiece a contarte lo difícil que es su vida sin un hombre al lado, que el chico que le gusta la ignora y todas esas boludeces que les pasan a las minas que te gustan, vos tenés que responder no con lo que ella quiera oir, sino con lo que necesite oir, que casualmente es lo que a vos te conviene decir.
Ejemplos:

Ella: ¡Estoy tan sola, buaaaaa!
Vos: Estás sola porque querés. ¡Cuántos hombres quisiéramos una novia como vos!

Ella: ¡El flaco que me gusta ni me registra, buaaaaa!
Vos: Eso porque es un niño, y vos sos una mujer. Merecés un hombre de verdad. Alguien que te respete, que te cuide, que te disfrace de Sailor Moon, te ate a la cama y te cague a cinturonazos. ¡Alguien como yo!

Ella: ¡Mi viejo se quedó sin laburo y corremos el riesgo de perder la casa; tuve que dejar de estudiar y empezar a laburar en negro para mantener la familia a flote, buaaaaa!
Vos: Lo que vos necesitás es un novio. Ayudame a ayudarte.

Y así sigue. Lo importante es aprovechar cada oportunidad para demostrarle que con vos estaría mejor, aunque eso no sea cierto.


Tip #2
Fortaleza.

Una de las principales barreras que nos impone la ley de la amistad es la falaz asunción de que el otro no nos quiere dar murra. ¿Por qué no querría? Bueno, ella por ser mujer. Pero vos, ¿por qué no querrías? Eso es la pregunta que nadie hace.
Una forma de meterle la cabeza en la idea es mediante una exposición prolongada de tu sexualidad.
¡No, no digo que le envíes fotos tuyas en bolas! ¡Nadie quiere ver eso! Me refiero a que hables con naturalidad de tus proezas sexuales. Meter fichas constantemente, como para llamar la atención de la mina. La idea es que ella empiece a verte como algo más que un ente asexuado y sienta curiosidad por ver qué fiera salvaje escondés en tu interior. Como en todo, la clave está en la sutileza.

Vos: …no, yo tranqui, qué se yo. Lo normal. O sea, llegó al tercero y ahí hago una pausa para rehidratarme. Lo normal. O sea, Es normal tener sexo tres veces al día, ¿no? Espero que sí, porque yo no me creo súper dotado ni nada, jaja. Bah, tengo entendido que más de veinte centímetros es lo normal, ¿no? Pero yo no le doy mucha bola a eso. Vos me conocés. Soy un tipo sencillo, de mente abierta, sin compromisos, de separar una cosa de la otra, tranqui, norm-
Ella: Ah, no te conté: ¡estoy saliendo con un compañero de laburo!
Vos: ¡¡PUTA!!


Tip #3
Piedad.

Ok, eso no salió muy bien. Pero no te alarmes, que acá todo se recicla. Estás mal, estás desesperado; nunca estuviste más solo en toda tu vida. Si tan solo alguien se animara a hacerte unos mimitos, vos te sentirías mucho, mucho mejor. ¿Pero quién? ¿QUIÉN puede ser tan buena amiga como para aguantar la respiración y meterse en tu cama?
Captás la idea, ¿no?
Si hay algo que ninguna mujer va a admitir es que la desesperación de un hombre la pone cachonda. Eso solo puede significar que es cierto. Un hombre tan arruinado que va poco menos que arrastrando su patética carcasa por la vida tiene todas las chances de ganarse el corazón de la mujer amada, si juega bien sus cartas.
Dejá de bañarte. No te afeites, no te cortes el pelo. Salí a la calle mal vestido, dejando a tu paso una estela fétida de cigarrillo mojado y sudor rancio. Que la bebida blanca sea tu leche y tu pan de cada día. Y así, en ese estado de supremo abandono, caele en la casa, colgate de ella cual orangután del árbol, y con lágrimas en los ojos gritale al oído «¡quiero nana!».
Las chances dicen que esa noche tu amiga entrega.


Tip #4
Superación.

¿Que no entregó? ¡Turra de mierda! Bueno, tranquilo. Si dar lástima no funcionó, andate para el otro extremo. Bañate, afeitate, etcétera etcétera. Luego conectate a tu red social preferida y pedile a todos tus contactos femeninos que empiecen a nombrarte, etiquetarte en fotos y toda la bola. La idea es darle celos a tu amiga. Ella no va a entender qué le pasa. Solo va a sentir que le están robando a su hombre. Ahí es cuando te tenés que hacer el superado y decirle que no pasa nada y que ellas son solo amigas a las que les gusta coger con vos de vez en cuando, y que está todo bien si ella quiere prenderse también.


Tip #5
Penitencia.

Gracias al tip #4 perdiste las pocos contactos femeninos que te quedaban y ahora estás más solo que el cometa Halley. La culpa es tuya por no tener tacto. ¿Cómo vas a pedirles a las pobres minas que te agradezcan por haberlas cogido? Y de última, lo hubieras hecho por privado; no spammeando sus muros. Ahora vas a tener que mantener perfil bajo, no sea que los novios de las flacas te encuentren y te rompan las falanges. Perdés dos turnos por atrevido.


Tip #6
Contemplación.

Observala. Estudiala. Aprendé de ella. Y con los datos que obtengas tratá de entrarle al mail y al Facebook. Las minas son boludas; seguro usa de contraseña el nombre del perro o de algún sobrino. Cuanto más sepas de ella, más chances tendrás de acceder a información privada, lo que te permitirá saber aun más de ella. Y como el conocimiento es poder, vos serás el hombre más poderoso en su vida. Un Gokuh del amor.
A recordar: cuando termines de revisar todas sus cuentas, borralas, para que nadie más pueda acceder a esa información. Eso te dejaría en una posición privilegiada para alcanzar su corazón. Podés convertirte en el hombre que ella le cuenta a su psicóloga que necesita.


Tip #7
Generosidad.

Ok, como todo lo demás evidentemente no está funcionando, probemos lo que mencionamos en el Tip #2: enviale un par de fotos tuyas en bolas, a ver qué onda. O sea, la mujer y el hombre no son muy diferentes; ¡son de la misma especie, che! Vos te calentás viendo fotos de mujeres desnudas, aun si son tus amigas (sobre todo si son tus amigas). Si le enviás una fotito de tu masculinidad en su máximo esplendor, alguna fibra sensible le tenés que tocar.
Dale, adjuntale la foto. Ponele de asunto “Fotos de mi gato”, así entra confiada. Tenete fe que cuando te vea como el diablo te trajo al mundo, caerá rendida a tus pies.


Tip #8
Sumisión.

¡Pedile perdón de rodillas! Llorá como nunca lloraste en tu vida, hijo de puta. ¡Hacé lo que haga falta, pero que no te abandone! ¡No podrías soportar otra pérdida! Primero tu madre se va de casa, luego la muerte de Don Lucero en Cebollitas, ahora esto! ¡Tenés que recuperarla!


Tip #9
Privación ilegítima de la libertad.

Vamos a decir las cosas como son, sin vueltas, como gente adulta: es posible que se te haya ido un poquito de las manos el asunto. O sea, ¿quién puede decir en este mundo tan loco cuál es la diferencia entre una travesura infantil y un crimen no excarcelable? Definitivamente yo no. Es más, te diría que no tengo nada que ver con todo esto, pero el caso es que tu amiga está ahora encadenada a la estufa en tu pared, gritando como marrana a la que están por degollar. Y la piba tiene todas las razones para creer que la van a degollar.
Pero bueno, lo único que se puede hacer es tratar de sacar provecho de la situación y decirle lo que sentís hacia ella. Cerrá la puerta con llave, abrí tu corazón y contale lo que sentís. Como te salga, aunque tus palabras no sean las mejores. Aunque ella no te escuche, tan ocupada como está mordiendo las ligaduras en sus muñecas. Si por una vez hacés lo correcto y actuás de buena fe, quizás ocurra el milagro. Quizás el amor que es tan caprichoso por una vez se vuelva racional, y ella entienda que vos sos el mejor hombre que ella podría tener al lado. Vos, que te tomaste tantas molestias, que cometiste tantos errores, solo para llegar a este momento. Vos, que sos un buen hombre. Vos que sos EL hombre. Vos que merecés alguien que de verdad te quiera y te acepte como- ¡LLEGÓ LA POLICÍA! ¡CAGASTE HIJO DE PUTA!


Tip #10
Aceptación.

Tranquila, nena. Ya está, ya pasó. Se terminó la pesadilla. Por fin vas a tener paz. Ese loco no te va a joder nunca más. Tengo amigos en la cárcel y me voy a encargar de que lo hagan levantar el jabón todos los días, ¿ok? Vos quedate tranquila, que ahora estás segura. Si necesitás un amigo para hablar de todo esto, sabés que acá me tenés. Sabés que estoy para lo que necesités. Y también doy muy buenos masajes, sabés, para ayudarte a sacar todas estas tensiones. Mirá, ¿por qué no me aceptás en Facebook y la seguimos por ahí? ¡Tengo unas fotos de mi gato que te van a encantar!