Afuera, en la
superficie, es de noche y quizás llueve. Dos relojes en dos muñecas marcan las
once de la noche con algunos minutos de diferencia. Están sentados, uno frente
al otro, concentrados en no mirarse.
La oscuridad
entre estaciones se vuelve cómplice y refleja en las ventanillas el perfil
deseado. Ella tiene el pelo recogido, él una barba de tres días; ella usa
anteojos de marco grueso, él tiene un hermoso lunar en la mejilla izquierda.
Ambos son lo que el otro siempre había querido.
Escuchan su música
y suspenden la mirada. Dialogan en silencio. Se preguntan a dónde van a esta
hora, si la banda suena bien y cuánto cuesta la entrada, si van solos o en
grupo. Él se imagina a sí mismo tocándole casualmente la rodilla. Ella se lo
imagina mordiéndole la boca y el cuello.
Las estaciones
se superponen, vacías. Las puertas se abren con un resoplido; nada entra, nada
sale.
Él la observa
detenidamente, con una furtividad perfeccionada tras infinitos viajes. Es
delgada, morena e inalcanzable. Unos grandes audífonos blancos cubren sus
orejas. No lo mira, no lo escucha, no sabe que existe. Y sigue siendo perfecta.
Su boca es roja y sus pechos son jóvenes y pequeños. Y él la ama y sabe que
nunca será suya.
Ella advierte
sus torpes intentos de espiarla; la seriedad en su rostro le despierta a la vez
excitación y ternura. Está vestido de forma cuidadosamente desprolija. Su piel es
blanca y por alguna razón sabe que es extremadamente tímido. Cierra los ojos, inhala
parte de su aroma e imagina el resto. Puede sentir el contacto áspero de su
barba de tres días.
Los rieles
tiemblan, las paredes vibran y el Universo todo se sacude con violencia hacia
un lado y hacia el otro. Acelera uniformemente. Se mantiene por un momento.
Desacelera. Se detiene. Vuelve a arrancar.
Él la observa.
La llama. La busca con la mirada pero ella no se mueve.
Ella lo espera
impaciente. Lo llama con el silencio. Pero él no se mueve.
Finalmente gira
la cabeza y lo mira. Descubre que tiene ojos color miel.
Él baja la
mirada y suspira derrotado. Ambos sienten deseos de gritar.
Tras varios
chispazos en la oscuridad, las luces de la estación correcta comienzan a acercarse.
Ella se pone de
pie, se sujeta de un caño cromado y espera frente a la puerta.
Frustración y el
Universo empieza a frenar.
Él inhala
profundo. Se pone de pie y siempre mirando al frente posa su mano en el mismo
caño. La arrastra lentamente, con temblorosa seguridad. Su dedo meñique ya toca
el índice de ella.
Ella sonríe y
la puerta se abre.
4 comentarios:
Aprobado.
sos un amor Maida
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<3
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