8 de diciembre de 2009

Interludio

Quien entre a este blog y observe las fechas de publicación de las dos primeras partes de esta maravillosa remake de Edipo Rey puede llegar a creer que me llevó varios meses escribir cada acto. Meses de arduo esfuerzo y búsqueda de inspiración, de ensayos, idas y venidas, frustraciones, bloqueos y eurekas gritados en la bañadera; un colosal peaje mental y emocional absolutamente obligado en pos de crear aquel texto perfecto que deleitará los sentido del mencionado lector, dejándolo con una sensación de maravilla que bien hará valer todas las penurias atravesadas por quien escribe.

Uhm, no, pensándolo bien, esa es la clase de idiotez que pensaría uno de los energúmenos que dejan comments en LIA. Cualquiera de los lectores de mi blog creería que soy un vago hijo de puta que me cuelgo por meses con jueguitos pelotudos y me olvido que tengo una obra a medio terminar. Y no se equivocarían.

Lejos de evitar el palo que me merezco, me propongo dedicar la totalidad de este update a hablar del nuevo vicio que consume mis horas, mi salud y mi vida social:

Dragon Age!



Antes de empezar dejemos por sentado algo: no todos los juegos de rol son para gente enferma. Esos son solo los juegos de rol de mesa. Los videojuegos de rol son, en muchas ocasiones, jugados por gente de bien.

De movida no te estás juntando en una habitación oscura a tirar dados con otros tres jóvenes-adultos con sobrepeso y barba en el cuello, cada uno interpretando una representación totalmente idealizada de sí mismo cuyo nombre es una variación de “Lestadt”, con una playlist de Apocalyptica sonando de fondo.

En un videojuego de rol no hay nada de eso. No hay gordos, no hay dados, no hay Apocalyptica. La acción transcurre en tiempo y forma, y cuando se torna un poquitín demasiado para el lado homoerótico siempre podés altabear al YouPorn y ver un videito de lesbianas para recuperar la homeostasis.

Al igual que muchos, mi primera gran experiencia con un videojuego de rol vino de la mano del Baldur’s Gate. Primera y última, porque terminada la saga, no salió ningún otro juego que le hiciera sombra por una década. Pero eso fue en los ’90, cuando los juegos eran buenos y no existía el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad que luego condicionaría el mercado.

Pasarían años para que volviese a interesarme en un videojuego de rol. Naturalmente excluyo de esta categoría abominaciones de la talla del Diablo 2 o el Lineage. Estas aberraciones poco tienen que ver con el verdadero rol.

En el The Witcher —hace un par de años— encontré la chispa que creía apagada tras los créditos finales del Baldur’s Gate.



The Witcher es un híbrido que salió bien. Tenés un solo personaje para elegir y controlar, la progresión es prácticamente lineal, el área a explorar es más bien restringida, el combate demasiado básico y la magia se limita a cinco hechizos más dignos de un Obi Wan Kenobi que de un Gandalf.

Y aun así es un excelente juego de rol.
¿Qué lo hace un excelente juego de rol? —se preguntará el lector (o no, porque cerró el Explorer ni bien vio que no iba a hablar de Edipo). Sencillo: la posibilidad del jugador de afectar, a través de sus acciones y decisiones, el transcurso de la trama.

Un momento que me quedó presente en The Witcher fue cuando me crucé en plena noche con un elfo traficando mercancias con un humano de mala pinta. Vale aclarar que en esta copia de la Tierra Media los elfos son poco menos que terroristas marginados por la sociedad, que viven en la espesura del bosque y cada tanto se asoman al pueblo a meter flecha a los humanos para punguearles las zapatillas, según ellos pa’ poder comer.

Entonces me encontraba ante el dilema: matar al elfo traficante o dejarlo que siga con lo suyo. El tipo me explicó que estaba comprando mercancías para repartirle a los pibes de la villa. Como a mí no me afectaba decidí hacer la vista gorda y me fui a matar algún otro bichito por ahí.

Tiempo más tarde, en otra ciudad, entro a una taberna lo más pancho y me encuentro un ambiente de velorio. Literalmente de velorio, porque me entero —por medio de una muy bien realizada cinemática— que el elfo al que le permití traficar suministros aquella noche llevaba en sus cajitas no solo comida pa’ lo’ pibe’, sino unas nada amistosas flechas de tres puntas diseñadas exclusivamente para perforar armaduras, y que dichas flechas en manos de dicho elfo sirvieron para terminar con la vida del flaco que, de seguir vivo, probablemente me estaría dando un par de quests, junto con las gracias por haber impedido que dicho elfo con dichas flechas terminasen con su vida en dicho atentado.

Fue entonces que me di cuenta del chasco del juego: lo que hacés y decís repercute a largo plazo. Está hecho de manera tal que no puedas volver atrás si no te gusta cómo se dio algo, o para probar otras posibilidades. Acá te mandás la cagada y te enterás dos días después, cuando ya hiciste diez quests, mataste ochocientos bichos, pasaste dos bosses difíciles y pisaste el savegame incontables veces.

La elección de caminos se vuelve aun más complicada cuando se enturbian los conceptos de bueno y malo. En The Witcher no hay una opción legal-buena que haga a todos felices, y una caótica-malvada que te haga acreedor de un lugarcito en los juicios de Nuremberg. Cualquier camino que elijas va a beneficiar a algunos y perjudicar a otros. Las facciones que te cruzás están siempre en un punto medio a nivel moral. Incluso los personajes más benevolentes, tras recibir tu ayuda, terminan jodiéndole la vida a más de uno.

En conclusión, de no ser por el “factor rol”, The Witcher sería un juego de acción estandar. El rol es lo mejor del juego, lo que me atrajo en un primer momento y lo que me hace recordarlo aun hoy.



Transportémonos al presente, el momento en que estás. Y todo me demuestra que al final de cuentas termino cada día empiezo cada día con dos palabras en la cabeza (más un subtítulo): Dragon Age (Origins).

Hoy están todos hablando del Dragon Age como el videojuego de rol de la década, sucesor espiritual del Baldur’s Gate. ¿Qué será eso de “sucesor espiritual”? Yo lo interpreto como que el Baldur’s Gate era Dios, y luego de transmitir Su evangelio y ascender de vuelta a Su Cielo nos hace esperar diez años para enviarnos a Su hijo, Dragon Age, para que lo torturemos y ejecutemos a pesar de que lo único que quería era derrumbar el judaísmo.

Y de tortura y ejecución el Dragon Age sabe mucho. Tanto así que su leitmotiv es un salpicón de sangre. El juego se esfuerza en decirnos “¡el rol creció, ahora es para hombres!”, mientras nos vierte hectolitros de sangre en la cabeza, pone a todo volumen Rock is dead de Marilyn Manson y pretende gritar “Fuck yeah!”, pero EA Games le tapa la boca y nos dice que las puteadas las tendremos comprando el contenido descargable.

Historia épica, sucesor espiritual, sangre, dragones, rocanrol, sangre, más sangre. De donde yo vengo, esa combinación tiene como resultado ¡el mejor videojuego de rol de la historia!



Ehm, no.

Dragon Age no es ni de lejos la evolución del Baldur’s Gate. Osea sí, tiene muy buenos gráficos, pero a esta altura eso es como decir que mi casa tiene puertas (aunque también es cierto que no hubiera podido decir eso en 2002, cuando me tocó pasar una temporada viviendo debajo de un puente). La historia es monstruosamente simple, breve y trillada; podría resumirse como: “se viene la invasión de orcos. Matalos”.

Podés crear al personaje principal a tu imagen y semejanza. A nivel facial, al menos, porque en otros aspectos el asunto es totalmente genérico. Podés hacerlo guerrero, ladrón o mago; cada clase con cuatro especialidades, la mayoría demasiado parecidas. Tu personaje es el único que no habla en voz alta, así que olvidate de desarrollar por él la más mínima noción de aprecio.

La variedad de ítems es mínima, ya que hay pocos verdaderamente buenos y seguramente termines usándolos, traicionando tu fantasía de usar un arco confeccionado con la médula espinal de un hobbit, en pos de otro de madera que da +4 a Destreza.



El factor rol está en pañales. ¿Querés que te vaya bien, ser amigo de todos y llenarte de plata? Convertite en el mercenario más dulce, comprensivo y políticamente correcto del reino. La interacción estandar sería: entrar en la casa del ciudadano doliente —sin ningún tipo de invitación—, hurtarle cualquier objeto que lleve encima —sin ningún tipo de penalidad—, preguntarle por qué está mal, mostrarse comprensivo y comprometerse a ayudarlo, mientras tus compañeros abren todos los cajones de la casa buscando la platería.



Una posibilidad medio creepy que te da el juego es la de sociabilizar con tus compañeros de viaje. Podés llevarte bien o mal con ellos, hacerte amigo, conocer sus pasados y hasta mantener relaciones sexuales con algunos de ellos. Sí sí, todo eso que no hago en la vida real lo canalizo a través de un jueguito.

Aunque no necesariamente tenés que cogerte a tus compañeros. Podés ir a un burdel específicamente a seleccionar a una víctima sobre la que volcar tu ya fermentada libido.

En lo personal, creo que marcó un antes y un después en mi experiencia como jugador el haber visto a mi personaje desnudo, todo salpicado de sangre, preparándose para coger con una enana…



Aunque convengamos que peor hubiera sido encamarse con un enano.



El Dragon Age es bastante cuadrado, sí, pero eso no evitó que pase mis buenas 120 horas jugándolo. A pesar de ya haberlo terminado, aun sigo con ganas de empezar de nuevo con otro personaje. Y luego están las descargas de contenido, que tienen pinta de tener cierta periodicidad y que aun no probé… En otras noticias: tercera y última parte de Edipo programada para invierno de 2015. ¡No se la pierdan!