El aire se siente frío sobre mi piel húmeda. Mis manos están conmigo, mi mente está en otro lado. Unos ojos pardos me invitan a perderme en un mundo de reveses. ¿Qué veo ante mí sino a una idea apetecible? La nuestra ha sido una existencia en espiral.
Tu imagen y mi tacto conformando una sensación. Mi garganta anudada entre dedos serpentinos. Tu palidez tan suave, como acariciar arena de noche. Quisiera tantas cosas en este momento.
Cierro los ojos y mi cabeza se inclina. Te imagino supervisándome con curiosidad y deleite. Los vuelvo a abrir y allí sigues, siempre, engañando un poco a mi soledad. Nadie más que yo sabe apreciarte. Nadie más que yo merece amarte.
Las siluetas se unen en cristalina simetría. Un único aliento repartido entre dos bocas; realidad y fantasía coexistiendo en un extraño beso. Si hay amor no hay egoísmo, solo deseo.
En este momento no pienso más que en lo que hago, y lo que hago es lo que soy. ¿Y qué de mí en tu ausencia? No existo cuando no me ves. ¿Y qué de mí en tu tragedia? Tu herida es mi dolor.
El movimiento intenta seguirle el ritmo a la mente. Ideas van y vienen, cegadas en la oscuridad, tanteando los bordes de penas y pesares, tropezando con ausencias. La imagen es vulgar y mecánica; el deseo dentro es profundo como un agujero negro. ¿Pero qué sabrás tú de deseos? Para ti siempre fui solo una imagen.
La biología sigue su curso y me veo en la necesidad de arquear la espalda. En el interior unos segundos de claridad pronto cubiertos de oscura turbulencia. En el exterior mi cuerpo temblando, mi estómago revuelto y dos arroyos cálidos limpiando el sudor estático de mi rostro. Con vergüenza bajo la mirada mientras imagino tu sonrisa dulce y sádica del otro lado del espejo.
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