— …Y encontrábame siendo relleno de un saco de harina, oculto a los ojos de la tripulación, bajo el beso del sol de mediodía que lamía con su lengua de fuego toda la cubierta de la nave. Mi corazón palpitaba como si de un momento a otro fuera a salírseme por la boca; y fue entonces cuando el capitán dijo «tal parece, amigos míos, que tenemos compañía: una rata más grande de lo habitual», y riendo balbuceó una orden a su timonel. Lo próximo que me entero, tengo una bala del treinta y seis atada a los pies y otra atada al cuello. «¡Arrojadlo por la borda!» gritó el hombre de mar. «Veremos si a los tiburones les gusta esta harina». Dos hombres me sujetaron, uno de los hombros, otro de las piernas, y comenzaron a balancearme para arrojarme. Y lo que sucedió en ese momento debió haber sido intervención del mismísimo Neptuno, porque precisamente en el instante en que los hombres me soltaban en el aire, un—
— Bla bla bla —interrumpió Anaxágoras—, vos tenés menos mar que una caja de fósforos Fragata.
La docena de contrabandistas que en ese momento se encontraba sentada en ronda en la cubierta del Starfish se detuvo a mirar incrédula al profeta. Hacía dos días que se había unido a la tripulación para escapar de las autoridades del continente y en todo ese tiempo no había cerrado la boca ni por un instante.
— …Ejem, como iba diciendo —continuó el contrabandista más anciano—, los hombres de Krommel me arrojan por la borda, y mientras estoy cayendo, antes de tocar la primera gota de agua, un terrible estruendo azota la embarcación y-
— Bla… blablabla bla… blaaaaaaa. ¿A eso le llamas historia? ¡Por favor! He escuchado mejores parloteos alrededor del water cooler de la empresa para la que trabajaba…
— Ves, ese es tu problema: siempre quieres monopolizar la charla. Jamás permites que los demás termi-
— …antes de que me despidieran por invocar accidentalmente un cacodemonio del sexto plano durante la meeting de los CEO. Ese día fue un infierno en el sentido más literal de la palabra.
— A nadie le interesa lo que tienes para decir, falso profeta —exclamó uno de los contrabandistas—. El compañero Raúl estaba contándonos una muy apasionante historia, que por demás era verídica y a todos nos interesaba. Si no tienes nada importante para relatar, entonces calla, o vete de una buena vez, qué te parió.
— ¡Ja! ¿El gran Anaxágoras, no tener nada importante para decir? ¿El profeta nivel sesenta, acobardarse ante una fanfarronería? ¿El amigo de los niños, hablar en infinitivo y tercera persona? ¡Nunca! Primero la muerte.
Todos los marinos desenvainaron sus armas. Espadas, falcatas, cimitarras y hasta un shuriken brillaron ante la danzante luz de las lámparas de aceite.
— Ejem, decía: primero la muerte que atreverme a retirarme sin entretener a mis amados camaradas contrabandistas con uno de mis maravillosos relatos.
» Escuchen con atención, amigos; he aquí mi historia. Sucedió hace ya casi seis meses…
Crónicas de Elwyn
El jarrón, la frula y el conejo
— Bla bla bla —interrumpió Anaxágoras—, vos tenés menos mar que una caja de fósforos Fragata.
La docena de contrabandistas que en ese momento se encontraba sentada en ronda en la cubierta del Starfish se detuvo a mirar incrédula al profeta. Hacía dos días que se había unido a la tripulación para escapar de las autoridades del continente y en todo ese tiempo no había cerrado la boca ni por un instante.
— …Ejem, como iba diciendo —continuó el contrabandista más anciano—, los hombres de Krommel me arrojan por la borda, y mientras estoy cayendo, antes de tocar la primera gota de agua, un terrible estruendo azota la embarcación y-
— Bla… blablabla bla… blaaaaaaa. ¿A eso le llamas historia? ¡Por favor! He escuchado mejores parloteos alrededor del water cooler de la empresa para la que trabajaba…
— Ves, ese es tu problema: siempre quieres monopolizar la charla. Jamás permites que los demás termi-
— …antes de que me despidieran por invocar accidentalmente un cacodemonio del sexto plano durante la meeting de los CEO. Ese día fue un infierno en el sentido más literal de la palabra.
— A nadie le interesa lo que tienes para decir, falso profeta —exclamó uno de los contrabandistas—. El compañero Raúl estaba contándonos una muy apasionante historia, que por demás era verídica y a todos nos interesaba. Si no tienes nada importante para relatar, entonces calla, o vete de una buena vez, qué te parió.
— ¡Ja! ¿El gran Anaxágoras, no tener nada importante para decir? ¿El profeta nivel sesenta, acobardarse ante una fanfarronería? ¿El amigo de los niños, hablar en infinitivo y tercera persona? ¡Nunca! Primero la muerte.
Todos los marinos desenvainaron sus armas. Espadas, falcatas, cimitarras y hasta un shuriken brillaron ante la danzante luz de las lámparas de aceite.
— Ejem, decía: primero la muerte que atreverme a retirarme sin entretener a mis amados camaradas contrabandistas con uno de mis maravillosos relatos.
» Escuchen con atención, amigos; he aquí mi historia. Sucedió hace ya casi seis meses…
Crónicas de Elwyn
El jarrón, la frula y el conejo
Son muchas las adversidades que, a lo largo de su vida, debe afrontar el Hombre Santo. Sobre los hombros de aquellos que desde antes de nacer fueron iluminados ha de recaer el peso del destino. Almas de fuego, creadoras y destructoras, alumbran como estrellas la noche eterna que es la historia. Vivir y morir por su propia luz; ese es el destino de los iluminados. Ese es el camino del Hombre Santo.
Bueno, Anaxágoras más que Hombre Santo era un cagador hijo de puta, pero sus delirios místicos eran genuinos y eso le da —de alguna manera muy retorcida— cierta legitimidad a sus acciones. Por lo que a sus ojos, el haberse escapado de su juicio y luego fugado del país escondido en una carreta de paja no fue tanto la actitud de un cobarde como la de un hombre precavido que desea preservarse, para así cumplir el destino que le fue asignado. Luego alguien le diría al profeta “tu destino era ser ejecutado en aquel juicio”, a lo que Anax respondería con “bla bla blaaa”, abriendo y cerrando la mano extendida.
Intentado acceder a una posición donde pudiera beneficiarse sin tener que esforzarse mucho y a la vez mantener perfil bajo hasta que las cosas se enfriasen un poco, el joven profeta consideró prudente afiliarse a un clan nazi. El grupo, formado por una treintena de jóvenes reaccionarios de la región de Giran, se llamaba a sí mismo Dritte Reich y tenía de loguito una cruz de malta.
El grupo se mostró en principio algo reluctante ante la presencia de Anaxágoras. Según ellos, no toleraban la manera en la que el hombre masticaba con la boca abierta durante las cenas formales de la agrupación. Hecho bastante curioso, porque en cualquier otra circunstancia masticaba su alimento con la boca cerrada.
Sin embargo, con el pasar de los días, el clan comenzó a apreciar el potencial del profeta. Durante las partys, además de cebar deliciosos mates, Anaxágoras era el encargado de curar y mejorar el rendimiento del grupo con magia de soporte. Este accionar se convirtió en rutina y todo marchó tranquilo y en orden por un tiempo.
No fue sino hasta aquella expedición a Antharas’ Lair que el desastre arremetió y Anaxágoras cayó en desgracia.
La party de nueve integrantes se aventuró a los rincones más peligrosos de Lair, donde habitan centenares de monstruos de nivel 60 para arriba. El objetivo del grupo era claro: debían recuperar un jarrón antiquísimo de valor inmensurable, custodiado por los guardianes más feroces. Les esperarían encarnizadas batallas antes de alcanzar aquella reliquia, pero en tanto tuvieran a un profeta al lado, todo marcharía bien.
Y todo hubiera marchado bien de no haberse el profeta distraído cantando en voz alta Stockholm Syndrome de Muse, pudiendo escuchar así los gritos de dolor y pedidos de socorro de su party. Cuando Anax se acordó dónde estaba y qué estaba haciendo, los monstruos ya habían terminado de devorar a sus colegas y ahora arremetían contra él. Anaxágoras hizo lo que cualquier hombre sensato hubiera hecho: llorar y desesperarse. Pero luego recordó que, como profeta, tenía la habilidad de teleportarse al pueblo instantáneamente por medio de un hechizo (“Return”).
Eso hizo, y en un parpadeo de luz los monstruos habían desaparecido y en su lugar se alzaban las vastas murallas y monumentos de la ciudad de Giran.
De más está decir que al líder del clan no le gustó mucho la explicación que Anaxágoras tenía para darle.
Golden Axe: ¿Me estás diciendo que por culpa tuya murió toda la party?
Anaxágoras: ¡Por culpa de ellos! Cada quien es dueño de su propio destino.
Golden Axe: ¡Desdichado! Tú eras el encargado de curarlos.
Anaxágoras: Si pero me distraje cantando una canción de Muse y cuando quise acordarme estaban todos muertos.
Golden Axe: ¿Qué clase de excusa es esa?
Anaxágoras: No se, acabo inyectarme heroína en los globos oculares. Sigo vivo de pedo y usted pretende que diga cosas con sentido.
Golden Axe: Mira, profeta de pacotilla, te lo diré una sola vez, claro y conciso, y no lo volveré a repetir: si para el mañana a la noche no tengo el jarrón en mis manos, mandaré gente a que te despelleje vivo.
Anaxágoras: Disculpe, no lo escuché bien. ¿Podría repetírmelo?
Golden Axe: Si para el viernes a la noche no tengo el jarrón en mis manos, mandaré gente a que te despelleje vivo.
Anaxágoras: ¿Una vez más?
Golden Axe: Si para el…
Anaxágoras: (risas)
Golden Axe: ¡Desgraciado hijo de puta, voy a hacerme un xilofón con tus huesos! ¡Vete ya mismo a buscar el jarrón! Y mejor que consigas un asistente, porque en este clan ya nadie te brindará ninguna ayuda… Tienes de plazo hasta mañana.
Anaxágoras emprendió su búsqueda. La situación se le aparecía por demás complicada: tenía poco más de veinticuatro horas para infiltrarse en unas catacumbas infestadas de monstruos ultra agresivos y recuperar un valiosísimo tesoro, contando únicamente con la ayuda que él pudiera pagarse. Su pregunta de dónde conseguir mano de obra barata y sacrificable encontró pronta respuesta al pasar frente a la tienda de mercenarios. Sin dudarlo un segundo, entró.
Anaxágoras: Uhm, estoy buscando… uno de esos… ¿cómo es que les llaman?
Mercader: ¿Mercenarios?
Anaxágoras: No no, esas personas a las que uno les paga para que luchen por su causa.
Mercader: Se refiere a los mercenarios.
Anaxágoras: Creo que no me entiende. Estoy hablando de esas personas que ofrecen su lealtad puramente por el deseo de una ganancia monetaria o material, sin problemas para hacer de lado su moral cuando el contrato así lo determine.
Mercader: …
Anaxágoras: ¡Mercenarios! Ya decía yo. Necesito unos cincuenta de esos. ¿A cuanto están?
Mercader: No creo tener cincuenta a disposición, pero aún teniéndolos, le saldría una fortuna pagar por todos ellos.
Anaxágoras: Yo soy una persona muy adinerada. Así como me ve, está usted delante de uno de los más grandes inversionistas de Elwyn. Fui el precursor de la especulación de los Cristales D a finales de ‘89.
Mercader: ¿Señor, se da usted cuenta que está descalzo?
Anaxágoras: Los profetas viajamos de un lado a otro; somos nómadas. Caminamos tanto que descreemos de artilugios tan artificiosos como el, tsk, calzado.
Mercader: Eso no tiene sentido.
Anaxágoras: Solo déme un maldito mercenario.
Mercader: Puedo ofrecerle un orco de Elmore nivel 58 por tres mil adenas al día.
Anaxágoras: ¿Orco hembra?
Mercader: No, macho. El más fuerte de su clase.
Anaxágoras: ¿Qué más tiene?
Mercader: Un caza recompensas humano nivel 40, novato en su profesión pero de precisión mortífera. Mil quinientas adenas al día.
Anaxágoras: ¿Es un caza recompensas mujer?
Mercader: No señor. Pero eso no lo hace para nada menos eficiente. Al contrario, diría yo; sus reflejos son los de un gato y su fuerza la de un león.
Anaxágoras: ¿Otra cosa?
Mercader: Si lo que usted desea es una acompañante, ejem, hembra, puedo ofrecerle una pequeña enana. Cobra quinientas adenas por día de trabajo. Es una buscadora de tesoros… Es buena en lo que hace, aunque he recibido quejas de ella y, honestamente, no se la recomiendo.
Anaxágoras: Siempre me cayeron bien las enanitas. ¿Tiene ojos verdes?
Mercader: Si.
Anaxágoras: Me la llevo. Envuélvamela.
Mercader: Señor, es un ser vivo…
Anaxágoras: ¿Puede ponerla en una jaula o algo?
Mercader: Solo pague y espérela afuera. En unos minutos se reunirá con usted…
A regañadientes el profeta abonó las quinientas adenas y salió del local. Un momento después, una bonita enana atravesó la misma puerta y lo saludó.
Lum: Hola, ¿Ana… xá… goras?
Anaxágoras: ¿Cómo supiste mi nombre? ¿Eres psíquica? ¿Lees mentes?
Lum: No, pero leo el nombre sobre tu cabeza.
Anaxágoras: Entonces supongo que tu te llamas Lum… Escucha, no dispongo de mucho tiempo así que iré al grano.
Anaxágoras le explicó a Lum su situación desesperada y su enorme necesidad. Cuando hubo terminado y le preguntó su opinión a la enana, esta respondió:
Lum: ¡¿Estás loco?! ¡No voy a practicarte sexo oral!
Anaxágoras: Dale, que te cuesta. Un pete no se le niega a nadie. No seas forra.
Lum: Fuera de mi vista pervertido. No me importa que haga años que nadie te toca, no quiero saber nada contigo.
Anaxágoras: Daaaa, ¿te vas a morir por hacer un petardo? Bueno, si no vas a ayudarme con eso, al menos dame una mano con otro problema que tengo.
Lum: Habla.
Anaxágoras: Necesito recuperar una reliquia, un jarrón. Fui con una party de mi clan, pero murieron todos en un accidente en el que no tuve nada que ver. Ahora recae en mi, como único sobreviviente de la expedición, la responsabilidad de recuperar el jarrón y vengar la muerte de mis camaradas, salvando el día por partida doble. Tengo entendido que eres buena encontrando tesoros. Podrías serme de mucha ayuda.
Más interesada en la nueva proposición de Anaxágoras, Lum sugirió continuar la conversación en una taberna del pueblo. El profeta aceptó, pero bajo la condición de que él no pagaría la cuenta. Dos vasos de agua más tarde se pusieron a discutir los detalles de la operación.
Lum: Escucha, acceder a la reliquia puede no ser tan difícil como parece. Yo podría infiltrarme en la recámara de trofeos y recuperarlo por ti si generas la distracción necesaria.
Anaxágoras: ¿Qué podría hacer? El lugar está plagado de bichos level re alto. A propósito, esta agua es gratis, ¿no es así?
Lum: No te preocupes por los guardianes. Todos siguen a un líder; esperan su orden para atacar a los intrusos. Lo que debes hacer es neutralizar al pytan nivel 70 primero y el resto no sabrá como actuar. Eso me daría valiosos minutos para llegar a tu jarrón.
Anaxágoras: ¿Cómo podría alguien como yo vencer a un mastodonte como él? ¡Jesús, yo lo vi! Esa maldita cosa cambia la geografía cada vez que da un paso.
Lum: Eso ya es asunto tuyo. Usa la cabeza. Para algo deben servir tus habilidades… además de para perjudicar gente inocente.
Entendió que la enana tenía razón. Debía existir algo que Anaxágoras pudiera hacer para encontrar aquella pieza clave que hacía falta.
Clavó la mirada en su vaso de agua gratuita y se puso a pensar. Recordó las conversaciones tenía con su amigo AMIGO, cuando éste le enseñaba los caminos del Hombre Santo, allá en el monasterio de Talking Island. AMIGO era uno de los mentores de Anaxágoras y solía contarle historias de sus aventuras en el continente. En una ocasión le habló de cuando conoció al viejo de la montaña, Yaketoshi-sensei, y de las implicancias que eso trajo…
— En el día ciento noventa y dos de mi expedición fue que conocí al gran maestro espiritual, el omnisciente Yaketoshi-sensei, el ser que sabe todo lo que hay que saber sobre todo lo que hay que saber.
» Había caminado durante meses bajo la pesada nieve de las tierras septentrionales de Oren solo para llegar al pie de su montaña. Busqué el camino que daba a su templo en la cima y comencé el ascenso. Caminé por varias horas y en muchos momentos el oxígeno escaseó, pero jamás perdí la fe. Supe que había logrado mi cometido cuando divisé entre las nubes aquella hermosa jaula dorada. Corrí hacia ella con el júbilo y la avidez de un cuarentón que se encuentra una alterna ebria en la pista de baile y para antes de que el Sol se pusiese yo ya estaba abriendo la verja de oro. Allí lo vi, imponiéndose majestuoso, al gran Yaketoshi.
— Yaketoshi-sensei —le dije—, benevolente divinidad terrenal, acepte a este humilde ciervo que se postra ante usted. Aquí a sus pies no ve más que un repugnante poso de ignorancia, pero le ruego, no me niegue una respuesta. He venido hasta aquí desde tierras muy lejanas en busca de su sabiduría. He atravesado el camino más largo y difícil solo para ser iluminado por vuestra magnificencia.
» Él calló. Sus ojos se clavaron en mí con esa mirada flamígera que en cuestión de segundos revisa el pasado y el porvenir de quienes le hablan. Y luego dijo…
— ¡¿En serio?!
— Así es, mi señor Yaketoshi-sensei —respondí—. He acudido buscando una revelación que cambie mi rumbo, que me de un motivo por qué vivir. Hasta hoy vivía desbocado, sin saber en qué creer o qué causa seguir. Anhelé por meses este día, en el que mis esfuerzos se verían recompensados con la providencia del entendimiento.
» Volvió a mirarme con severidad. Sentí como con sus ojos desnudaba mi alma y la dejaba a la intemperie. Luego exclamó con voz aguda:
— ¡¿En serio?!
— Oh, señor mío —continué—, le hablo más en serio que nunca. Por favor, dígame algo, lo que sea, que pueda llegar a alumbrarme. De no ser así, ay, creo que mi corazón no podría superarlo y estallaría en mil fragmentos.
» Viéndolo de pie, aferrado a su hamaquita que pendía de la cúspide de su jaula, tan inmóvil como la montaña misma, hubiera jurado que el mundo giraba alrededor de él. Guardó silencio durantes pocos segundos y luego dijo
— ¡¿En serio?!
A lo que respondí “sí, en serio…”, y entonces él me dijo
— ¡Naaaahh!
Fue entonces cuando comencé a estrangularlo, mientras le gritaba “¡pájaro hijo de puta, me hiciste venir al pedo!”.
Y fue precisamente durante el acto de violencia que una voz grave y atemorizante habló desde dentro de mi cabeza, y tuve la revelación. La voz me dijo:
— AMIGO, cuando un Hombre Santo necesite conocer su porvenir, solo debe cerrar sus ojos y abrir su mente. Escuchar su voz interior. Las respuestas que buscas están dentro de ti…
— Y eso, Anaxágoras, es lo que debes tener en cuenta si algún día necesitas de una revelación; tal vez para encontrar una debilidad del monstruo guardián de alguna reliquia oculta en lo profundo de unas catacumbas, por dar un ejemplo.
De vuelta en la taberna, Anaxágoras despertó como de un sueño. Acababa de recordar que tenía una habilidad especial. En lo que llevaba de ser profeta, Anaxágoras jamás había intentado profetizar nada, lo cual es más o menos como decir que se puede ser nadador olímpico sin haberse metido nunca en una piscina… o sea, una boludez.
Anaxágoras: Cierto que era profeta che. Dame unos minutos que profetizo y te tiro las respuestas que necesitás.
Cerró los ojos y guardó silencio. Permaneció inmóvil durante largos minutos, ocasionalmente frunciendo el entrecejo en señal de consternación.
Lum: Pagaría por saber qué estás pensando ahora…
Voz interior de Anaxágoras: Larrrrrgaron salen en lucha La Competidora trata de hacer la delantera el numero 7 Vanguardia pequeña ventaja sobre el 8 en la tercer ubicación Miss Atorranta que gana terreno luego viene corriendo el número 4 viene ganando terreno la cuarta ubicación la señal indicatoria de los 800 metros Vanguardia a la delantera viene ganando terreno por el lado interior de la pista La Competidora se entrega a los 600 el número 4 por el centro de la pista enfrentan ya la señal de los 300 metros Vanguardia a la delantera el número 3 Miss Atorranta va resuelta los últimos 120 metros de carrera Miss Atorranta clara ventaja sobre Vanguardia que corre primera a los pocos metros y cruzan el disco!
Anaxágoras: ¡Eureka!
Eureka: ¡¿Qué?!
Anaxágoras: Traigame más agua. ¡Y Lum, conozco la debilidad del Pytan!
Lum: ¿Veneno? ¿Ácido? ¿Electricidad?
Anaxágoras: Conejos.
Lum: ¿Lo qué?
Anaxágoras: El maldito bastardo de seis metros de alto siente debilidad por los conejitos.
Lum: ¿Y dónde conseguimos un conejo?
Anaxágoras: Eso déjamelo a mí. Veámonos mañana a esta hora en la puerta de Lair. Ve preparada; tendrás tu distracción.
Anax recordó sus primeros días de vida, cuando era un simple Místico nivel 9 y tenía por pasatiempo morir de dos golpes en Talking Island. Recordaba con total claridad la fauna autóctona de la isla, pues al menos un ejemplar de cada especie lo había mordido hasta la muerte. Lobos, sapos, esqueletos, golems, licántropos, orcos, arañas, PKs, ramas de árboles, agua no necesariamente profunda, guardias de la ciudad, NPCs que deberían ser amigos, errores críticos de Windows; todos habían matado al menos una vez a Anaxágoras. Todos menos una especie: los elpys.
Los elpys eran algo así como conejitos nivel 1, incapaces de defenderse, lo cual los hacía perfectos para el plan de Anax. Así pues, el profeta regresó después de un año a su tierra natal con la idea de llevarse un souvenir peludito.
Durante la tarde dedicó a pasear por el rioba, saludar amigos que hacía mucho no veía, ir al dungeon donde siempre moría siendo level bajo, morir de vuelta en el mismo dungeon siendo level alto, provocar newbies para que le peguen y así sumar PVP. Fue todo muy lindo… para Anaxágoras; para el resto de la población fue un día negro en la historia de Talking Island.
Al caer el sol, antes de emprender su viaje de regreso al continente, pasó por una pradera y secuestró un pequeño Elpy.
Mientras volvía le whispeó a Lum para informarle de su progreso.
Anaxágoras says: tas?
Lum says: cc
Anaxágoras says: Conseguí al chobi, nos vemos mañana en la puerta de Lair, a las 6pm
Lum says: k
Anaxágoras says: Che, cuando todo esto termine, te copás con un pete?? Es de onda, sin compromiso. : )
Lum has added you to his/her ignore list.
Al día siguiente, a la hora acordada, Anaxágoras y Lum se reencontraron. Tras negarse Lum por enésima vez a practicarle sexo oral al Hombre Santo, se pusieron a debatir los detalles del plan. Anaxágoras insistió en que Lum lo dejase pasar primero y se mantenga a distancia prudente de la entrada hasta que él le de una señal. Entonces ella ingresaría a las catacumbas, se escabulliría en la cámara del tesoro y, al momento de apoderarse del jarrón, volvería al pueblo usando un portal.
Ante la preguntas de cómo pensaba utilizar el conejo y si estaba seguro que pasaría totalmente desapercibida, Anaxágoras solo dijo “esta mañana pasé por lo de un amigo; créeme, nadie notará tu presencia si entras después que el conejo”.
Organizados los detalles, el profeta entró a las catacumbas mientras que Lum observaba a unos cincuenta metros de distancia de la puerta.
Las salpicaduras de la sangre de sus amigos aun no se habían secado. Estaban en las paredes y en el suelo de los corredores. «Esto es por ustedes, amigos» dijo para sí Anaxágoras mientras se limpiaba el oído con el dedo meñique. En cuestión de segundos llegó a la sala principal, donde se encontraban el Pytan y sus secuaces.
Anaxágoras tomó al elpy y le puso una mochilita y un casquito de guerra.
— Vaya con Dios, criaturita —dijo—. Qué tu sacrificio no sea en vano— y luego comenzó a correr desesperadamente hacia la entrada. Al salir le hizo a Lum una seña con las manos y luego volvió al pueblo usando su habilidad Return. La enana corrió hacia las grutas.
Entretanto, el pequeño elpy se fue acercando dando saltitos hacia la horda de bichos level 70, hasta que los tuvo en frente. Entonces sucedió… ¡El desgraciado roedor comenzó a matar a todos! Uno tras otro caían los bichos. Un solo rasguño de la alimaña bastaba para hacer caer a una Bloody Queen o una Cave Beast. Ante las atónitas miradas de los presentes, el elpy saltaba sobre sus aterrorizadas presas, les clavaba los incisivos en el pecho y mordía su camino hasta salirles por la espalda. En ocasiones no mataba a los monstruos de un golpe, sino que intentaba dejarlos vivos el mayor tiempo posible para que se prolongue así su sufrimiento. El conejito se regocijaba con cada grito de dolor de sus desgraciadas víctimas. Y de esta manera fue abriéndose paso hasta llegar al Pytan. Entonces su temperamento se apaciguó y volvió a comportarse como el inofensivo animal doméstico que era.
El Pytan se le acercó embravecido, siendo seguido por seis esbirros igual de atemorizantes. Con dos dedos lo tomó del pellejo y lo levantó hasta ponerlo a la altura de su rostro. Entonces dijo:
— Awww. ¿No es la cosita más hermosa que hayan visto? Esta es la clase de cosas que un monstruo despiadado como yo debió haber tenido durante su infancia. Hubiera salido bueno, no hubiera matado a tanta gente… Quizás aún esté a tiempo de cambiar… Si. Puedo cambiar. ¡Voy a cambiar! ¡Voy a ser bueno! A partir de hoy ni yo ni nadie en este dungeon atacará a ningún viajero. Lo que es más, le obsequiaré el jarrón al primer Hombre Santo que vea. Este día será recordado como aquel en el que triunfó el bien… ¿Qué es ese tic-tac? ¿Alguno de ustedes trae puesto un reloj? Ja, parece que el elpy tiene uno en su mochilita. Acerquense, miren que lin-
Pytan, monstruos, otros jugadores, dungeon. No quedó nada. Desde los confines más remotos de Elwyn podía verse la nube con forma de hongo de la bomba que Anaxágoras le había adjuntado al elpy.
A la vez, en Giran, una aún chamuscada Lum se encontraba con Anaxágoras, de pie en la puerta de la ciudad, presenciando aquel holocausto desde un lugar seguro.
Lum: ¡¿Qué demonios fue eso?! ¿Tú lo causaste?
Anaxágoras: Shhh.
Lum: ¡Desgraciado, por poco muero incinerada!
Anaxágoras: Lo importante es que nadie salió herido.
Lum: ¡Había decenas de personas dentro de ese dungeon! ¿Cómo pudiste hacer eso?
Anaxágoras: Tengo una moral totalmente torcida.
Lum: Me refería a los medios físicos.
Anaxágoras: Soy amigo del admin. Antes de salir para allá pasé por su casa y le pedí que me edite el conejo. Lo dejó overpowered, aunque lo de la bomba de hidrógeno fue idea mía.
Lum: Solo tú podrías tener tanta imaginación y cinismo para convertir una criaturita tierna e inofensiva en un arma de destrucción masiva de dimensiones inimaginables.
Anaxágoras: ¿Viste que groso? ¿Me trajiste el jarrón?
Lum: Lo que quedó de él. Activé el portal un segundo antes de que el fuego me abrase.
Anaxágoras: Sirve igual, lo que importa es la falopa que tenía adentro, y veo que está sana y salva. ¿Abrace no va con C?
Lum: Abrase de quemar, no de abrazar.
Anaxágoras: Ah… ¿Me hacés un pete?
Lum: (viendo el contenido del jarrón) ¿Cuánta plata hay ahí…?
— …Y esa, amigos, es la historia de cómo me hicieron un pete. Y créanme que valió la pena todo el esfuerzo y sacrificio al que me tuve que someter, pues las enanas son las mejores peteras de todo Elwyn. He dicho. ¿Qué les pareció mi historia?
Los contrabandistas se miraron con cara incrédula.
— Es la peor bazofia es escuché en mi vida —dijo uno de los marinos.
— ¿Interrumpiste mi historia para… esto? —preguntó Raúl con una mezcla de rabia y desilusión.
— La interrumpí porque me aburría, y mi celular se quedó sin crédito y ya no podía enviar mensajitos de texto para entretenerme.
— Pues debiste haber escuchado el final, porque ahora, cuando te metamos en el saco de harina y te atemos balas del treinta y seis en el cuello y en los pies y te arrojemos por la borda no vas a saber qué hacer para salvarte.
— Jaja ay muchachos, no le harían eso al viejo Anax, ¿no? Hey, ¿para qué es esa soga? Ahí no que duele che. ¡Aia! Che loco, todo bien, suéltenme. Soy amigo de AMIGO. Pilas che.
Y así el profeta aprendió la lección: no te pases de vivo en un barco lleno de contrabandistas.
Resignado vio como lo metían en un saco de harina y se preparaban para arrojarlo por la borda, para que el gélido mar nocturno aplique la justicia que las fuerzas policiales no supieron proveer.
¿Será este el fin de Anaxágoras? No se pierdan el próximo capítulo de Crónicas de Elwyn, intitulado “El Fin de Anaxágoras”.
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