14 de octubre de 2007

Vergüenza

Fue al despertar, en ese momento en que una no recuerda su nombre pero sí quién ha sido. La novedad del escenario no resultaba sorpresa; nada nuevo, nada imprevisto. Y con ojos cristalinos un mantra: “otra vez”.
Las emociones se potencian con la resurgencia de la memoria. Entonces siento agonía y confort. ¿Será la humedad de las sábanas? ¿Será tu saliva en mi hombro? Me estremezco explorando las grietas de mi espíritu mientras acaricio tu pelo con dulzura. Te ves tan suave.
Fantaseo con despertarte y conducirte de la mano a las profundidades de mi ser (de una manera más figurativa). Enseñarte uno por uno los horrores de mi persona. Aquello que no sabrías ver, aquello que no te dejo ver. Con palabras de afecto te explicaría qué fórmula afectiva representás para mí. Tus lágrimas no pueden apagar mi fuego.
Mirando el techo repito en susurros palabras que intento creer. El perpetuo tormento de saber quién se es. Por todo eso te pido perdón.
La sensibilidad regresa a mi cuerpo y con ella las ideas. Cierro los ojos pero los aromas me confunden. La última parte conceptual dentro de mí lucha por arrebatárteme. De nuevo fallo y comienzo a besar tu abdomen. Me disuelvo en la sensación. Tus manos despiertan y alcanzan mis mejillas. Te quiero demasiado para decirte que te quiero.
Pronunciás palabras que no me intereso en escuchar. No soy hipócrita. Lo que ves es lo que hay y nada más. Tu pasión colisiona con mi inercia.
Aumenta el calor. Vos y yo somos un mecanismo, pero guardo silencio. Tus uñas surcando mi espalda me indican que la ilusión se acerca a su fin. “Te amo” repetís. Te amo.
Tu mirada se convierte en expectante y no puedo hacer otra cosa que bajar la cabeza. Para disimular vuelvo a besar despacito tu abdomen con cuidado de no derramar una lágrima delatora. Disfrazando fervor como sentimiento, disfrazando sentimiento como fervor. Mi yo conceptual regresa para instalarse en mi garganta. La acostumbrada amargura que me es imposible abandonar del todo. La necesito.
Perdón.