21 de julio de 2009

Edipo Reimaginado, acto 2

(Creonte, muy emocionado, entra súbitamente.)

Creonte: Ciudadanos, informado de la acusación lanzada contra mí por Edipo, nuestro señor, vengo a vosotros, pues no pienso soportar esas palabras terribles. Sepan esto: no tengo absolutamente nada que ver con la muerte de esas dos prostitutas atenienses menores de edad. Hay toda clase de evidencia que demuestra que esa noche me quedé hasta tarde en el templo, ofreciendo sacrificios al gran Zeus para que vele por la seguridad de la polis. Además, es bien conocida mi desvinculación total del ambiente nocturno tebano desde mi internación hace seis me-
Corifeo: (llamando la atención de Creonte) Psst, negro… Es lo otro, lo otro.
Creonte: (por lo bajo) ¿Qué otro? ¿Lo del barba?
Corifeo: Sí. El ciego se fue de boca y a Edipo se le soltó la cadena. Batió que el viejo y vos estaban conspirando contra él.
Creonte: Cualquiera.
Corifeo: Ahora se le metió en la cabeza que vos sos un traidor. Que por envidia y sed de poder ingeniaste una conspiración y planeás matarlo…

(Pausa.)

Creonte: Es que estaba planeando matarlo. Pero ahora se pudrió todo. Tengo que remarla, dame una mano.

(De nuevo en voz alta.)

Creonte: Ciudadanos, informado de la acusación lanzada contra mí por Edipo, nuestro señor… en lo concerniente a una posible implicación mía en un acto de alta traición en pleno auge de la ola de desgracias que azota nuestras tierras… sepan que no quiero que mi vida sea más larga, pues no es un pequeño perjuicio sino un daño inmenso lo que me acarrean las palabras de nuestro Rey. El más grave de los daños, si esta ciudad me tuviera por traidor y si fuese para vosotros o sus amigos sospechoso de traición.
Corifeo: Es posible que esa injuria esté más inspirada por un arrebato de cólera que por la reflexión.
Creonte: ¿Sobre qué se funda Edipo para afirmar que fue instigación mía el que el adivino profiriese esas palabras falsas?
Corifeo: ¿En su autoindulgente imaginación? No lo se, pero puedes preguntarle a él. Ahí viene de su palacio.

(Entra Edipo.)

Edipo: ¿Aquí, tú? ¿Cómo puedes presentarte? ¡Tienes la audacia y el descaro de venir a mi casa, tú que manifiestamente quieres ser mi asesino y el usurpador de mi poder! Esos proyectos, esas astucias de serpiente, ¿suponías que las ignoraría o que, una vez descubiertas, no me defendería contra ellas? ¡Vamos, habla, en nombre de los dioses!
Creonte: Como yo te he escuchado, déjame responder de la misma forma a tus palabras y juzga con toda libert-

(Creonte huye corriendo.)

Edipo: ¿No te digo, Corifeo? Este Creonte es un traidor que me está haciendo una cama.
Corifeo: ¿Pero está usted seguro, señor?
Edipo: Sí, porque me acuerdo de tal vez que blablabla…
Corifeo: Ok, eso fue raro… Mire, señor, allí lo traen de vuelta.

(Dos guardias traen a Creonte sujeto de los brazos, lo dejan frente a Edipo y salen.)

Creonte: Como iba diciendo…
Edipo: ¿No me irás a decir que eres inocente?
Creonte: Si crees que la obstinación sin prudencia es un bien, te equivocas.
Edipo: Y si tú crees que puedes tocarle el culo a tu cuñado sin que este te corte las falanges, te engañas.
Creonte: ¿Qué grave perjuicio te he ocasionado? Dímelo.
Edipo: ¿Fuiste tú, sí o no, quien me aconsejó que debía enviar a buscar a ese augusto adivino?
Creonte:
Incluso ahora soy del mismo parecer. El viejo sabe mucho sobre muchas cosas. Y lo que no sabe lo inventa, con tal capacidad de improvisación que es para creer o reventar.
Edipo: ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde la desaparición de Layo…?
Creonte: Muchos años han pasado ya.
Edipo: Ese adivino, ¿ejercía su arte en aquellos tiempos?
Creonte: Lo hacía entonces, y era igualmente hábil e igualmente honrado.
Edipo: ¡Ahí está! Ves, te pisaste la cola vos solito. Culpable. A la horca. ¡Guardias!
Creonte: Que el viejo haya servido a Layo no es prueba de nada.
Edipo: ¿Sirvió a Layo y no le profetizó nada? ¿No les habló de mí?
Creonte: No lo sé.
Edipo: ¿No hicisteis acerca de aquella muerte pesquisa alguna?
Creonte: La hicimos, pero sin resultado. La policía científica se había quedado sin cabras que ofrecer en sacrificio. Solo supimos que lo habían matado unos bandidos.
Edipo: ¿Y el sabio adivino no dijo nada entonces de lo que dice ahora?
Creonte: No se ni qué dijo entonces ni qué te ha dicho ahora.
Edipo: Si no hubiera estado de acuerdo contigo, confiesa que jamás Tiresias habría afirmado que yo era el responsable de la muerte de Layo.
Creonte: Si tal cosa ha afirmado, tú lo sabrás. Pero dime, ¿no estás acaso desposado con mi hermana?
Edipo: Me es imposible responder que no a esa pregunta.
Creonte: ¿No compartes con ella el trono, teniendo igual poder sobre un mismo país?
Edipo: Sí, es una movida que hicimos para la reelección indefinida. Pero shhh.
Creonte: ¿Y no soy yo, como tercero, igual a vosotros dos?
Edipo: Precisamente, por eso te revelas como un pérfido amigo.
Creonte: De ninguna manera. Piensa. ¿Puede haber alguien que prefiera reinar con temor e inquietud a dormir tranquilamente, disfrutando, al mismo tiempo, de un poder idéntico? Por mi parte, deseo menos ser rey que disfrutar el poder de un rey. Hoy, sin tener preocupación ni responsabilidad alguna, hago lo que quiero y obtengo lo que quiero. Amistad, lujos, placeres; todo por ser hermano de la reina.
Corifeo: Ay Juancito…
Creonte: No tengo intención alguna de ser rey, si así estoy cómodo. ¿Quieres pruebas? Ve a Delfos y pregunta si lo que digo es mentira. Pero no acuses falsamente a un amigo basándote solo en vagas sospechas. Nos conocemos, Edipo. La de salas de baño que hemos recorrido vos y yo… ¿Y me hacés esto? Vamos…
Corifeo: Príncipe, para todo el que desea no dar un mal paso, Creonte ha hablado bien. Dar un fallo demasiado rápido expone a mil errores.
Edipo: Si espero inactivo, los proyectos de este hombre se realizarán, y los míos estarán condenados al fracaso.
Creonte: ¿Qué quieres hacer? ¿Obligarme a abandonar el país?
Edipo: No, quiero beber tu sangre directo desde tu cráneo hueco.
Creonte: No veo que juzgues con criterio sano.
Edipo: Por lo menos, juzgo en mi propio interés.
Creonte: Tienes también que juzgar en el mío.
Edipo: Pero tu naturaleza es la de un pérfido.
Creonte: Pero no me podés probar nada, papá.
Edipo: Pero hay que ceder ante quien manda.
Creonte: No si el que manda es un reaccionario ineficiente con delirios de inquisidor.
Corifeo: ¡Cesad, príncipes! Qué ahí viene la Yocasta.
Edipo y Creonte: Ahora vas a ver…

(Entra Yocasta.)

Yocasta: ¡¿Se puede saber qué pasa acá?! El país cayéndose a pedazos y ustedes dos discutiendo a los gritos como dos nenes. ¡Edipo, te vas ya para el palacio! Y vos, Creonte, a tu casa.
Creonte: Hermana mía: Edipo, tu esposo, encuentra justo hacerme padecer una terrible suerte. Entre dos males, ser expulsado de la tierra paterna o ser condenado a muerte, me da a elegir.
Edipo: No te doy a elegir. Te voy a matar. A vos y a todos los que te caigan bien.
Yocasta: ¡Edipo!
Edipo: Pero si lo he sorprendido tramando contra mi vida en pérfida conjura. Guardándose bien él de afirmar nada, me envió un siniestro adivino que dijo cosas feas de mis papás. ¡Fue horrible!
Yocasta:
Bueno bueno mi amor, venga acá, deme un abrazo.

(Yocasta le da un abrazo maternal a Edipo.)

Creonte: ¡Que el Corifeo nunca jamás sea feliz, sino maldecido y perdido, si alguna vez en contra de ti he querido cometer una acción como esta de la que me acusas!
Yocasta: ¡Basta ya! Creonte, si no te mata mi marido lo hará una venérea que te pegue alguna de las pendejas atenienses con las que te revolcás a razón de tres al día, así que yo tu lugar protestaría menos. Y vos, Edipo, últimamente encontrás conspiraciones hasta en el pan.
Edipo: No me digas eso. Vos viste esa rodaja. ¡Las semillas de sésamo claramente deletreab-
Yocasta:
¡En nombre de los dioses, Edipo! Cree en sus palabras, por respeto, ante todo, al juramento divino. ¿Crees que lo hubiera hecho de ser culpable de lo que lo acusas? La felicidad del Corifeo no se apuesta así de fácil.
Corifeo: No señor. Yo importo.
Yocasta: Y por respeto luego a mí misma y a todos los que están junto a ti. Cede, príncipe, y déjate ablandar. Te lo suplico.
Edipo: Bah, hagan lo que quieran. Ya me van a llorar cuando me muera.
Creonte: Bien claro se ve que tu odio cede solo de mala gana. Pero cuando se te haya pasado la cólera, lo sentirás tu mismo.
Edipo: Y veré cómo tu intento de traición fue totalmente bienintencionado.
Creonte: Claro.
Edipo: Déjame ya y márchate.
Creonte: Beso gorr.

(Sale Creonte.)

Yocasta: Ahora que estás más calmado, príncipe, muéstrame la razón que hizo nacer en ti tal enojo.
Edipo: Te lo voy a decir, esposa mía, pues siento por ti más respeto que por todos estos tebanos.

(Al pueblo, con ademán amenazador.)

Edipo: ¡Animales! ¡Eso es lo que son! ¡Inmundos animales, caídos de la gracia de Zeus! ¡Malditos sean! ¡Malditos sean todos!

(A Yocasta.)

Edipo: Todo proviene de Creonte y de la conjura que ha tramado contra mí… Pretende que soy el asesino de Layo.
Yocasta: ¿Y lo sos?
Edipo: No que yo sepa…
Yocasta: A mí me podés decir la verdad.
Edipo: Esposa mía, debes saber que a lo largo de mi vida yo no he matado sino a gente anónima y poco importante. Jamás me atrevería a cometer un magnicidio. Además, ¿cómo puedes confiar más en la palabra profética de un ciego bi-dente que en la de tu marido?
Y
ocasta: Tienes razón. No hay ningún mortal que entienda nada de profecías. Mira sino: hace tiempo, un oráculo de Apolo dictaminó que Layo, por entonces mi marido, iba a ser muerto por el hijo que engendrase conmigo. Temiendo por su vida, el rey tebano me arrebató a mi bebé de pocas semanas y se lo entregó, ensartado por los talones y colgando cual surubí, a un campesino, con la orden de llevarlo al campo y matarlo. Dos décadas más tarde, Layo muere fuera de su reino en circunstancias dudosas. Con esto ves que hasta los oráculos se equivocan.
Edipo: ¡Dímelo a mí! Yo era príncipe de Corinto. Cuando tenía alrededor de veinte años escuché el rumor de que era adoptado, por lo que decidí ir a Delfos y consultar al oráculo. Este solo me dijo que mataría a mi padre y me casaría con mi madre. Aterrado por el vaticinio, decidí no volver a Corinto y encarar para Tebas.
Yocasta: De manera tal que no se cumpliera la profecía de Apolo.
Edipo: Claro. Pero ni aun así me libraría de ajusticiar un par. Cuestión que cuando estoy saliendo de Delfos, un pelotudo me tira la carroza encima, con tal mala suerte que me hiere en los tobillos, los cuales los tengo heridos desde que tengo memoria. No me quedó más remedio que aniquilarlo a él y a toda su escolta, excepto a uno, que perdoné para que pudiera contar la historia.
Yocasta: ¿Dónde dices que fue eso?
Edipo: En un país que se llama Fócida, en el punto donde se unen los caminos que vienen de Delfos y Daulia.
Yocasta: Ah, cerquita de donde murió Layo junto a su séquito. Sigue contándome.
Edipo: Y bueno, encaré para Tebas, atendí a la Esfinge, me proclamaron rey, me casé con vos, tuvimos cría y acá estamos, intentando resolver el enigma de la muerte de Layo, para librar a nuestras tierras de la plaga.
Yocasta: Sabes, ahora que recuerdo, hubo un testigo sobreviviente a la masacre de Fócida. Un esclavo que, luego de narrarme los detalles sobre la muerte de Layo, me suplicó, cogiéndome de las manos, que lo enviase al campo a trabajar de pastor, cosa que hice de buen grado porque Zeus sabe que odio tener esclavos que me toquen y el verdugo justo ese día tenía franco.
Edipo: Qué oportuno que recuerdes ese pequeño detalle a esta hora. ¿Podría venir aquí en seguida, para que le interroguemos?
Yocasta: Ya mismo lo mando a traer. Tengo unos alfileres de marfil con su nombre.
Edipo: Y ya que vas para el palacio, hazle una generosa ofrenda a Afrodita y espérame con una manzana de oro a mano. Ya vas a ver lo que tengo en mente.

(Yocasta entra al palacio.)

Edipo: Otra que el caballo de Troya…
Corifeo: Ehm, señor.
Edipo: ¡Eh! ¡¿Seguís acá vos?!
Corifeo: Nunca me fui. Si me permite el atrevimiento… ¿No se siente un poco anonadado ante el más que probable desenlace de esta calamidad?
Edipo: Mi ano se encuentra perfecto, Corifeo. ¿Pero qué insinúas exactamente?
Corifeo: Verá, no pude evitar advertir que su historia y la de su majestad la reina se parecen demasiado. De lejos pareciera que usted fue el autor del crimen de Layo.
Edipo: Eso es absurdo. De haber sido yo, lo sabría. Por algo mande convocar al testigo; para que identifique al responsable.
Corifeo: Es que precisamente, mi rey, si el testigo lo señalase a usted como el autor del crimen…
Edipo: Tranquilo, Corifeo. Tus dudas son infundadas. Ten fe y verás cómo todo se resuelve de la mejor manera. Es una orden.
Corifeo: Sí señor.
Edipo: Además, los oráculos dicen cualquier cosa. Mi padre sigue reinando en Corinto, mi madre no se ha casado conmigo, Layo fue muerto por bandidos y no por su hijo, siendo que fue asesinado de bebé. La mera idea de hijos desposando a sus madres es ridícula. ¿Te imaginas las aberraciones que podría engendrar tan nefasta unión?

(Entra arrastrándose un joven jorobado con toda clase de malformaciones en el cuerpo.)

Joven: ¡Cooo- Miiii- Daaaaa!
Edipo: ¡Mongo! ¡¿Cómo te escapaste de tu jaula?! ¡Vuelve ya mismo al palacio! Maldita sea con estos niños…

(Edipo corre al joven azotándolo hasta el palacio. Entran los dos.)

18 de marzo de 2009

Edipo Reimaginado, acto 1

La acción transcurre en Tebas, ante el palacio de Edipo. En el centro, un altar con varios escalones. Un grupo numeroso de tebanos, de todas las edades y clases sociales, se ha autoconvocado y llaman a coro a su rey.
Edipo sale del palacio, se detiene un momento en el umbral, contempla a la multitud y empieza a hablar.


Edipo: ¡Hijos míos, nuevos descendientes del antiguo Cadmo! ¿qué solicitáis de mí tan encarecidamente, con ramos de supli-
Pueblo: ¡Hí! ¡Jo! ¡Deputa! ¡Hí! ¡Jo! ¡Deputa!
Edipo: …cantes…? Nuestra ciudad está-
Pueblo: ¡Hí! ¡Jo! ¡Deputa! ¡Hí! ¡Jo! ¡Deputa!
Edipo: ¿Pero se puede saber qué carajo les pasa ahora?
Puntero sindical: Pasa que no tamo muriendo de hambre, no tamo. Teba se halla profundamente costernada por la degracias. Lo brote frutífero de la tierra se secan en lo campo; perecen lo rebaño quempacen en lo pastiza-
Edipo: Bueno bueno hijo digno de mi piedad, callate un poquito mi amor. Todos habéis venido movidos por deseos cuyo objeto me es conocido. Sé, en efecto, que todos sufrís y, aunque todos reunidos padecéis, ninguno tanto como yo.

(Pausa.)

Edipo: Ok, ahora vuelvan por donde vinieron y dejenme seguir durmiendo la siesta.
Pueblo: ¡Hí! ¡Jo! ¡Deputa!
Edipo: Se la agarran conmigo como si fuera el responsable de todos los males que azotan a este reino. Como si fuera un tirano cualquiera que usurpó el trono por la fuerza de un día para otro. Sepan esto ciudadanos: yo el trono no lo robe. Lo compré pagando hasta el último dracma. Y sepan también que he hecho por esta venerable nación más que cualquier otro que estuvo antes en mi lugar. ¿No fui yo, acaso, quien salvó a la ciudad de la perniciosa Esfinge?
Ciudadano tebano: En realidad no era tan malo el bicho. No le hacía daño a nadie. Aparecía de vez en cuando a hacer acertijos nomás.
Edipo: Si, aparecía, a las cuatro de la mañana, saltando de techo en techo, haciendo acertijos a los gritos. El punto de la cuestión es, ciudadanos, que sus reclamos son infundados; producto de miedos y especulaciones. En Tebas no hay tal cosa como una crisis. Lo que hay es una sensación de crisis.

(En ese momento, a un costado, una napa de gas subterráneo se abre violentamente en la tierra, rociando a los tebanos y al farol de aceite que se hallaban sobre ella, produciendo consecuentemente una explosión de fuego, tierra y vísceras que salpica a gran parte de los concurrentes.)

Edipo: Uhm… Un médico a la derecha… ¡Hey, miren, allí viene Creonte! ¡Y en qué buena hora! Llega de Delfos, donde le envié hace días a buscar la palabra de Apolo, y en ella, quizás, una posible solución a nuestros pesares. Príncipe aliado mío, hijo de Menelao, ¿qué respuesta del Dios vienes a traernos?

(Llega Creonte.)

Creonte: ¿Lo qué? Yo fui a comprar fasos nomás.
Edipo:
Creonte: Nah, joda. Bien, bien, todo bien dentro de todo. Empezó medio mal, anunciando noticias trágicas y llenas de dolor sobre crímenes de sangre… Bastante turbio; así que le ofrecí un extra de oro y el tipo empezó a endulzarme el oído, como quién dice. Un oráculo beneficioso, pongámosle.
Edipo: ¿Pero cual es la respuesta a fin de cuentas?
Creonte: ¿Aquí? ¿Delante de toda la plebe?
Edipo: Mandale nomás.
Creonte: Voy, pues, a repetir lo que oí de boca del dios. El rey apolo nos ordena expresamente lavar una mancha que ha nutrido este país y no dejarla crecer hasta que no tenga remedio,
Edipo: ¡El peronismo!
Creonte: Ermh, no. Se refería a un crimen, un homicidio. Hay que encontrar al culpable y desterrarlo o ajusticiarlo.
Edipo: ¿A qué crimen se refiere este muchacho Ares?
Creonte: Apolo. Y se refiere a la muerte de Layo.
Edipo: El rey que gobernaba Tebas antes de mi llegada.
Creonte: Fetivamente. El dios asegura que los asesinos están en el país. Lo que se busca, se encuentra.
Edipo: (reflexionando un instante) ¿Y dónde, exactamente, tuvo efecto el crimen que le costó la vida a Layo?
Creonte: Salió del país, para ir a consultar al oráculo, y no volvió al seno del hogar desde que él partió.
Edipo: Seguramente no iría solo. ¿Habrá algún testigo? Alguien de su séquito que haya estado presente en el momento de su muerte y pueda serle útil a nuestra investigación.
Creonte: Todos murieron excepto uno solo a quien el miedo hizo huir. El tipo declaradó que Layo había sido sorprendido por bandidos y asesinado.
Edipo: ¿Es eso todo lo que se sabe? ¿El rey simplemente fue asaltado y muerto por bandidos en su camino a Delfos? Se produjo un magnicidio y nadie, en años, se tomó la molestia de indagar un poquito en el asunto.
Creonte: Bueeeno, fueron días muy movidos. Justo coincidió con el tema ese de la Esfinge, que nos nos dejaba dormir. Después llegaste vos, la mataste, te proclamamos rey y listo, problema resuelto.
Edipo: O sea que les matan el rey y no se molestan en buscar responsables porque, total, después viene otro a cubrirlo. ¡Mierda chicos, la verdad que me hacen sentir más tranquilo!

(Pausa.)

Edipo: Pero bueh, ya fue. Vamos a resolverlo ahora. ¡Ciudadanos! Levantaos y regresad a vuestras casas sabiendo que a partir de hoy, Edipo, su rey, hará todo lo que esté en su poder para resolver el crimen del finado Layo, liberando así a Tebas de la maldición que la acecha. Pues creo en el oráculo. En este oráculo; no en el que recibí hace años, que decía otras cosas que no vienen al caso. Confiemos plenamente en que, con la ayuda de dios, saldremos airosos a la vista de todos.
Puntero sindical: Lesto, es todo lo que necitaba saber. Vamo muchacho.

(Edipo, Creonte, el Puntero sindical y el Pueblo se retiran. Entra el Corifeo.)

Corifeo: Uhm, hola, soy el Corifeo. El representante del coro en la obra, digamos…Eeeh, y como tal, ehm, me corresponde a mí… anunciar que esta obra no dispondrá del mismo por cuestiones presupuestarias… En el marco de la obra, este sería el momento en el que el coro ruega a los dioses y pide su socorro… Pero no hay coro porque no hay plata, así que tengo que pedirles que usen la imaginación y hagan de cuenta que en este momento, en el escenario, hay un coro de quince ancianos tebanos elevando al cielo sus lamentos y plegarias… Se lo que piensan: ¿por qué no me sacaron a mí? Bueno, aunque no lo parezca, soy un personaje útil en la obra. Bah, no aporto nada en particular. Estoy para meter pies, más que nada. Para intercalar con alguna pregunta, alguna opinión, que les permita a los otros personajes decir algo relevante que de otra manera quedaría medio descolgado. Tipo, viene Edipo y tira un “este Creonte es un traidor que me está haciendo una cama”, y yo replico algo como “¿pero está seguro señor?”, y Edipo responde algo como “sí, porque me acuerdo de tal vez que blablabla”. No va a decir blablabla; estoy agilizando la idea nomás. Y tampoco va a decir eso en particular en ningún momento de la obra; solo estoy dándolo como ejemplo para que entiendan mi rol. Pero me estoy yendo por las ramas. Simplemente quería avisar que no va haber un coro entre actos. Lo cual es un problema, porque el coro venía fenómeno para darnos tiempo a los actores a que nos preparemos para la próxima escena. Pero bueno, careciendo de recursos para mantener un coro, nos vemos obligados a buscar alguna manera de fabricar ese mismo tiempo con algún recurso mucho más barato y menos elegante que- …Ahí vuelven los actores. ¡Atentos que sigue la obra!

(Sale Edipo.)

Edipo: (dirigiéndose al Corifeo) Escuché sus ruegos y sus pedidos de socorro. He aquí, pues, lo que tengo que decir: aun no sabemos quién mató a Layo, pero sí sabemos que está en esta ciudad. Pudo haber sido cualquiera de nosotros. Bah, cualquiera menos yo, por supuesto; por algo estoy conduciendo esta investigación. Sería una enorme ironía investigar con tanto esmero un crimen del que sin saberlo soy autor…Pero aun si hubiera sido yo, les ruego, tebanos, que si saben algo se presenten y me lo digan. No importa quién haya sido. Si fue alguno de ustedes y se presenta por propia voluntad, le perdonaré. Todos tenemos malos días; los regicidios son cosas que pasan. A aquel que se confiese responsable no lo lastimaré de ninguna forma; solo lo expulsaré de Tebas, y no porque me moleste algo de él en particular sino porque el gran Apolo así lo sugiere.

(Pausa.)

Edipo: Ahora… Si llegase a conocer la identidad del culpable antes de que este se entregue, o si me enterase que alguno de vosotros, venerables tebanos, ha ocultado, cobijado o asistido de cualquier forma al culpable, esto es lo que haré: yo, personalmente yo, iré al bazar más cercano, compraré un jabón y una navaja de afeitar, despojaré de toda vellosidad sus partes traseras, lo aseguraré a un potro de madera con ruedas construido especialmente para la ocasión, y, yo personalmente, repito, los llevaré a pasear por la ciudad, desnudos, golpeando puerta por puerta, invitando a los ciudadanos a que salgan y sodomicen sin ningún reparo a los responsables de la plaga que por tanto tiempo azotó a esta noble tierra. Y luego de que hayan sido reconocidos por la totalidad de la población masculina tebana, los haré enviar hasta Corinto, donde, como príncipe autoexiliado de esa ciudad, he sugerido que se extienda vuestra sodomía de la misma forma que en Tebas. Espero haber sido claro. ¿Alguna duda? ¿No? Fin del comunicado entonces. ¡Corifeo!
Corifeo: ¡Yo no fui!
Edipo: Iba a preguntarte otra cosa.
Corifeo: ¿En q- qué p- puedo ayudarlo s- s- señor…?
Edipo: ¿Conoces a un tal Tiresias?
Corifeo: Si se refiere al anciano ciego vidente, lo conozco. Sus ojos están apagados, mas aun, es perspicaz como el mismo Febo.
Edipo: Así es. Por consejo de Creonte he mandando a buscarlo. Ya debe estar por llegar. Espero que él pueda verter un poco de luz sobre este misterio.
Corifeo: Aquí, en efecto, tus mensajeros traen al augusto adivino, el único entre los hombres en quien reside la verdad.

(Entra el anciano Tiresias, ciego venerable, guiado por un niño.)

Edipo: ¡Oh, Tiresias, cuya mente conoce todo, lo que se ha de divulgar y lo que se ha de callar, los signos del Cielo y los que ofrece la Tierra! Aunque seas ciego, ves sin embargo el azote que padece esta ciudad, solo tú, maestro, puedes socorrerla y salvarla. Tú, pues, Tiresias, sin ahorrarte los presagios que puedas obtener de tu ciencia augural, salva a la ciudad. Nuestra esperanza está puesta en ti.

(Pausa.)

Tiresias: Hm, ujmuh hmmjohm ohm nejem najaram.
Edipo: En qué lengua muerta hace ya centurias estarás invocando al ser divino, augusto anciano…
Corifeo: Uhm, señor.
Edipo: Silencio Corifeo. Deja hablar al anciano, que parece va a decir más.
Tiresias: Endereh serecashum naramo
Edipo: Sabias y antiguas palabras. Me inunda la humildad escuchando vuestra eminencia.
Corifeo: Mi rey, quizás deberías saber que el anciano Tiresias tiene un problema en el habla.
Edipo: ¿Qué dices?
Corifeo: Si se fija bien, notará que el venerable anciano está desprovisto de toda dentadura, con excepción de dos muelas, de manera tal que no puede enunciar palabra alguna.

(Pausa.)

Edipo: Ciego vidente… Ciego bi-dente. Me trajeron a un ciego con dos dientes… Dime Corifeo, ¿yo te caigo mal? ¿Te hecho algún daño en el pasado?
Corifeo: En lo absoluto, señor.
Edipo: ¡¿Entonces por qué demonios me haces ver como un completo imbécil?! ¡Es totalmente estúpido! ¡Por Zeus, ni siquiera es un gracioso u original! ¡Un ciego bi-dente! ¡¿En qué estaban pensando?! ¡Es ridículo!
Corifeo: (por lo bajo) Su majestad, el anciano lo está escuchando. Podría herirlo; a su edad se es muy susceptible.
Edipo: ¿Escuchándome dices? Pues no me extrañaría que también fuera sordo.
Corifeo: Se me ocurre algo. Permítame prestarle al anciano este papiro y esta pluma. Luego usted podrá interrogarlo y él responderá en forma escrita.
Edipo: Muy bien. Pero seamos breves, que mis humores ya se enturbiaron. Vidente, responde: ¿sabes tú quién es el asesino de Layo?

(Tiresias escribe unas palabras en el papiro y se lo cede al Corifeo, quien a su vez se lo entrega a Edipo.)

Edipo: Veamos pues. ¿Qué dice aquí? ¿“Novena Sinfonía”? ¿Qué significa esto?
Corifeo: Disculpe, del otro lado del papiro.
Edipo: Bah, toma, leeme tú.
Corifeo: Muy bien… Aquí dice que sabe quién fue el autor del crimen pero que no piensa revelarlo.
Edipo: Devuélveselo y que me responda esto: ¿sabes y quieres callar? ¿Piensas traicionarnos y dejar perecer la ciudad?
Corifeo: “Me echas en cara mi obstinación y no te das cuenta que es mayor la tuya. Los hechos llegarán por sí mismos, aunque yo los oculte con mi silencio.”
Edipo: ¿Pues sabes qué creo yo? Creo que fuiste tú el instigador del crimen, y que si tus ojos viesen, hubieras sido tú solo el que lo hubiera cometido.
Corifeo: “Andate a la puta que te parió.”
Edipo: Muy imprudente tienes que ser para soltar esas palabras. ¿Y crees que así podrás escapar de sus consecuencias?
Corifeo: “Escaparé de ellas, pues en mí llevo la verdad todopoderosa. Si tanto deseas tu respuesta, aquí la tienes: ese asesino que buscas eres tú. Vives, sin saberlo, en el más vergonzoso comercio con el mismo ser que te es más querido e ignoras la infamia en que vives.”
Edipo: Creonte sugirió que te traiga; él y tú están conspirando contra mí, ¿no es cierto…?
Corifeo: “Creonte no es causa de ningún mal para ti; tu mal viene unicamente de ti.”
Edipo: Pero claro, qué conveniente. ¡Envidia! Eso es lo que Creonte siente por mí. Tal es su envidia que aquel falso amigo con total descaro soborna a este viejo charlatán para que me mienta en la cara. Porque no eres más que eso, un fraude. Si tienes el don de la clarividencia, dime, ¿dónde estuviste cuando la Esfinge proponía sus enigmas? ¿Dónde de ti tu compasión por los ciudadanos a los que ni una palabra de ayuda brindaste? ¿No hubiera sido tu deber como adivino adivinar dichos acertijos? ¡No! Tuve que llegar yo, Edipo, el ignorante, y con la sola luz de mi ingenio y sin saber ciencia augural, tuve que reducir a la Esfinge al silencio, alcanzándola con una piedra en la cabeza en el momento en que formulaba su acertijo, cayendo esta del tejado en que se hallaba y estrellándose contra el pavimento. Ya ves, Tiresias, o mejor dicho, no ves, porque no tienes ojos para ver lo que es evidente para todos; y mucho menos los tienes para ver lo que solo a los dioses acomete. No eres más que un farsante.

(Pausa.)

Corifeo: “Por muy rey que seas, no soy tu esclavo; mi único dueño es Apolo. Y ya que me insultas con mi ceguera, he aquí lo que tengo para decirte: tú, que tienes los ojos abiertos a la luz, no ves la desgracia que se cierne sobre ti ni ves en qué lugar habitas ni con quienes convives. ¿Sabes de quién desciendes? Eres, sin saberlo, maldito en el Hades como en la Tierra. La maldición de un padre y una madre te acosa y te echará del país; y tú, que hoy ves claramente la luz, pronto no verás más que tinieblas. Nadie, entre los hombres, será tan maltratado por el Destino como tú…”
Edipo: Bah, de haber sabido que hablarías con lenguaje tan insensato, no me hubiera apresurado tanto en mandarte llamar…
Corifeo: “Insensato puedo parecer a tus ojos, pero los padres que te dieron el ser me hallaban razonable.”

(Tiresias busca la mano del niño que lo acompañó y hace ademán de irse.)

Edipo: ¿Qué padres? ¡Quédate ahí! ¿De quién he nacido yo?
Corifeo: “¿No eres tú hábil en resolver enigmas?”

(Sale Tiresias con el niño.)

Edipo: (después de un silencio, agachándose a levantar una piedra) No… pero soy el mejor arrojando piedras.

(Edipo se la pone en la nuca al niño, quién cae redondo al suelo. Este se levanta luego y prosigue su camino.)

Edipo: Bah, qué sabrá ese viejo…

(Edipo entra en el palacio.)

3 de octubre de 2008

Desilusión

— ¿Qué es lo que querés? Realmente. Te pasás la vida queriendo cosas, solo para buscarle una razón de ser a los axiomas que te implantaron desde chiquito. ¿Qué querés? ¿Qué necesitás? Entendé que casi nada de lo que decís querer contribuiría a tu felicidad una vez adquirido. Solo buscás seguir una cadena. Yo te digo: rompela. Replanteate tus prioridades. Atendé solamente aquellos deseos cuya contemplación te asustan. Están ahí; son vos. Bajá la mano y mirá fijo al sol que tapabas, y dejá que se grabe en tus retinas la verdadera forma de tus deseos, de tus pasiones, de tus miedos. Comprometete con vos mismo, divorciate del statu quo, liberate de la idea de libertad que te forzaron a asumir. Esa es la única única forma en que vale la pena vivir.
— ¿Terminaste? —inquirió el dueño de la taberna ya molesto— ¿Puedes pagarme la comida y el vino que te hemos servido?
— Por Zeus —murmuré entre dientes—, págale de una vez. Llevas hora y media de pie sobre la mesa, gritando incoherencias como un profeta del Apocalipsis.
Anaxágoras me miró y dijo por lo bajo:
— No te hagas el pelotudo que bien que comiste y bebiste sabiendo que ninguno de los dos tenía un mango. Ahora cállate y observa.
Dicho eso volvió a alzar la voz y continuó con su mensaje contra el capitalismo y a favor del individualismo.
Me dejé caer sobre la silla y, resoplando, enterré la cara entre mis manos. Una veintena de personas se había juntado alrededor del profeta. Si habían acudido para escuchar su evangelio o para lincharlo no sabría decir. El tabernero, por su parte, se rascaba la calva, ya resignado.
Predicó por quince minutos más hasta que el dueño nos echó a la calle. Anaxágoras comentó sonriente, al tiempo que limpiaba con su manga la huella de zapato de sus partes posteriores:
— Nunca falla, Syl. Te sorprendería la cantidad de cosas que se pueden conseguir sin tener un duro en los bolsillos.
— ¿Qué pasó con el discurso de la independencia del dinero?
— Puro verso. Todos necesitamos dinero. El dinero es noble y benigno; no discrimina: sin importarle quien seas te dará poder y abrirá la puerta a todo tipo de placeres. Y lejos de quererlo todo para nosotros, debemos procurar que sea poseído por la mayor cantidad de gente posible, siendo que quien no cuenta con metálico por lo general acude a otra clase de metal para conseguir lo que desea.
— Sabias palabras.
— ¿Viste cómo puedo hacer creer a cualquiera cualquier barbaridad si está bien expresada?
— Si lo dices por lo de la taberna, nadie te creyó. Nos echaron cuando empezaste a predicar en verso. Si lo dices por mí, hace rato que te he rotulado como mentiroso compulsivo.
— ¡Ajá! ¡Fuiste vos el que lo grabó con tinta en mi espalda!



Image Hosted by ImageShack.us


Difícil estar de mal humor en un día tan hermoso. La ciudad de Giran, en su plaza principal, lucía su famosa enorme cuadrícula de tiendas y puestos ambulantes. Una galaxia ractángular de microemprendimientos. Artesanos enanos vendiendo armas y piezas de armadura, jóvenes guerreros ofreciendo las cosechas de sus aventuras, elfas oscuras ofertando su organismo. Giran, la ciudad mundo, donde se encuentra todo lo que desea ser encontrado. Sus calles de adoquines blancos, sus faroles de hierro trenzado, sus majestuosas estatuas de mármol y bronce. Giran, la blanca; Giran, la perla del sur. Su puerto —qué puede verse desde la torre de la catedral—, recibiendo mercancías ricas de Rune e inmigrantes pobres de Gludin. Sus salones donde acuden miembros de cofradías comerciales, militares o religiosas, o mezclas de las tres en ocasiones. Giran, la grande. Una grandeza costosa: su enorme castillo, dibujado entre las nubes del horizonte, recordando con severidad que por cada moneda de adena corriendo en la ciudad, una gota de sangre ha sido derramada en las inmediaciones del trono. Giran, la coqueta, perfumando con música y transacciones el hedor de un millar de héroes caídos.


— Ciudad de mierda —dijo Anax—. Y supuestamente tu novia vive acá
— Es la hija de un importante mercader —advertí.
— O sea que está cagada en guita, y el que se la quiera poner tiene que tener aun más guita. ¿Por qué no te buscaste un garche más económico?
— Yo no busqué nada. Simplemente apareció y me cambió la vida. ¿Es qué no sabes lo que es amar?
— Si, un verbo.
— Cerdo insensible. ¿Cómo puedes sentir tan poca empatía por las personas?
— Soy hijo único de padres divorciados.
— ¿Y cómo es que de a momentos hablas con acento argentino y luego vuelves a hablar en tono neutral?
— No nos vayamos por las ramas y volvamos al tema en cuestión —dijo Anax, haciéndose el boludo—. Para que esta mina te de bola necesitamos llenarnos de adena.
— ¿Se te ocurre algo?
— Podemos comprarla por plata real.
— ¿Cómo es eso? —pregunté sorprendido.
— Nada más fácil: nos metemos en una mina de argentum abandonada, extraemos lo que haya quedado del metal y se lo llevamos a un alquimista, quien nos pagará una sabrosa cantidad de adena por el mismo. Tengo un alquimista amigo que paga bien; el chino Ibei.
— ¡Genial! ¿Pero de dónde sacamos el equipo de minería?
— Lo sacamos en secreto de la cuenta de un enano.
— Oye espera, no quiero hacer nada ilegal.
— Lejos de eso —se apresuró a decir el profeta—. Este enano tiene una cuenta en el Banco de la Liga del Yunque Negro. Guarda sus herramientas en una caja de seguridad.
— ¿Y te permite acceso?
— Claro. Me dejó espiar su PIN por sobre su hombro el otro día. Tuve que agacharme un poco.
— Bien. Pero aún necesitamos dinero para comprar comida y viajar.
— Para lo cual también tengo una idea. Escucha…

Con una sonrisa de complicidad se acercó a mi oído y empezó a murmurar un “plan perfecto”. Me informó de un supuesto descontento general entre los comerciantes de la ciudad con el Administrador de Espacios Públicos, un caballero miembro del importante Gremio de Mercaderes (GM).
Yo debería llamar la atención de los presentes en la plaza mientras Anax se las arreglaba para conseguir dinero. No me molesté en preguntarle qué tenía en mente; no deseaba saber. Deseaba seguir sintiéndome embriagado en la sublimidad de mi amor. No me importaba nada más. No podía permitirme que me importase nada más. Y fue así como en ese momento pensé que la de Anax era una muy buena idea.

Me puse de pie sobre un banco y comencé:
— ¡El administrador es un delincuente! ¡Es un cerdo fascista que no duda en reprimirnos ante la primer evidencia de libre pensamiento! Era uno de nosotros, un hombre honesto y sensato. Pero desde que se convirtió en GM no piensa sino en el dinero; no nos ve sino como ganado; no nos-
No llegué a terminar la frase cuando recibí el primer bastonazo en la nuca. Y a ese le siguieron otros setenta y nueve, cortesía de los oficiales del Servicio de Policía de Giran. El último golpe vino acompañado de la reseña “si no te gusta, andate, hippie de mierda”.
Cuando el último uniformado hubo desaparecido, regresó Anaxágoras.
— Te la bancaste como el mejor. ¡Ay, cómo hubiera querido poder estar acá para ayudarte, o al menos acompañarte en tu dolor! —me dijo, con los brazos cruzados mientras yo hacía fuerza por incorporarme—. Pero mientras vos acaparabas la atención, yo trabajaba tras bambalinas.
— ¿Qué –¡ay!- Qué hiciste?
— Calate está: mientras vos llamabas la atención de la policia, yo le tiré party a un gladiador de pocas luces. Le ofrecí encantarle las espadas duales gratuitamente. Lo único que debía hacer era arrojar sus armas al suelo un número de veces. El cretino accede y lo hace. Inmediatamente levanto las armas y huyo con ellas. Una vez perdido entre la marea de personas, ni lento ni perezoso me acerco a un enano y le ofrezco mis nuevas espadas a un precio irrisorio. El idiota, creyéndose afortunado, accede. En ese preciso momento la policía comienza a reprimirte salvajemente. “¡Oh Dios mío —exclamo—, mire cómo reprimen al subversivo!”. En cuanto el enano dijo “a verga”, cambié las espadas por unas imitaciones de cartón corrugado que llevo siempre encima por si la cosa se pone jodida y tengo que defenderme. Terminada la transacción vuelvo con el incauto gladiador, quién aun estaba llorando porque parece que tenía solo ocho años. Le ofrezco sus espadas de vuelta, por un precio. Accede, y me da una suculenta cantidad de adena. Con eso eliminé toda evidencia incriminate. Finalmente, volví acá con vos.
— Eres un…¡oouuu!
— No te agites que esto recién empieza. Todavía tenemos que…

No escuché más. Caí inconciente, producto de las contusiones en mi cabeza.
Y mientras mi conciencia caía en el abismo, veía en lo alto, alejándose de mí, aquel mundo brillante e ideal. Veía el brillo borrándose, las ilusiones desvaneciéndose. Las figuras opacas ganaron nitidez. Caía, sí; pero encontraba más claridad con cada luz que se apagaba.
¿Qué tan lejos estaría dispuesto a llegar? La respuesta la guarda el fondo del abismo.
El profeta no se equivocaba: esto recién empieza.

21 de septiembre de 2008

Descenso

Avanzo. En la oscuridad, avanzo. ¿Por qué estás haciendo esto?

No es un acto de vanidad, como tantas otras pruebas arbitrarias autoimpuestas. Tampoco es una sensación de cumplimiento del deber la que me empuja. No, estoy aquí porque no se por qué estoy aquí.
¿Por qué estás haciendo esto?

Avanzo, a ciegas, peinando una pared con mis dedos, imaginando una claridad en mi horizonte. Avanzo hacia mi respuesta, hacia mi razón y justificación. Ha- ¿Por qué estás haciendo esto? -cia la muerte, como todos, pero yo eligiendo el camino.

Avanzo por un largo corredor oscuro, sin puertas ni ventanas. Sin miedo a chocarme o a caer. Sé hacia donde me dirijo sin saber a donde voy. Lo hago porque quiero. ¿Por qué estás haciendo esto? Lo hago porque-

¿Por qué estás haciendo esto?
Porque quiero cambiar.

Avanzo, a ciegas, peinando una pared cuyo fin ya siento venir. Y será ese también el fin de mí, pues lo que encuentre al final me cambiará.

El presente deja de fluir: frente a mí hay una puerta. Mi cuerpo tiene tanto miedo…
Empujo la hoja y la luz saliente hiere mis ojos. La claridad es tal que nubla la vista. Y ante mí… ante mí… ¡Vos, hijo de puta!






Image Hosted by ImageShack.us


— ¿Lo qué? —preguntó sorprendido Anaxágoras.
— Vengo a ver al Oráculo para pedirle consejo y… ¡me encuentro con el delincuente más buscado de todo Aden!
— Epa epa, esa es una grave acusación —dijo, poniéndose de pie.
— Tu eres Anaxágoras, falso profeta, convicto prófugo, violador compulsivo de la ley, sicofante mentiroso y hereje, corruptor de la juventud, pirómano traidor a la patria, falsifi-
— Seh seh, conozco de memoria la listita. Debés ser uno de los tantos pueblerinos que se tienen por sabios sin serlo, ignorando la verdad frente a sus narices.
— ¿Qué verdad?
— Qué todos esos crímenes de los que me acusan no fueron obrados por mi mano, sino por la de mi primo malvado… Anaxímenes.
— ¿Por qué habría de creerte?
— ¡Por Zeus! ¿Qué no lo ves? Tan solo observa su cara y dime que no es un criminal. Te digo que soy víctima del prejuicio y la ineficacia: como la ley no se las ingenia para encontrar al malvado Anaxímenes, me culpan a mí en su lugar, acusándome de ser él, teniendo como única prueba una presunta similitud física. ¡Pero por favor! ¡Soy un Hombre Santo carajo!
Todo eso lo decía mientras envolvía el cuerpo del Oráculo en una alfombra y lo escondía detrás del trono.
— Qué más da —dije—. Recorrí un largo camino en busca de una respuesta. Ahora estoy igual que como empecé… Volveré por dónde vine.
Agaché la cabeza y me dispuse a salir, cuando Anaxágoras, quizá percibiendo mi angustia, me retuvo del brazo.
— ¡Espera! —exclamó, y tras una breve pausa agregó— ¿No tienes unas monedas que te sobren para darme?
— No.
— Entonces vete.
Agaché la cabeza nuevamente y me volví a disponer a salir, cuando Anaxágoras volvió a retenerme.
— Ahora me dio curiosidad. Contame qué le ibas a preguntar.
— ¿Para qué? No tiene caso contarte nada a ti; no podrías ayudarme.
— Necesito saberlo… Soy obsesivo compulsivo.
Estaba por retirarme cuando noté que el rostro del profeta comenzaba a ser escenario de un sin fin de tics y gestos involuntarios. Me apiadé. Coloqué un almohadón sobre la mancha de sangre fresca del sofá, me senté y comencé a contar por primera vez las penas que me venían atormentando desde hacía meses.
— Me llamo Sylvain Kastendeuch y desde que tengo memoria carezco de ocupación. No diré que soy artista, pues no me creo talentoso ni hábil, pero me veo a mí mismo fascinado ante la sublimidad de la vida… Uno a uno se me fueron los años mientras espectaba al mundo en inerte contemplación, gozando en constante ataraxia. Y no fue sino hasta hace unas pocas semanas que desperté de ese sueño embriagador y me di cuenta qué tan lejos me había arrastrado la corriente… Me enamoré.
» Conocí, por obra del destino, a la más bella de las mujeres. La más bella, la más virtuosa, la más pensante… La vi de lejos, sin animarme a hablarle. Me sentía demasiado inferior… Me supe débil, pobre e inmaduro. Con angustia confronté la idea de que esa mujer era mucho para mí. Yo, que soy demasiado viejo para aprender y demasiado joven para olvidar, debía tolerar en mi interior, noche tras noche, a mis emociones batallando, mis caprichos infantiles aferrados, mis humores ambulantes.
» Desde entonces cada noche se desata en mí una tempestad emocional que me erosiona el alma, y por eso vine aquí, buscando un consejo, una respuesta… o esperanza acaso, pues siento haberla perdido, junto con mi voluntad para seguir adelante…
Anaxágoras, que hasta entonces había permanecido en silencio, con la mirada clavada en la nada, dilucidando emociones más que palabras, exclamó:
— ¡Peeeero che, estás hasta las bolas de problemas vos eh! ¿No pensaste en dejarte crecer el flequillo? Así podés ver la realidad desde otra perspectiva, digo. No te afectaría tanto la profundidad de tu abismo si perdieras la visión bifocal.
— ¿Me estás cargando?
— No no, lejos de mí. Todo lo contrario: quiero ayudarte. Pero para eso necesito que vos me ayudes a mí a ayudarte.
— ¿Cómo se que puedo confiar en ti?
— Y… vas a tener que escuchar a tu voz interior…
En ese momento se oyó una débil voz decir:
— Ayúdenme… Sigo vivo…
— ¿Qué fue eso? —pregunté.
— Erhm, nada —se apuró a responder Anaxágoras, lanzando una mirada nerviosa al trono del Oráculo—. Tenemos que irnos. Hay mucho por hacer.
— ¡No lo sigas! —continuó el oráculo, con voz quebrantada—. Preveo ruina y dolor para todo aquel que siga el camino del falso profeta… ¿Hola? ¿Ya se fueron…? Puta madre…


Continuará...

8 de mayo de 2008

Psi

Ego: ¿Cuánta gente podía entrar en un colectivo? El record se supera día a día. Lejos quedaron la máquina expendedora de boletos y el concepto de espacio personal. No me quejo, sin embargo —este grotesco amontonamiento humano representa lo más parecido a un mimo que tuve en meses. ¿Pero qué es eso de ahí? ¿Un espacio libre acaso? Acudo a él inmediatamente. Disculpe. Permiso. Perdón. Suélteme señor. Permiso… Ahh ahora sí; cómodo y seguro como si tuviera una Carefree. Un play a la derecha y ya vuelve a tocar Sonata Arctica. Hoy función especial solo para mis oídos… A ver qué encontramos alrededor… Wow… Mirá lo que es eso… Ninfa bella como ninguna. Con Dios como testigo que, desde que empecé a trabajar en Belgrano, me toca cruzarme con los más voluptuosos ejemplares. Desde la inocente flaquita quinceañera carilinda en jumper hasta la operada secretaria ejecutiva petera. Pero esto… ¿Cómo definir lo que veo cuando su imagen me roba el aliento? Mirala… estructuralmente perfecta. De tipología ectomorfa, brazos finos, manos pequeñas y delicadas. Su piel, clara y pura como la luz de la mañana. Su cabello, largo y castaño, como las espigas de trigo acariciadas por la brisa. Su cara de muñeca de porcelana, digna de ser recorrida suavemente con las puntas de los dedos. Sus…
Id: ¡Tetas!
Ego: ¡Aijuna! ¡¿Quién anda ahí?!
Id: La única parte de vos que no es un gotiquito maricón loser.
Ego: Aham… ¿Y es normal que te escuche hablar dentro de mi cabeza? Pregunto en serio, porque empecé a tomar Actimel y tengo miedo de que sea un efecto secundario.
Id: ¡Silencio! En vez de hablar boludeces andá pensando qué vas a hacer con esta piba.
Ego: ¿Hacer cómo? Pará, estoy volviendo a casa después de una ardua jornada laboral. Probablemente ella también; seguro no querrá que la molesten. Además el colectivo está lleno de gente. No se puede hacer nada.
Id: Te faltó decir que lo único que querés hacer es llegar a casa y loguear en el Lineage…
Ego: También.
Id: Subir un buen 3 o 4%…
Ego: Bastante bien.
Id: Cafecito, pajita y a la cama. Con eso ya rindió el día…
Ego: ¿Estás siendo sarcástico?
Id: Oíme, arbolito de navidad, no se ni me interesa saber cómo te las habrás arreglado todo este tiempo para que no te exploten esas bolas de adorno que tenés de tanto no ponerla, pero te juro por mi Dios que si no te le acercás a esa pendeja voy a retorcer tanto tu libido que solo vas a poder calentarte con pornografía homosexual de japoneses amputados.
Ego: Ok, ok. Qué carácter de mierda… Ahí voy. Permiso. Perdón. Disculpe. Muévase señora, con esa muleta estorba el paso. Un poquito más y… ya está, me le puse al lado. La caprichosa disposición de asientos del 41 quiso que frente a ella no se encuentre otra cosa que un gran vacío, por lo cual más que sentada está desparramada en su butaca. Y heme aquí, a su derecha, aferrado al pasamanos.
Id: ¡Mirá lo que son esas tetas papá!
Ego: Una delantera importante.
Id: Decir eso es quedarse corto. La piba está con una blusita blanca sin mangas y con un escote abismal. Mirá como bailan las nenas al ritmo del samba.
Ego: Pará man…
Id: Y encima es tan delgada. La cinturita, el cuello y los hombros —todos talla S— hacen verse esas tetas aún más grandes.
Ego: Pará. En serio te digo.
Id: ¡Y no usa corpiño!
Ego: ¡Aah, me estoy calentando! ¡En el colectivo! ¡Y con jogging! ¿Quién podrá ayudarme?
Super-ego: Este es un trabajo para…
Id y Ego: ¡Super-ego!
Super-ego: Fetivamente.
Id: ¡Vos, malparido hijo de una gran puta! ¡Por culpa tuya el pibe tiene menos alegrías que Palestina!
Super-ego: ¡Já! Si fuera por vos se la pasaría frotándose contra toda cosa que remotamente se pareciese a una mina. Gracias a mí no está en cana.
Id: Y en cana por ahí la pasaría mejor. Al menos el carcelero existiría fuera de su propia fucking mente.
Super-ego: Y vos la pasarías fenómeno con la cantidad de veces que le romperían el culo. Digo, como no le salió eso de autoempomarse…
Id: Pero si hubiera funcionado hubiera estado buenísimo.
Ego: Erhm chicos, sigo acá.
Super-ego: Mirá flaco, yo no te voy a amenazar ni te voy a mentir. Te voy a decir las cosas como son.
Ego: Ajá.
Super-ego: Si seguís haciéndote el bocho con esta mina lo único que vas a conseguir va a ser llamar su atención. La piba te va a mirar, va a advertir tu anatomía alterada y tu mirada libidinosa, te va a mandar a la mierda, vas a atraer la atención del resto de los pasajeros, te vas a poner nervioso, te va a dar un ataque de pánico y vas a desarrollar una fobia que te va a impedir subirte a otro colectivo por el resto de tu vida.
Ego: Ajá… Bueno, eso es lo que me dice el angelito. ¿Qué piensa el diablito?
Id: Conociéndote, probablemente pase eso. Por ahí en vez del resto de tu vida es por un par de años nomás.
Ego: No parece estar dando mucha bola a lo que pasa a su alrededor. Está jugando al solitario con el celular… Hmm de a poco se va vaciando el bondi. El flaco a mi izquierda la está relojeando peor que yo.
Id: ¡Es tu mujer! ¡No lo permitas! Dame el control de tu mano izquierda que lo mato.
Ego: Ya lo tenés, y mi mano la tenés en mi bolsillo haciendo no se qué hace diez minutos.
Id: Sorry, la costumbre.
Ego: Además ya se baja el flaco. Me muevo más a la izquierda. Rinde más el spot.
Super-ego: Ok. Ya no queda gente parada y le estás viendo el escote a tu amada desde un lugar privilegiado. No problem. Lo único que te pido es que bajes un cambio y controles la cantidad de libido que estás recibiendo del otro porque vas a quedar culo pa’arriba. Dame un poco de bola a mí y-
Id: ¡Mirá! ¡La piba se inclina hacia delante!
Ego: ¡Se le ve todo man!
Super-ego: Daaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.
Id: ¡Las tetas man! ¡Las tetas! ¡Toma libido hijo de puta!
Ego: ¡Dame¡ ¡Dame! ¡Dame!
Id: ¡Llevatela toda!
Ego: Asd asd asd asd asd asd. ¡A ESE DE!
Super-ego: Qué hijos de puta… Sorry que interrumpa, pero el asiento detrás de la nena se desocupó, y está al lado tuyo. Si no te sentás tu pajerismo va a quedar en evidencia… todavía más.
Ego: Y sí, me siento. Bajo un poco el rush de paso.
Id: Mirá como se muerde las uñitas.
Ego: Hmm.
Id: Más que morder, es como si se chupara la punta de los deditos…
Ego: Ay…
Id: Imaginate si en lugar de sus dedos tuviera pijas.
Super-ego: ¡Basta man, eso ni siquiera tiene sentido! Necesito recuperar terreno. A ver flaquito, ponete a recordar alguna de tus experiencias pasadas con mujeres. Cualquiera, da igual.
Ego: Hmm… Uh… Uh…
Super-ego: Sorry por el bajón. Ahora que tengo tu atención, te voy a decir un par de cositas. Toda tu vida la viste pasar. Esto no es una película dónde todo sale bien. Cualquier interacción que tengas con la nena adelante tuyo va a concluir en que vuelvas a casa sólo, sintiéndote como un boludo y deseando haberte quedado en el molde. Paso antes, pasará ahora.
Ego: Tenés razón…
Super-ego: No es de mala onda; simplemente funcionan así las cosas. Te sugiero que dejes de pensar en ella y mires para otro lado, porque se va a bajar antes que vos y vas a sentirte mal.
Id: Acercá la cabeza y sentile el olor del pelo.
Ego: Pará flaco, tiene razón el otro. Ni da hacerse la película por algo así.
Id: Maricotas.
Ego: Chupala.
Id: Tuviste a Pepe Grillo diciéndote mierda al oído toda tu adolescencia, y vos siempre haciéndole caso. ¿Qué sacaste de eso? Dependencia. Miedo. Inseguridad. ¿Qué esperás seguir sacando de él? Yo seré un egoísta hijo de puta, pero las veces que me diste pelota te llevaste buenos momentos que aun recordás. Y en los peores casos, historias para contar.
Ego: Eso sonó demasiado racional para venir de vos.
Id: Tenés razón. Mirá cómo se acaricia la mejilla con la punta de los dedos. Pelá la japi y empezá a tocarte.
Super-ego: Hmm, a ver qué tengo por acá. Culpa, ansiedad, sentimiento de inferioridad. La lista sigue. ¿Te gusta alguna en particular o puedo girar una ruleta y la que toca te toca?
Ego: ¡Bueno basta! Me tienen podrido los dos. Debería estar escuchando a Sonata Arctica, no a ustedes.
Id:
… Go around and see another side of the tree. All I want is to be untamed and free…
Super-ego:
… One night at the town and I'm hell bound. Black oceans beneath come and swallow me
Ego: ¡Shhh! Ok, busquemos una solución que deje contentos a todos… Un trato. Aunque sería más como una apuesta. Suelo ser el último en bajar de este colectivo, habiendo recorrido las últimas paradas como único pasajero. Si la señorita se queda junto a mí y bajamos juntos, yo voy a…
Id: Comerle la boca sin mediar palabra.
Super-ego: Sonreírle tímidamente, dar media vuelta y volver a tu casa satisfecho.
Ego: No. Voy a… hmm… pedirle la hora.
Id: Ah bueh.
Ego: Es perfecta. Mi celular no tiene batería. Bajo, veo la pantalla en blanco, la miro a ella y le pregunto si tiene hora… Y después vemos qué pasa. ¿Estamos?
Id: Y bueh, me tenés acostumbrado a tan poco… Seguro se baja antes igual
Super-ego: Vas a quedar como un boludo, pero bueh. Seguro se baja antes. Ojalá.
Ego: Bueno, ahora no me jodan por un rato; quiero escuchar música y verle el pelo a la niña por un rato…
We only have one candle to burn down to the handle. No matter what they say, if you live like a man, you live in the tales you tell. Epa, ya pasaron quince minutos. Me bajo en la próxima. ¡Y la chica sigue acá! ¡¿Qué hago?!
Id: ¿Eh? ¿Qué pasó? Me re colgué. No se qué dijiste, no estaba escuchando. Igual te recomiendo que te toques.
Ego: ¡Ella baja también!
Id: Epa. Esto se va a poner bueno.
Super-ego: ¡Aborten la operación!
Ego: ¡Se abren las puertas!
Id: Tranqui pá, vos dejame a mí.
Ego y Super-ego: ¡Jesucristo! ¡No!
Id: Te ponés la gorra flaquito.
Ego: Baja ella. Bajo yo. Fue, yo me mando. Saco el celular para ver la hora. Oh, sorpresa, se quedó sin batería. Me hago bien el boludo y le pregunto.
Rodrigo: Erhm, disculpá. ¿Tenés hora? Ah, ¿tenés que sacar tu celular? Sorry la molestia. Al mío se le murió la batería. Tecnología obsoleta.
Ella: Son las 17.20.
Ego: Es hermosa… Pareciera un hada. El cabello rojizo, prolijamente recogido. La carita tan blanca. Los ojos celestes de mirada fija. ¿Mirada fija? ¿Por qué frunce el entrecejo?
Ella: Tu cara se me hace familiar. ¿Te conozco de algún lado?
Ego: !!!
Ella: Si, te me hacés conocido, ¿pero de dónde…?
Ego: WTF?! ¡¿Qué hago?!
Super-ego: ¡Te reconoció! ¡Corré!
Id: ¡Pegale en la cara y corré!
Ella: ¿Dónde vi tu cara antes?
Rodrigo: ¿Pasaste por la comisaría últimamente?
Ella: No. ¿Trabajás ahí?
Rodrigo: No, pero seguro tienen mi foto en exposición.
Super-ego: ¡Jesús, María y José! ¡¿Qué mierda fue eso?!
Id: La hiciste reir. Ya es tuya man. Preguntale si tiene webcam y una hermana gemela.
Ego: ¡Silencio! Vuelvan a sus… formas… inconscientes. Ahora me encargo yo.
Rodrigo: Hasta hace poco atendía un cyber acá a una cuadra. Por ahí pasaste alguna vez…
Ella: Sí. Iba hace un tiempo.
Rodrigo: Sí… Ahora me acuerdo de vos. Tu cuenta era Isobel. ¿Vas por este lado?
Ella: Sí… ¿Querés un chicle?
Rodrigo: Dale.
Super-ego: Seguro quiere decir que tenés mal aliento.
Ego: ¡Shhhhhhhhhh!

1 de enero de 2008

Identidad

Bienvenido. Soy una persona-concepto. Soy lo que se me ocurre en el momento. Soy un turista emocional. Soy todo lo que determinó aquello que no soy.
Soy el recuerdo, soy el momento, soy la idea. No soy esta carne, soy lo que quiero ver. Quiero ver lo que no soy. Soy lo que no me gusta. Me gusta lo que soy.
Soy una persona complicada. Soy una canción diferente cada día. Soy palabras. Soy todo y nada a la vez.
No soy esta piel, no soy este color, no soy este peso, no soy esta voz. No soy lo que ves.
No soy lo que querías que fuera.
Soy el deseo, el calor, la música. Soy la vida, algo demasiado grande.
Soy lo que pudiste haber sido.
No soy para vos.

14 de octubre de 2007

Vergüenza

Fue al despertar, en ese momento en que una no recuerda su nombre pero sí quién ha sido. La novedad del escenario no resultaba sorpresa; nada nuevo, nada imprevisto. Y con ojos cristalinos un mantra: “otra vez”.
Las emociones se potencian con la resurgencia de la memoria. Entonces siento agonía y confort. ¿Será la humedad de las sábanas? ¿Será tu saliva en mi hombro? Me estremezco explorando las grietas de mi espíritu mientras acaricio tu pelo con dulzura. Te ves tan suave.
Fantaseo con despertarte y conducirte de la mano a las profundidades de mi ser (de una manera más figurativa). Enseñarte uno por uno los horrores de mi persona. Aquello que no sabrías ver, aquello que no te dejo ver. Con palabras de afecto te explicaría qué fórmula afectiva representás para mí. Tus lágrimas no pueden apagar mi fuego.
Mirando el techo repito en susurros palabras que intento creer. El perpetuo tormento de saber quién se es. Por todo eso te pido perdón.
La sensibilidad regresa a mi cuerpo y con ella las ideas. Cierro los ojos pero los aromas me confunden. La última parte conceptual dentro de mí lucha por arrebatárteme. De nuevo fallo y comienzo a besar tu abdomen. Me disuelvo en la sensación. Tus manos despiertan y alcanzan mis mejillas. Te quiero demasiado para decirte que te quiero.
Pronunciás palabras que no me intereso en escuchar. No soy hipócrita. Lo que ves es lo que hay y nada más. Tu pasión colisiona con mi inercia.
Aumenta el calor. Vos y yo somos un mecanismo, pero guardo silencio. Tus uñas surcando mi espalda me indican que la ilusión se acerca a su fin. “Te amo” repetís. Te amo.
Tu mirada se convierte en expectante y no puedo hacer otra cosa que bajar la cabeza. Para disimular vuelvo a besar despacito tu abdomen con cuidado de no derramar una lágrima delatora. Disfrazando fervor como sentimiento, disfrazando sentimiento como fervor. Mi yo conceptual regresa para instalarse en mi garganta. La acostumbrada amargura que me es imposible abandonar del todo. La necesito.
Perdón.