30 de julio de 2013

Línea D


Afuera, en la superficie, es de noche y quizás llueve. Dos relojes en dos muñecas marcan las once de la noche con algunos minutos de diferencia. Están sentados, uno frente al otro, concentrados en no mirarse.
La oscuridad entre estaciones se vuelve cómplice y refleja en las ventanillas el perfil deseado. Ella tiene el pelo recogido, él una barba de tres días; ella usa anteojos de marco grueso, él tiene un hermoso lunar en la mejilla izquierda. Ambos son lo que el otro siempre había querido.
Escuchan su música y suspenden la mirada. Dialogan en silencio. Se preguntan a dónde van a esta hora, si la banda suena bien y cuánto cuesta la entrada, si van solos o en grupo. Él se imagina a sí mismo tocándole casualmente la rodilla. Ella se lo imagina mordiéndole la boca y el cuello.
Las estaciones se superponen, vacías. Las puertas se abren con un resoplido; nada entra, nada sale.
Él la observa detenidamente, con una furtividad perfeccionada tras infinitos viajes. Es delgada, morena e inalcanzable. Unos grandes audífonos blancos cubren sus orejas. No lo mira, no lo escucha, no sabe que existe. Y sigue siendo perfecta. Su boca es roja y sus pechos son jóvenes y pequeños. Y él la ama y sabe que nunca será suya.
Ella advierte sus torpes intentos de espiarla; la seriedad en su rostro le despierta a la vez excitación y ternura. Está vestido de forma cuidadosamente desprolija. Su piel es blanca y por alguna razón sabe que es extremadamente tímido. Cierra los ojos, inhala parte de su aroma e imagina el resto. Puede sentir el contacto áspero de su barba de tres días.
Los rieles tiemblan, las paredes vibran y el Universo todo se sacude con violencia hacia un lado y hacia el otro. Acelera uniformemente. Se mantiene por un momento. Desacelera. Se detiene. Vuelve a arrancar.
Él la observa. La llama. La busca con la mirada pero ella no se mueve.
Ella lo espera impaciente. Lo llama con el silencio. Pero él no se mueve.
Finalmente gira la cabeza y lo mira. Descubre que tiene ojos color miel.
Él baja la mirada y suspira derrotado. Ambos sienten deseos de gritar.
Tras varios chispazos en la oscuridad, las luces de la estación correcta comienzan a acercarse.
Ella se pone de pie, se sujeta de un caño cromado y espera frente a la puerta.
Frustración y el Universo empieza a frenar.
Él inhala profundo. Se pone de pie y siempre mirando al frente posa su mano en el mismo caño. La arrastra lentamente, con temblorosa seguridad. Su dedo meñique ya toca el índice de ella.
Ella sonríe y la puerta se abre.