“No te quejes de ello si pudiste haberlo evitado”. Esa viene siendo mi consigna desde hace un tiempo.
Mi vida es tranquila y placentera. Casi no me suceden cosas malas, y no es para menos, porque a mi corta edad manejo una sabiduría de puta madre. Pero algunas situaciones escapan a mi habitual prudencia y grosura intelectual y llegan a tocarme. Mentiras ajenas que, encubiertas en el teflón del falso afecto, penetran el kevlar de mi sentido común y me pasan de lado a lado.
Pero no me quejo.
Y no me quejo, precisamente, como dije con anterioridad, porque son situaciones que pude haberlas evitado.
En todo caso puteo un poco mi ingenuidad y me cuestiono cuándo llegará el día en que deje de creer en los aduladores. Pero no me quejo.
“Ay, X es un/a HDP porque me hizo tal y tal cosa” es un razonamiento en exceso defectuoso al que nunca recurro. El daño sentimental que otros nos inflingen no sucede por obra y gracia del Señor, sino porque nosotros les damos cabida.
Aduladores. Ahora entiendo a Nietzsche.
No es difícil quedarse pegado en la telaraña de los placeres. Recibir halagos es placentero. Recibir promesas de afecto es gratificante. ¿Pero donde entra el sentido común en todo esto? ¿En qué momento, oh estimado lector, nuestra razón nos da el visto bueno para que aceptemos el caramelo del extraño?
Con cada desilusión sentimental que tengo me alejo cada vez más de la idea general de amor y felicidad. El amor en Argentina está muy devaluado.
No es poco el esfuerzo que hace uno a la hora de escribir estas palabras. Muy a mi pesar me voy dando cuenta que, de no poner a girar los engranajes de mi ingenio con cierta periodicidad, los mismos comienzan a oxidarse.
“¡Condenado/a seas, tu que tanto daño me has hecho! ¡Hasta mi arte me has arrebatado!”. Nah… Es de sinvergüenzas echarle la culpa a otros por holgazanerías propias.
Me he dado cuenta que no le guardo rencor a nadie en particular, ni siquiera a los cretinos que me han lastimado. Más allá de tener un alma tan rica y hermosa como para reconocer mi propia falta a la hora de confiar en seres desagradables, cuando me acuerdo soy lo suficientemente sabio para entender que el hombre mediocre no puede ir contra su naturaleza. Quien deba lastimar, lastimará. Uno tiene la opción de aceptar o no la compañía del potencial criminal. Recae en uno, por lo tanto, la responsabilidad de sus propias desventuras.
No creas que hoy te odio, aún después de haberme perjudicado. Ni te echo toda la culpa ni te deseo mal alguno. Mucho menos te odio. No sirve odiar a personas particulares porque, como bien dije anteriormente, lo que las vuelve odiosas es su naturaleza. Odiemos, pues, aquellas enfermedades colectivas, aquellos vicios que a tantos subyugan.
Tampoco amemos ciegamente a las virtudes. Tomémonos el tiempo para reflexionar por qué es bueno lo bueno y malo lo malo. Entendamos que cuando alguien que quisimos nos lastima, no es su mano la que nos hiere, sino la acumulación de sus vicios. Su ignorancia, su rencor, su apatía, su intolerancia. No hay lugar en un alma fuerte para esa clase de demonios. Mas los espíritus débiles se dejan engañar fácilmente.
Aprendamos a querer tener cerca a las almas ricas, que son las que evitan a toda costa herir al prójimo. Aprendamos también a no odiar a las almas contaminadas, sino a querer ayudarlas a limpiarse.
Jamás le negaré una mano amiga a quien se arrepiente luego de haberme dañado. No recobrará mi confianza, pero sí mi palabra sincera.
Tarea imposible es explicarle qué es la mediocridad a aquel que es mediocre. Aquel que por instinto rechaza los conceptos nuevos, que jamás reconoce culpa, que desatiende los aspectos más elementales de la vida. Aquel que estandariza su existencia con el consumo de muebles y espejos de colores, que miente a los demás para engañarse a sí mismo, que daña al prójimo sin sentir remordimientos.
Esas personas jamás entenderán su responsabilidad como humanos, ni el peso de sus promesas, ni el significado de sus declaraciones. Dirán amar, eso sí, porque existe ese espantoso mito de que el amor es una condición universal que cualquiera puede practicar.
La verdad es que casi nadie sabe amar. La mayoría solo juegan a amar. Dicen poder morir por aquello que aman, pero, ¿podrán vivir por aquello que dicen amar?
Payasos que cada tanto leen libros. Intelectuales de 13 a 17 hrs. Tejedores de silogismos. Creo que peor que el estúpido reconocido es el estúpido que pretende ocultar su condición, incluso de sí mismo. La virtud no es algo que se agarre a medias. Ya lo decía el tío Aristóteles; la actividad virtuosa es mejor que la mera posesión de la virtud. No se sospechen geniales, amigos míos, como decían a su vez Dolina. Saber un poco más no te vuelve sabio, de la misma manera que tener un poco más no te vuelve rico. ¿Cómo justificarás tu grandeza luego de descubrir tus miserias? Debí habérselo preguntado antes de quitarle admisión.
Reconozco un enorme defecto: interpretar virtual por real.
Si critico con tanto fervor a los amores tibios es precisamente porque desde hace rato vengo siendo víctima de ellos.
Evitarlos es siempre lo más prudente. Ante la imposibilidad, recurrir con urgencia al sentido común. Darle una vuelta de tuerca a aquello que se nos ofrece en bandeja de plata e intentar descubrir dónde está el curro. ¡No son más que calorías huecas! Un banquete que ni llena ni hace bien. Deja al hambre adormecida por un tiempo, intacta en esencia. El despertar del estomago siempre sucede cuando el aroma de aquel artificio se ha disipado ya; y luego la oscuridad, el frío y el silencio nos sorprenden con la alacena vacía.
No bebas el agua de la fuente. Es nociva precisamente porque es de fácil acceso. Bebé la nieve que derritas de la cima más alta. El amor prefecto es el imposible, el aceptable es el difícil.
Los amores fáciles son como turistas: vienen y se van rápido, con un pedazo de vos como souvenir.
Pero regresando a mi defecto, yo mismo —y tan pronto— me rectifico sobre lo enunciado allá arriba.
“Si critico con tanto fervor a los amores tibios es precisamente porque desde hace rato vengo siendo víctima de ellos” debiera ser reemplazado por “si critico con tanto fervor a los amores tibios es porque aún no tengo la madurez necesaria para reconocer que desde hace rato vengo siendo víctima de mí mismo; y el engaño ha llegado a punto tal que, subestimando mi propia capacidad, suelo elegir casi siempre la opción menos trabajosa, para terminar luego abrazando un amor hueco y artificioso, insustancial y ridículamente pretencioso”.
He ahí uno de mis mayores defectos; no el interpretar algo virtual como algo real, sino el elegir algo de pésima calidad solo por su accesibilidad. ¡Ridículo, porque justamente yo me encuentro en las antípodas de aquel hombre mediocre que tanto rechazo y a quien, error tras error, siempre termino amando! Esta dicotomía solo se explica en una palabra, de lo más primitiva y primordial: miedo. ¿Pero miedo a qué? Tal vez a arriesgarme a ganar, a merecer algo digno de mí. Miedo a reconocer quien soy y qué necesito realmente.
Es mi inseguridad personal —totalmente subjetiva e infundada, por cierto— la que me arrastra todo el camino hacia lo mediocre y dañino.
¿Será que en mi indulgencia, en la riqueza de mi ser, me resulta inconcebible que alguien pudiera faltar a su palabra o cometer una canallada? El ideal asceta no da lugar a suspicacias. Paso tanto tiempo considerando temas grandes, que simplemente paso por alto las pequeñeces. Los silogismos de las personas de espíritu pobre, aquellas piruetas infantiles del alma, desde hace años están fuera de mi diccionario. Casi todos.
No existe la impermeabilidad del espíritu, y yo, que me río de las ridiculeces multitudinarias, tropiezo cada tanto con una ridiculez. Siempre la misma ridiculez. Aquella del amor blando, las pasiones tibias, las promesas vagas.
Tengo ese punto débil. Una suma de ausencias generó una necesidad. Necesidad que no se satisfacer. En palabras vulgares, mis relaciones sentimentales son al amor lo que la masturbación al sexo.
Decidí, por el momento, tomarme un tiempo para reflexionar y, de ser posible, cambiar mi rutina sentimental. De movida eliminaré todo recuerdo virtual de relaciones virtuales. Luego me tomaré una semana o dos lejos de todo placebo social (lease Chat, MSN, Foros, Lineage, etc). Lo que espero con esto es que a una necesidad real le siga una satisfacción real; no ese complejo vitamínico social que me ofrece la Internet, donde no hay ningún intermediario entre un conjunto de egos plagados de fantasías y delirios.
En otras palabras, planeo desintoxicarme de personas con las que trato solo por Internet.
Habrá un par de excepciones, claro. Me refiero a ese par de personas excepcionales a quienes tan cuidadosamente vengo desatendiendo desde que encuentro saciada mi sed social en oasis ilusorios de perritas virtuales. A estos amigos (que de virtuales tienen poco) les envío desde aquí mi más profunda admiración, porque piensan y existen, superándome a mí, que solo pienso.
Los demás que se vayan a cagar. Estoy podrido de que gente que no conozco me agregue al MSN y me de charla cada vez que me conecto. A ver si nos entendemos: no quiero charlar con ustedes. De hecho, no quiero nada de ustedes. Solo espero poder disponer del tiempo necesario para dedicarle a aquellos bienintencionados que de vez en cuando se me presentan con una duda en la punta de la lengua, deseando conocer mi opinión —si es que la tengo— sobre algún tema en particular que pueda llegar a interesarme.
Por lo demás, no me interesa saber de sus vidas ni informarles cómo estoy en el día de la fecha.
Honestamente, y ya que estamos, tampoco me interesa conocer su opinión sobre lo que escribo en el blog. Sonará pretencioso, tal vez lo sea, pero es la verdad. ¿Qué puede importarme a mí lo que piense sobre mis textos alguien que se hace llamar “T.T”? Supongo que muchos, conociendo esa idea, se ahorran el trámite de dejar un comment. ¿Con qué autoridad moral puede alguien que no escribió nunca en su vida decir “eso es bueno/malo”? Seamos sensatos che. ¿Qué clase de autor publica sus propias críticas? Opinen si quieren, pero sepan que es en vano. Y no me refiero solamente a criticar lo que hago yo, sino a criticar cualquier creación ajena. Eso que se encuentra ante nosotros es algo que solo es perfecto para el autor. ¿Qué sentido tiene, entonces, opinar sobre ello? Si nada se, si no soy el autor.
A mi no me gusta el arte moderno y sin embargo no voy a foros de dadaísmo a postear “cuatro rectángulos de colores en un fondo blanco no es arte”. Esa clase de comentarios me la guardo para el MSN cuando quiero hacerme el estúpido.
Así que no seré hipócrita y veré como hago para remover los comments de este blog. No se lo tomen a mal, pero me importa poco lo que opinen, sea a favor o en contra de mis textos o —Dios me ampare— de mi persona.
Sí me importa, en cambio, generar algo en el que me lee. Conocer su opinión no es de mi interés, pero me deleito ante la fantasía de haber sido el responsable —aunque sea indirectamente— de haber generado algo en el lector. Algo que lo despabile un poco de aquello a lo que está acostumbrado a tratar diariamente.
¿Te molesta que un pendejo pelotudo la juegue de filósofo y opine del mundo en una paginita chota como si supiera algo? ¡Perfecto! Pensá al respecto. Reflexioná, intentá ver a través de mis ojos. Imaginame. Conceptualizame. Sacame de encima toda la mierda que me hace igual a vos y elevame al nivel de tu antitesis. Y entonces veme como una parte de vos. Mirame como una suma de factores que conduce a un resultado, que no es otra cosa que mi punto de vista. Y entonces date cuenta que tengo razón, tanto como vos tenés razón. Hacé todo esto y vas a Entender; sí, Entender con mayúscula, porque me refiero a esa condición hermosa a la que a veces llega uno en la que no hace falta emitir palabras, porque dentro nuestro existe una calma, una tranquilidad de saber que logramos rozar una arista del alma, de que es imposible que acá nos equivoquemos.
¡Se un individuo! Diferí, protestá contra la mierda prefabricada que te ofrecen a diario. Cuestionate qué podés hacer para mejorar tu vida. Preguntate qué oscura fantasía escondés dentro tuyo. No permitas que gobierne tu vida un librito lleno de leyes arbitrarias que vienen imponiéndote desde chico. ¡Qué tu mente sea tu santuario! Porque solo respetándote a vos mismo —id est, a tu mente y a tu espíritu— vas a vivir como se debe vivir y no como te dicen.
Por eso es que pienso como pienso, escribo como escribo y actúo como actúo. Y aunque seamos completamente diferentes, en esencia somos iguales; y aunque pienses que soy un bobito que tal vez fumó algo antes de escribir, yo, lejos de negarte, voy a intentar comprenderte, porque el hecho de que creas en algo diferente es la prueba de que tenés algo para enseñarme.
O emulame. Abrí una noche el Word y escribí hasta que ya no tengas palabras. Aunque te salga mal, aunque te quedes sin nafta al segundo párrafo, aunque te de vergüenza. No importa si es para vos solo, para un amigo o para el mundo. Expresate. Que sea tu alma y no tu boca la que hable por vos. No te das una idea lo lejos que podés llegar en la vida si ponés a ejercitar esos músculos que son la imaginación y la técnica. Recordá que en una sociedad donde la riqueza espiritual es un recurso escaso vos podés prevalecer sobre los mediocres si intentás ver más allá del pensamiento estandarizado. Desarrollá el espíritu crítico, desarrollá el sentido del humor. Reíte de las incoherencias de la naturaleza humana, pero hacelo con estilo. Practicá, que en el peor de los casos, luego de tu muerte vas a ser recordado por tus ideas y no solo por tu foto.
Y si todo esto no te va, si seguís sin tragarte todas esta mierda new age, al menos querete lo suficiente para expandir tus conocimientos. Si ves que el pelotudo en uno de sus updates menciona a la mónada, tal vez a modo de chiste, no pases de largo sin conocer el concepto. Abrí el diccionario o googlealo. Aprendé lo qué es la mónada. Sentí más curiosidad y clickeá en el link sobre los pitagóricos. Averiguá sobre aquel autor de nombre raro, investigá sobre aquella idea loca, aprendé sobre el pasado de aquella nación, informate de aquel evento que cambió la historia. Dame ese gustito. Dedicale tiempo a lo único que puede darte felicidad, que es tu alma. Enriquecete. Leeme, puteame, pero dudá sobre lo que digo, y luego buscá las respuestas a esas dudas.
¿Por qué te digo todo esto? Porque me cansé de enamorarme de gente de mierda. Me cansé de toparme con aduladores y sabios de dos pesos. Me cansé de conocer gente que me miente a mí tanto como se engaña a sí misma. Por eso te pido que mejores. Porque quiero enamorarme de alguien de espíritu rico. Porque quiero que aquellos como yo —o que comienzan a ser como yo o desean serlo— se enamoren a su vez de seres humanos propiamente dichos, y no de animales bípedos de naturaleza dañina.
Sigan mi consejo y ayúdenme a superar mi problema.
De tarea para el hogar: escuchar “What your soul sings” de Massive Attack. Lean la letra. Léanla de vuelta. Luego Entiendan, y sonrían.
La copypastearía acá, pero esto no es un fotolog.
Opinen o no. Denme la razón o no. Léanme o no. No soy un filosofo trasnochado ni un profeta low budget. Solo soy un flaco de veintitrés años que en ocasiones piensa en voz alta. Las palabras sabias están encuadernadas desde hace rato, y algunas hasta pueden bajarse gratis.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario