No estoy acá. Yo sé que no estoy acá. No quiero estar acá. Pero no necesito querer no estar acá. Porque no estoy acá. Sigo en el hospital y nada de esto es real. No lo estoy viendo. No lo estoy sintiendo. Es mi cerebro que se está cerrando. Está reacomodándose. Está recreando lo que espero sentir en este momento. Pero no es más que eso. Esto no existe. No hay luz. No hay una aterradora sensación de paz. No estoy flotando ni viéndome a mí mismo. Sé dónde estoy. Sigo en el hospital. Sigo siendo yo.
Sé lo que es esto. Lo leí. Es mi cerebro que se está cerrando. Es la falta de oxígeno. Es la glándula pineal descargando hormonas. Sigo siendo yo y esta luz no existe. No voy a entregarme a una ilusión. No quiero volver a verlos. Ustedes no existen. Ya no existen. No estás ahí. Aunque te vea de nuevo. Aunque estés despeinada y quiera peinarte. O vayamos hasta el río paseando en bicicleta. O el cielo esté naranja. O te esté besando durante toda nuestra vida. O te me vayas de nuevo, entre mis manos, mientras tu cerebro se cerraba.
No estamos llorando. No estamos acá. Sigo en el hospital. Sigo allá abajo. Aunque no quiera estar ahí acostado. Aunque quiera estar acá con vos. Bajo el cielo naranja. Así abrazados. Y sentir de nuevo tu olor. Y peinarte con los dedos como entonces. Y pedirte que ya no llores. Y prometerte esta vez no dejarte ir.