8 de diciembre de 2009

Interludio

Quien entre a este blog y observe las fechas de publicación de las dos primeras partes de esta maravillosa remake de Edipo Rey puede llegar a creer que me llevó varios meses escribir cada acto. Meses de arduo esfuerzo y búsqueda de inspiración, de ensayos, idas y venidas, frustraciones, bloqueos y eurekas gritados en la bañadera; un colosal peaje mental y emocional absolutamente obligado en pos de crear aquel texto perfecto que deleitará los sentido del mencionado lector, dejándolo con una sensación de maravilla que bien hará valer todas las penurias atravesadas por quien escribe.

Uhm, no, pensándolo bien, esa es la clase de idiotez que pensaría uno de los energúmenos que dejan comments en LIA. Cualquiera de los lectores de mi blog creería que soy un vago hijo de puta que me cuelgo por meses con jueguitos pelotudos y me olvido que tengo una obra a medio terminar. Y no se equivocarían.

Lejos de evitar el palo que me merezco, me propongo dedicar la totalidad de este update a hablar del nuevo vicio que consume mis horas, mi salud y mi vida social:

Dragon Age!



Antes de empezar dejemos por sentado algo: no todos los juegos de rol son para gente enferma. Esos son solo los juegos de rol de mesa. Los videojuegos de rol son, en muchas ocasiones, jugados por gente de bien.

De movida no te estás juntando en una habitación oscura a tirar dados con otros tres jóvenes-adultos con sobrepeso y barba en el cuello, cada uno interpretando una representación totalmente idealizada de sí mismo cuyo nombre es una variación de “Lestadt”, con una playlist de Apocalyptica sonando de fondo.

En un videojuego de rol no hay nada de eso. No hay gordos, no hay dados, no hay Apocalyptica. La acción transcurre en tiempo y forma, y cuando se torna un poquitín demasiado para el lado homoerótico siempre podés altabear al YouPorn y ver un videito de lesbianas para recuperar la homeostasis.

Al igual que muchos, mi primera gran experiencia con un videojuego de rol vino de la mano del Baldur’s Gate. Primera y última, porque terminada la saga, no salió ningún otro juego que le hiciera sombra por una década. Pero eso fue en los ’90, cuando los juegos eran buenos y no existía el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad que luego condicionaría el mercado.

Pasarían años para que volviese a interesarme en un videojuego de rol. Naturalmente excluyo de esta categoría abominaciones de la talla del Diablo 2 o el Lineage. Estas aberraciones poco tienen que ver con el verdadero rol.

En el The Witcher —hace un par de años— encontré la chispa que creía apagada tras los créditos finales del Baldur’s Gate.



The Witcher es un híbrido que salió bien. Tenés un solo personaje para elegir y controlar, la progresión es prácticamente lineal, el área a explorar es más bien restringida, el combate demasiado básico y la magia se limita a cinco hechizos más dignos de un Obi Wan Kenobi que de un Gandalf.

Y aun así es un excelente juego de rol.
¿Qué lo hace un excelente juego de rol? —se preguntará el lector (o no, porque cerró el Explorer ni bien vio que no iba a hablar de Edipo). Sencillo: la posibilidad del jugador de afectar, a través de sus acciones y decisiones, el transcurso de la trama.

Un momento que me quedó presente en The Witcher fue cuando me crucé en plena noche con un elfo traficando mercancias con un humano de mala pinta. Vale aclarar que en esta copia de la Tierra Media los elfos son poco menos que terroristas marginados por la sociedad, que viven en la espesura del bosque y cada tanto se asoman al pueblo a meter flecha a los humanos para punguearles las zapatillas, según ellos pa’ poder comer.

Entonces me encontraba ante el dilema: matar al elfo traficante o dejarlo que siga con lo suyo. El tipo me explicó que estaba comprando mercancías para repartirle a los pibes de la villa. Como a mí no me afectaba decidí hacer la vista gorda y me fui a matar algún otro bichito por ahí.

Tiempo más tarde, en otra ciudad, entro a una taberna lo más pancho y me encuentro un ambiente de velorio. Literalmente de velorio, porque me entero —por medio de una muy bien realizada cinemática— que el elfo al que le permití traficar suministros aquella noche llevaba en sus cajitas no solo comida pa’ lo’ pibe’, sino unas nada amistosas flechas de tres puntas diseñadas exclusivamente para perforar armaduras, y que dichas flechas en manos de dicho elfo sirvieron para terminar con la vida del flaco que, de seguir vivo, probablemente me estaría dando un par de quests, junto con las gracias por haber impedido que dicho elfo con dichas flechas terminasen con su vida en dicho atentado.

Fue entonces que me di cuenta del chasco del juego: lo que hacés y decís repercute a largo plazo. Está hecho de manera tal que no puedas volver atrás si no te gusta cómo se dio algo, o para probar otras posibilidades. Acá te mandás la cagada y te enterás dos días después, cuando ya hiciste diez quests, mataste ochocientos bichos, pasaste dos bosses difíciles y pisaste el savegame incontables veces.

La elección de caminos se vuelve aun más complicada cuando se enturbian los conceptos de bueno y malo. En The Witcher no hay una opción legal-buena que haga a todos felices, y una caótica-malvada que te haga acreedor de un lugarcito en los juicios de Nuremberg. Cualquier camino que elijas va a beneficiar a algunos y perjudicar a otros. Las facciones que te cruzás están siempre en un punto medio a nivel moral. Incluso los personajes más benevolentes, tras recibir tu ayuda, terminan jodiéndole la vida a más de uno.

En conclusión, de no ser por el “factor rol”, The Witcher sería un juego de acción estandar. El rol es lo mejor del juego, lo que me atrajo en un primer momento y lo que me hace recordarlo aun hoy.



Transportémonos al presente, el momento en que estás. Y todo me demuestra que al final de cuentas termino cada día empiezo cada día con dos palabras en la cabeza (más un subtítulo): Dragon Age (Origins).

Hoy están todos hablando del Dragon Age como el videojuego de rol de la década, sucesor espiritual del Baldur’s Gate. ¿Qué será eso de “sucesor espiritual”? Yo lo interpreto como que el Baldur’s Gate era Dios, y luego de transmitir Su evangelio y ascender de vuelta a Su Cielo nos hace esperar diez años para enviarnos a Su hijo, Dragon Age, para que lo torturemos y ejecutemos a pesar de que lo único que quería era derrumbar el judaísmo.

Y de tortura y ejecución el Dragon Age sabe mucho. Tanto así que su leitmotiv es un salpicón de sangre. El juego se esfuerza en decirnos “¡el rol creció, ahora es para hombres!”, mientras nos vierte hectolitros de sangre en la cabeza, pone a todo volumen Rock is dead de Marilyn Manson y pretende gritar “Fuck yeah!”, pero EA Games le tapa la boca y nos dice que las puteadas las tendremos comprando el contenido descargable.

Historia épica, sucesor espiritual, sangre, dragones, rocanrol, sangre, más sangre. De donde yo vengo, esa combinación tiene como resultado ¡el mejor videojuego de rol de la historia!



Ehm, no.

Dragon Age no es ni de lejos la evolución del Baldur’s Gate. Osea sí, tiene muy buenos gráficos, pero a esta altura eso es como decir que mi casa tiene puertas (aunque también es cierto que no hubiera podido decir eso en 2002, cuando me tocó pasar una temporada viviendo debajo de un puente). La historia es monstruosamente simple, breve y trillada; podría resumirse como: “se viene la invasión de orcos. Matalos”.

Podés crear al personaje principal a tu imagen y semejanza. A nivel facial, al menos, porque en otros aspectos el asunto es totalmente genérico. Podés hacerlo guerrero, ladrón o mago; cada clase con cuatro especialidades, la mayoría demasiado parecidas. Tu personaje es el único que no habla en voz alta, así que olvidate de desarrollar por él la más mínima noción de aprecio.

La variedad de ítems es mínima, ya que hay pocos verdaderamente buenos y seguramente termines usándolos, traicionando tu fantasía de usar un arco confeccionado con la médula espinal de un hobbit, en pos de otro de madera que da +4 a Destreza.



El factor rol está en pañales. ¿Querés que te vaya bien, ser amigo de todos y llenarte de plata? Convertite en el mercenario más dulce, comprensivo y políticamente correcto del reino. La interacción estandar sería: entrar en la casa del ciudadano doliente —sin ningún tipo de invitación—, hurtarle cualquier objeto que lleve encima —sin ningún tipo de penalidad—, preguntarle por qué está mal, mostrarse comprensivo y comprometerse a ayudarlo, mientras tus compañeros abren todos los cajones de la casa buscando la platería.



Una posibilidad medio creepy que te da el juego es la de sociabilizar con tus compañeros de viaje. Podés llevarte bien o mal con ellos, hacerte amigo, conocer sus pasados y hasta mantener relaciones sexuales con algunos de ellos. Sí sí, todo eso que no hago en la vida real lo canalizo a través de un jueguito.

Aunque no necesariamente tenés que cogerte a tus compañeros. Podés ir a un burdel específicamente a seleccionar a una víctima sobre la que volcar tu ya fermentada libido.

En lo personal, creo que marcó un antes y un después en mi experiencia como jugador el haber visto a mi personaje desnudo, todo salpicado de sangre, preparándose para coger con una enana…



Aunque convengamos que peor hubiera sido encamarse con un enano.



El Dragon Age es bastante cuadrado, sí, pero eso no evitó que pase mis buenas 120 horas jugándolo. A pesar de ya haberlo terminado, aun sigo con ganas de empezar de nuevo con otro personaje. Y luego están las descargas de contenido, que tienen pinta de tener cierta periodicidad y que aun no probé… En otras noticias: tercera y última parte de Edipo programada para invierno de 2015. ¡No se la pierdan!

21 de julio de 2009

Edipo Reimaginado, acto 2

(Creonte, muy emocionado, entra súbitamente.)

Creonte: Ciudadanos, informado de la acusación lanzada contra mí por Edipo, nuestro señor, vengo a vosotros, pues no pienso soportar esas palabras terribles. Sepan esto: no tengo absolutamente nada que ver con la muerte de esas dos prostitutas atenienses menores de edad. Hay toda clase de evidencia que demuestra que esa noche me quedé hasta tarde en el templo, ofreciendo sacrificios al gran Zeus para que vele por la seguridad de la polis. Además, es bien conocida mi desvinculación total del ambiente nocturno tebano desde mi internación hace seis me-
Corifeo: (llamando la atención de Creonte) Psst, negro… Es lo otro, lo otro.
Creonte: (por lo bajo) ¿Qué otro? ¿Lo del barba?
Corifeo: Sí. El ciego se fue de boca y a Edipo se le soltó la cadena. Batió que el viejo y vos estaban conspirando contra él.
Creonte: Cualquiera.
Corifeo: Ahora se le metió en la cabeza que vos sos un traidor. Que por envidia y sed de poder ingeniaste una conspiración y planeás matarlo…

(Pausa.)

Creonte: Es que estaba planeando matarlo. Pero ahora se pudrió todo. Tengo que remarla, dame una mano.

(De nuevo en voz alta.)

Creonte: Ciudadanos, informado de la acusación lanzada contra mí por Edipo, nuestro señor… en lo concerniente a una posible implicación mía en un acto de alta traición en pleno auge de la ola de desgracias que azota nuestras tierras… sepan que no quiero que mi vida sea más larga, pues no es un pequeño perjuicio sino un daño inmenso lo que me acarrean las palabras de nuestro Rey. El más grave de los daños, si esta ciudad me tuviera por traidor y si fuese para vosotros o sus amigos sospechoso de traición.
Corifeo: Es posible que esa injuria esté más inspirada por un arrebato de cólera que por la reflexión.
Creonte: ¿Sobre qué se funda Edipo para afirmar que fue instigación mía el que el adivino profiriese esas palabras falsas?
Corifeo: ¿En su autoindulgente imaginación? No lo se, pero puedes preguntarle a él. Ahí viene de su palacio.

(Entra Edipo.)

Edipo: ¿Aquí, tú? ¿Cómo puedes presentarte? ¡Tienes la audacia y el descaro de venir a mi casa, tú que manifiestamente quieres ser mi asesino y el usurpador de mi poder! Esos proyectos, esas astucias de serpiente, ¿suponías que las ignoraría o que, una vez descubiertas, no me defendería contra ellas? ¡Vamos, habla, en nombre de los dioses!
Creonte: Como yo te he escuchado, déjame responder de la misma forma a tus palabras y juzga con toda libert-

(Creonte huye corriendo.)

Edipo: ¿No te digo, Corifeo? Este Creonte es un traidor que me está haciendo una cama.
Corifeo: ¿Pero está usted seguro, señor?
Edipo: Sí, porque me acuerdo de tal vez que blablabla…
Corifeo: Ok, eso fue raro… Mire, señor, allí lo traen de vuelta.

(Dos guardias traen a Creonte sujeto de los brazos, lo dejan frente a Edipo y salen.)

Creonte: Como iba diciendo…
Edipo: ¿No me irás a decir que eres inocente?
Creonte: Si crees que la obstinación sin prudencia es un bien, te equivocas.
Edipo: Y si tú crees que puedes tocarle el culo a tu cuñado sin que este te corte las falanges, te engañas.
Creonte: ¿Qué grave perjuicio te he ocasionado? Dímelo.
Edipo: ¿Fuiste tú, sí o no, quien me aconsejó que debía enviar a buscar a ese augusto adivino?
Creonte:
Incluso ahora soy del mismo parecer. El viejo sabe mucho sobre muchas cosas. Y lo que no sabe lo inventa, con tal capacidad de improvisación que es para creer o reventar.
Edipo: ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde la desaparición de Layo…?
Creonte: Muchos años han pasado ya.
Edipo: Ese adivino, ¿ejercía su arte en aquellos tiempos?
Creonte: Lo hacía entonces, y era igualmente hábil e igualmente honrado.
Edipo: ¡Ahí está! Ves, te pisaste la cola vos solito. Culpable. A la horca. ¡Guardias!
Creonte: Que el viejo haya servido a Layo no es prueba de nada.
Edipo: ¿Sirvió a Layo y no le profetizó nada? ¿No les habló de mí?
Creonte: No lo sé.
Edipo: ¿No hicisteis acerca de aquella muerte pesquisa alguna?
Creonte: La hicimos, pero sin resultado. La policía científica se había quedado sin cabras que ofrecer en sacrificio. Solo supimos que lo habían matado unos bandidos.
Edipo: ¿Y el sabio adivino no dijo nada entonces de lo que dice ahora?
Creonte: No se ni qué dijo entonces ni qué te ha dicho ahora.
Edipo: Si no hubiera estado de acuerdo contigo, confiesa que jamás Tiresias habría afirmado que yo era el responsable de la muerte de Layo.
Creonte: Si tal cosa ha afirmado, tú lo sabrás. Pero dime, ¿no estás acaso desposado con mi hermana?
Edipo: Me es imposible responder que no a esa pregunta.
Creonte: ¿No compartes con ella el trono, teniendo igual poder sobre un mismo país?
Edipo: Sí, es una movida que hicimos para la reelección indefinida. Pero shhh.
Creonte: ¿Y no soy yo, como tercero, igual a vosotros dos?
Edipo: Precisamente, por eso te revelas como un pérfido amigo.
Creonte: De ninguna manera. Piensa. ¿Puede haber alguien que prefiera reinar con temor e inquietud a dormir tranquilamente, disfrutando, al mismo tiempo, de un poder idéntico? Por mi parte, deseo menos ser rey que disfrutar el poder de un rey. Hoy, sin tener preocupación ni responsabilidad alguna, hago lo que quiero y obtengo lo que quiero. Amistad, lujos, placeres; todo por ser hermano de la reina.
Corifeo: Ay Juancito…
Creonte: No tengo intención alguna de ser rey, si así estoy cómodo. ¿Quieres pruebas? Ve a Delfos y pregunta si lo que digo es mentira. Pero no acuses falsamente a un amigo basándote solo en vagas sospechas. Nos conocemos, Edipo. La de salas de baño que hemos recorrido vos y yo… ¿Y me hacés esto? Vamos…
Corifeo: Príncipe, para todo el que desea no dar un mal paso, Creonte ha hablado bien. Dar un fallo demasiado rápido expone a mil errores.
Edipo: Si espero inactivo, los proyectos de este hombre se realizarán, y los míos estarán condenados al fracaso.
Creonte: ¿Qué quieres hacer? ¿Obligarme a abandonar el país?
Edipo: No, quiero beber tu sangre directo desde tu cráneo hueco.
Creonte: No veo que juzgues con criterio sano.
Edipo: Por lo menos, juzgo en mi propio interés.
Creonte: Tienes también que juzgar en el mío.
Edipo: Pero tu naturaleza es la de un pérfido.
Creonte: Pero no me podés probar nada, papá.
Edipo: Pero hay que ceder ante quien manda.
Creonte: No si el que manda es un reaccionario ineficiente con delirios de inquisidor.
Corifeo: ¡Cesad, príncipes! Qué ahí viene la Yocasta.
Edipo y Creonte: Ahora vas a ver…

(Entra Yocasta.)

Yocasta: ¡¿Se puede saber qué pasa acá?! El país cayéndose a pedazos y ustedes dos discutiendo a los gritos como dos nenes. ¡Edipo, te vas ya para el palacio! Y vos, Creonte, a tu casa.
Creonte: Hermana mía: Edipo, tu esposo, encuentra justo hacerme padecer una terrible suerte. Entre dos males, ser expulsado de la tierra paterna o ser condenado a muerte, me da a elegir.
Edipo: No te doy a elegir. Te voy a matar. A vos y a todos los que te caigan bien.
Yocasta: ¡Edipo!
Edipo: Pero si lo he sorprendido tramando contra mi vida en pérfida conjura. Guardándose bien él de afirmar nada, me envió un siniestro adivino que dijo cosas feas de mis papás. ¡Fue horrible!
Yocasta:
Bueno bueno mi amor, venga acá, deme un abrazo.

(Yocasta le da un abrazo maternal a Edipo.)

Creonte: ¡Que el Corifeo nunca jamás sea feliz, sino maldecido y perdido, si alguna vez en contra de ti he querido cometer una acción como esta de la que me acusas!
Yocasta: ¡Basta ya! Creonte, si no te mata mi marido lo hará una venérea que te pegue alguna de las pendejas atenienses con las que te revolcás a razón de tres al día, así que yo tu lugar protestaría menos. Y vos, Edipo, últimamente encontrás conspiraciones hasta en el pan.
Edipo: No me digas eso. Vos viste esa rodaja. ¡Las semillas de sésamo claramente deletreab-
Yocasta:
¡En nombre de los dioses, Edipo! Cree en sus palabras, por respeto, ante todo, al juramento divino. ¿Crees que lo hubiera hecho de ser culpable de lo que lo acusas? La felicidad del Corifeo no se apuesta así de fácil.
Corifeo: No señor. Yo importo.
Yocasta: Y por respeto luego a mí misma y a todos los que están junto a ti. Cede, príncipe, y déjate ablandar. Te lo suplico.
Edipo: Bah, hagan lo que quieran. Ya me van a llorar cuando me muera.
Creonte: Bien claro se ve que tu odio cede solo de mala gana. Pero cuando se te haya pasado la cólera, lo sentirás tu mismo.
Edipo: Y veré cómo tu intento de traición fue totalmente bienintencionado.
Creonte: Claro.
Edipo: Déjame ya y márchate.
Creonte: Beso gorr.

(Sale Creonte.)

Yocasta: Ahora que estás más calmado, príncipe, muéstrame la razón que hizo nacer en ti tal enojo.
Edipo: Te lo voy a decir, esposa mía, pues siento por ti más respeto que por todos estos tebanos.

(Al pueblo, con ademán amenazador.)

Edipo: ¡Animales! ¡Eso es lo que son! ¡Inmundos animales, caídos de la gracia de Zeus! ¡Malditos sean! ¡Malditos sean todos!

(A Yocasta.)

Edipo: Todo proviene de Creonte y de la conjura que ha tramado contra mí… Pretende que soy el asesino de Layo.
Yocasta: ¿Y lo sos?
Edipo: No que yo sepa…
Yocasta: A mí me podés decir la verdad.
Edipo: Esposa mía, debes saber que a lo largo de mi vida yo no he matado sino a gente anónima y poco importante. Jamás me atrevería a cometer un magnicidio. Además, ¿cómo puedes confiar más en la palabra profética de un ciego bi-dente que en la de tu marido?
Y
ocasta: Tienes razón. No hay ningún mortal que entienda nada de profecías. Mira sino: hace tiempo, un oráculo de Apolo dictaminó que Layo, por entonces mi marido, iba a ser muerto por el hijo que engendrase conmigo. Temiendo por su vida, el rey tebano me arrebató a mi bebé de pocas semanas y se lo entregó, ensartado por los talones y colgando cual surubí, a un campesino, con la orden de llevarlo al campo y matarlo. Dos décadas más tarde, Layo muere fuera de su reino en circunstancias dudosas. Con esto ves que hasta los oráculos se equivocan.
Edipo: ¡Dímelo a mí! Yo era príncipe de Corinto. Cuando tenía alrededor de veinte años escuché el rumor de que era adoptado, por lo que decidí ir a Delfos y consultar al oráculo. Este solo me dijo que mataría a mi padre y me casaría con mi madre. Aterrado por el vaticinio, decidí no volver a Corinto y encarar para Tebas.
Yocasta: De manera tal que no se cumpliera la profecía de Apolo.
Edipo: Claro. Pero ni aun así me libraría de ajusticiar un par. Cuestión que cuando estoy saliendo de Delfos, un pelotudo me tira la carroza encima, con tal mala suerte que me hiere en los tobillos, los cuales los tengo heridos desde que tengo memoria. No me quedó más remedio que aniquilarlo a él y a toda su escolta, excepto a uno, que perdoné para que pudiera contar la historia.
Yocasta: ¿Dónde dices que fue eso?
Edipo: En un país que se llama Fócida, en el punto donde se unen los caminos que vienen de Delfos y Daulia.
Yocasta: Ah, cerquita de donde murió Layo junto a su séquito. Sigue contándome.
Edipo: Y bueno, encaré para Tebas, atendí a la Esfinge, me proclamaron rey, me casé con vos, tuvimos cría y acá estamos, intentando resolver el enigma de la muerte de Layo, para librar a nuestras tierras de la plaga.
Yocasta: Sabes, ahora que recuerdo, hubo un testigo sobreviviente a la masacre de Fócida. Un esclavo que, luego de narrarme los detalles sobre la muerte de Layo, me suplicó, cogiéndome de las manos, que lo enviase al campo a trabajar de pastor, cosa que hice de buen grado porque Zeus sabe que odio tener esclavos que me toquen y el verdugo justo ese día tenía franco.
Edipo: Qué oportuno que recuerdes ese pequeño detalle a esta hora. ¿Podría venir aquí en seguida, para que le interroguemos?
Yocasta: Ya mismo lo mando a traer. Tengo unos alfileres de marfil con su nombre.
Edipo: Y ya que vas para el palacio, hazle una generosa ofrenda a Afrodita y espérame con una manzana de oro a mano. Ya vas a ver lo que tengo en mente.

(Yocasta entra al palacio.)

Edipo: Otra que el caballo de Troya…
Corifeo: Ehm, señor.
Edipo: ¡Eh! ¡¿Seguís acá vos?!
Corifeo: Nunca me fui. Si me permite el atrevimiento… ¿No se siente un poco anonadado ante el más que probable desenlace de esta calamidad?
Edipo: Mi ano se encuentra perfecto, Corifeo. ¿Pero qué insinúas exactamente?
Corifeo: Verá, no pude evitar advertir que su historia y la de su majestad la reina se parecen demasiado. De lejos pareciera que usted fue el autor del crimen de Layo.
Edipo: Eso es absurdo. De haber sido yo, lo sabría. Por algo mande convocar al testigo; para que identifique al responsable.
Corifeo: Es que precisamente, mi rey, si el testigo lo señalase a usted como el autor del crimen…
Edipo: Tranquilo, Corifeo. Tus dudas son infundadas. Ten fe y verás cómo todo se resuelve de la mejor manera. Es una orden.
Corifeo: Sí señor.
Edipo: Además, los oráculos dicen cualquier cosa. Mi padre sigue reinando en Corinto, mi madre no se ha casado conmigo, Layo fue muerto por bandidos y no por su hijo, siendo que fue asesinado de bebé. La mera idea de hijos desposando a sus madres es ridícula. ¿Te imaginas las aberraciones que podría engendrar tan nefasta unión?

(Entra arrastrándose un joven jorobado con toda clase de malformaciones en el cuerpo.)

Joven: ¡Cooo- Miiii- Daaaaa!
Edipo: ¡Mongo! ¡¿Cómo te escapaste de tu jaula?! ¡Vuelve ya mismo al palacio! Maldita sea con estos niños…

(Edipo corre al joven azotándolo hasta el palacio. Entran los dos.)

18 de marzo de 2009

Edipo Reimaginado, acto 1

La acción transcurre en Tebas, ante el palacio de Edipo. En el centro, un altar con varios escalones. Un grupo numeroso de tebanos, de todas las edades y clases sociales, se ha autoconvocado y llaman a coro a su rey.
Edipo sale del palacio, se detiene un momento en el umbral, contempla a la multitud y empieza a hablar.


Edipo: ¡Hijos míos, nuevos descendientes del antiguo Cadmo! ¿qué solicitáis de mí tan encarecidamente, con ramos de supli-
Pueblo: ¡Hí! ¡Jo! ¡Deputa! ¡Hí! ¡Jo! ¡Deputa!
Edipo: …cantes…? Nuestra ciudad está-
Pueblo: ¡Hí! ¡Jo! ¡Deputa! ¡Hí! ¡Jo! ¡Deputa!
Edipo: ¿Pero se puede saber qué carajo les pasa ahora?
Puntero sindical: Pasa que no tamo muriendo de hambre, no tamo. Teba se halla profundamente costernada por la degracias. Lo brote frutífero de la tierra se secan en lo campo; perecen lo rebaño quempacen en lo pastiza-
Edipo: Bueno bueno hijo digno de mi piedad, callate un poquito mi amor. Todos habéis venido movidos por deseos cuyo objeto me es conocido. Sé, en efecto, que todos sufrís y, aunque todos reunidos padecéis, ninguno tanto como yo.

(Pausa.)

Edipo: Ok, ahora vuelvan por donde vinieron y dejenme seguir durmiendo la siesta.
Pueblo: ¡Hí! ¡Jo! ¡Deputa!
Edipo: Se la agarran conmigo como si fuera el responsable de todos los males que azotan a este reino. Como si fuera un tirano cualquiera que usurpó el trono por la fuerza de un día para otro. Sepan esto ciudadanos: yo el trono no lo robe. Lo compré pagando hasta el último dracma. Y sepan también que he hecho por esta venerable nación más que cualquier otro que estuvo antes en mi lugar. ¿No fui yo, acaso, quien salvó a la ciudad de la perniciosa Esfinge?
Ciudadano tebano: En realidad no era tan malo el bicho. No le hacía daño a nadie. Aparecía de vez en cuando a hacer acertijos nomás.
Edipo: Si, aparecía, a las cuatro de la mañana, saltando de techo en techo, haciendo acertijos a los gritos. El punto de la cuestión es, ciudadanos, que sus reclamos son infundados; producto de miedos y especulaciones. En Tebas no hay tal cosa como una crisis. Lo que hay es una sensación de crisis.

(En ese momento, a un costado, una napa de gas subterráneo se abre violentamente en la tierra, rociando a los tebanos y al farol de aceite que se hallaban sobre ella, produciendo consecuentemente una explosión de fuego, tierra y vísceras que salpica a gran parte de los concurrentes.)

Edipo: Uhm… Un médico a la derecha… ¡Hey, miren, allí viene Creonte! ¡Y en qué buena hora! Llega de Delfos, donde le envié hace días a buscar la palabra de Apolo, y en ella, quizás, una posible solución a nuestros pesares. Príncipe aliado mío, hijo de Menelao, ¿qué respuesta del Dios vienes a traernos?

(Llega Creonte.)

Creonte: ¿Lo qué? Yo fui a comprar fasos nomás.
Edipo:
Creonte: Nah, joda. Bien, bien, todo bien dentro de todo. Empezó medio mal, anunciando noticias trágicas y llenas de dolor sobre crímenes de sangre… Bastante turbio; así que le ofrecí un extra de oro y el tipo empezó a endulzarme el oído, como quién dice. Un oráculo beneficioso, pongámosle.
Edipo: ¿Pero cual es la respuesta a fin de cuentas?
Creonte: ¿Aquí? ¿Delante de toda la plebe?
Edipo: Mandale nomás.
Creonte: Voy, pues, a repetir lo que oí de boca del dios. El rey apolo nos ordena expresamente lavar una mancha que ha nutrido este país y no dejarla crecer hasta que no tenga remedio,
Edipo: ¡El peronismo!
Creonte: Ermh, no. Se refería a un crimen, un homicidio. Hay que encontrar al culpable y desterrarlo o ajusticiarlo.
Edipo: ¿A qué crimen se refiere este muchacho Ares?
Creonte: Apolo. Y se refiere a la muerte de Layo.
Edipo: El rey que gobernaba Tebas antes de mi llegada.
Creonte: Fetivamente. El dios asegura que los asesinos están en el país. Lo que se busca, se encuentra.
Edipo: (reflexionando un instante) ¿Y dónde, exactamente, tuvo efecto el crimen que le costó la vida a Layo?
Creonte: Salió del país, para ir a consultar al oráculo, y no volvió al seno del hogar desde que él partió.
Edipo: Seguramente no iría solo. ¿Habrá algún testigo? Alguien de su séquito que haya estado presente en el momento de su muerte y pueda serle útil a nuestra investigación.
Creonte: Todos murieron excepto uno solo a quien el miedo hizo huir. El tipo declaradó que Layo había sido sorprendido por bandidos y asesinado.
Edipo: ¿Es eso todo lo que se sabe? ¿El rey simplemente fue asaltado y muerto por bandidos en su camino a Delfos? Se produjo un magnicidio y nadie, en años, se tomó la molestia de indagar un poquito en el asunto.
Creonte: Bueeeno, fueron días muy movidos. Justo coincidió con el tema ese de la Esfinge, que nos nos dejaba dormir. Después llegaste vos, la mataste, te proclamamos rey y listo, problema resuelto.
Edipo: O sea que les matan el rey y no se molestan en buscar responsables porque, total, después viene otro a cubrirlo. ¡Mierda chicos, la verdad que me hacen sentir más tranquilo!

(Pausa.)

Edipo: Pero bueh, ya fue. Vamos a resolverlo ahora. ¡Ciudadanos! Levantaos y regresad a vuestras casas sabiendo que a partir de hoy, Edipo, su rey, hará todo lo que esté en su poder para resolver el crimen del finado Layo, liberando así a Tebas de la maldición que la acecha. Pues creo en el oráculo. En este oráculo; no en el que recibí hace años, que decía otras cosas que no vienen al caso. Confiemos plenamente en que, con la ayuda de dios, saldremos airosos a la vista de todos.
Puntero sindical: Lesto, es todo lo que necitaba saber. Vamo muchacho.

(Edipo, Creonte, el Puntero sindical y el Pueblo se retiran. Entra el Corifeo.)

Corifeo: Uhm, hola, soy el Corifeo. El representante del coro en la obra, digamos…Eeeh, y como tal, ehm, me corresponde a mí… anunciar que esta obra no dispondrá del mismo por cuestiones presupuestarias… En el marco de la obra, este sería el momento en el que el coro ruega a los dioses y pide su socorro… Pero no hay coro porque no hay plata, así que tengo que pedirles que usen la imaginación y hagan de cuenta que en este momento, en el escenario, hay un coro de quince ancianos tebanos elevando al cielo sus lamentos y plegarias… Se lo que piensan: ¿por qué no me sacaron a mí? Bueno, aunque no lo parezca, soy un personaje útil en la obra. Bah, no aporto nada en particular. Estoy para meter pies, más que nada. Para intercalar con alguna pregunta, alguna opinión, que les permita a los otros personajes decir algo relevante que de otra manera quedaría medio descolgado. Tipo, viene Edipo y tira un “este Creonte es un traidor que me está haciendo una cama”, y yo replico algo como “¿pero está seguro señor?”, y Edipo responde algo como “sí, porque me acuerdo de tal vez que blablabla”. No va a decir blablabla; estoy agilizando la idea nomás. Y tampoco va a decir eso en particular en ningún momento de la obra; solo estoy dándolo como ejemplo para que entiendan mi rol. Pero me estoy yendo por las ramas. Simplemente quería avisar que no va haber un coro entre actos. Lo cual es un problema, porque el coro venía fenómeno para darnos tiempo a los actores a que nos preparemos para la próxima escena. Pero bueno, careciendo de recursos para mantener un coro, nos vemos obligados a buscar alguna manera de fabricar ese mismo tiempo con algún recurso mucho más barato y menos elegante que- …Ahí vuelven los actores. ¡Atentos que sigue la obra!

(Sale Edipo.)

Edipo: (dirigiéndose al Corifeo) Escuché sus ruegos y sus pedidos de socorro. He aquí, pues, lo que tengo que decir: aun no sabemos quién mató a Layo, pero sí sabemos que está en esta ciudad. Pudo haber sido cualquiera de nosotros. Bah, cualquiera menos yo, por supuesto; por algo estoy conduciendo esta investigación. Sería una enorme ironía investigar con tanto esmero un crimen del que sin saberlo soy autor…Pero aun si hubiera sido yo, les ruego, tebanos, que si saben algo se presenten y me lo digan. No importa quién haya sido. Si fue alguno de ustedes y se presenta por propia voluntad, le perdonaré. Todos tenemos malos días; los regicidios son cosas que pasan. A aquel que se confiese responsable no lo lastimaré de ninguna forma; solo lo expulsaré de Tebas, y no porque me moleste algo de él en particular sino porque el gran Apolo así lo sugiere.

(Pausa.)

Edipo: Ahora… Si llegase a conocer la identidad del culpable antes de que este se entregue, o si me enterase que alguno de vosotros, venerables tebanos, ha ocultado, cobijado o asistido de cualquier forma al culpable, esto es lo que haré: yo, personalmente yo, iré al bazar más cercano, compraré un jabón y una navaja de afeitar, despojaré de toda vellosidad sus partes traseras, lo aseguraré a un potro de madera con ruedas construido especialmente para la ocasión, y, yo personalmente, repito, los llevaré a pasear por la ciudad, desnudos, golpeando puerta por puerta, invitando a los ciudadanos a que salgan y sodomicen sin ningún reparo a los responsables de la plaga que por tanto tiempo azotó a esta noble tierra. Y luego de que hayan sido reconocidos por la totalidad de la población masculina tebana, los haré enviar hasta Corinto, donde, como príncipe autoexiliado de esa ciudad, he sugerido que se extienda vuestra sodomía de la misma forma que en Tebas. Espero haber sido claro. ¿Alguna duda? ¿No? Fin del comunicado entonces. ¡Corifeo!
Corifeo: ¡Yo no fui!
Edipo: Iba a preguntarte otra cosa.
Corifeo: ¿En q- qué p- puedo ayudarlo s- s- señor…?
Edipo: ¿Conoces a un tal Tiresias?
Corifeo: Si se refiere al anciano ciego vidente, lo conozco. Sus ojos están apagados, mas aun, es perspicaz como el mismo Febo.
Edipo: Así es. Por consejo de Creonte he mandando a buscarlo. Ya debe estar por llegar. Espero que él pueda verter un poco de luz sobre este misterio.
Corifeo: Aquí, en efecto, tus mensajeros traen al augusto adivino, el único entre los hombres en quien reside la verdad.

(Entra el anciano Tiresias, ciego venerable, guiado por un niño.)

Edipo: ¡Oh, Tiresias, cuya mente conoce todo, lo que se ha de divulgar y lo que se ha de callar, los signos del Cielo y los que ofrece la Tierra! Aunque seas ciego, ves sin embargo el azote que padece esta ciudad, solo tú, maestro, puedes socorrerla y salvarla. Tú, pues, Tiresias, sin ahorrarte los presagios que puedas obtener de tu ciencia augural, salva a la ciudad. Nuestra esperanza está puesta en ti.

(Pausa.)

Tiresias: Hm, ujmuh hmmjohm ohm nejem najaram.
Edipo: En qué lengua muerta hace ya centurias estarás invocando al ser divino, augusto anciano…
Corifeo: Uhm, señor.
Edipo: Silencio Corifeo. Deja hablar al anciano, que parece va a decir más.
Tiresias: Endereh serecashum naramo
Edipo: Sabias y antiguas palabras. Me inunda la humildad escuchando vuestra eminencia.
Corifeo: Mi rey, quizás deberías saber que el anciano Tiresias tiene un problema en el habla.
Edipo: ¿Qué dices?
Corifeo: Si se fija bien, notará que el venerable anciano está desprovisto de toda dentadura, con excepción de dos muelas, de manera tal que no puede enunciar palabra alguna.

(Pausa.)

Edipo: Ciego vidente… Ciego bi-dente. Me trajeron a un ciego con dos dientes… Dime Corifeo, ¿yo te caigo mal? ¿Te hecho algún daño en el pasado?
Corifeo: En lo absoluto, señor.
Edipo: ¡¿Entonces por qué demonios me haces ver como un completo imbécil?! ¡Es totalmente estúpido! ¡Por Zeus, ni siquiera es un gracioso u original! ¡Un ciego bi-dente! ¡¿En qué estaban pensando?! ¡Es ridículo!
Corifeo: (por lo bajo) Su majestad, el anciano lo está escuchando. Podría herirlo; a su edad se es muy susceptible.
Edipo: ¿Escuchándome dices? Pues no me extrañaría que también fuera sordo.
Corifeo: Se me ocurre algo. Permítame prestarle al anciano este papiro y esta pluma. Luego usted podrá interrogarlo y él responderá en forma escrita.
Edipo: Muy bien. Pero seamos breves, que mis humores ya se enturbiaron. Vidente, responde: ¿sabes tú quién es el asesino de Layo?

(Tiresias escribe unas palabras en el papiro y se lo cede al Corifeo, quien a su vez se lo entrega a Edipo.)

Edipo: Veamos pues. ¿Qué dice aquí? ¿“Novena Sinfonía”? ¿Qué significa esto?
Corifeo: Disculpe, del otro lado del papiro.
Edipo: Bah, toma, leeme tú.
Corifeo: Muy bien… Aquí dice que sabe quién fue el autor del crimen pero que no piensa revelarlo.
Edipo: Devuélveselo y que me responda esto: ¿sabes y quieres callar? ¿Piensas traicionarnos y dejar perecer la ciudad?
Corifeo: “Me echas en cara mi obstinación y no te das cuenta que es mayor la tuya. Los hechos llegarán por sí mismos, aunque yo los oculte con mi silencio.”
Edipo: ¿Pues sabes qué creo yo? Creo que fuiste tú el instigador del crimen, y que si tus ojos viesen, hubieras sido tú solo el que lo hubiera cometido.
Corifeo: “Andate a la puta que te parió.”
Edipo: Muy imprudente tienes que ser para soltar esas palabras. ¿Y crees que así podrás escapar de sus consecuencias?
Corifeo: “Escaparé de ellas, pues en mí llevo la verdad todopoderosa. Si tanto deseas tu respuesta, aquí la tienes: ese asesino que buscas eres tú. Vives, sin saberlo, en el más vergonzoso comercio con el mismo ser que te es más querido e ignoras la infamia en que vives.”
Edipo: Creonte sugirió que te traiga; él y tú están conspirando contra mí, ¿no es cierto…?
Corifeo: “Creonte no es causa de ningún mal para ti; tu mal viene unicamente de ti.”
Edipo: Pero claro, qué conveniente. ¡Envidia! Eso es lo que Creonte siente por mí. Tal es su envidia que aquel falso amigo con total descaro soborna a este viejo charlatán para que me mienta en la cara. Porque no eres más que eso, un fraude. Si tienes el don de la clarividencia, dime, ¿dónde estuviste cuando la Esfinge proponía sus enigmas? ¿Dónde de ti tu compasión por los ciudadanos a los que ni una palabra de ayuda brindaste? ¿No hubiera sido tu deber como adivino adivinar dichos acertijos? ¡No! Tuve que llegar yo, Edipo, el ignorante, y con la sola luz de mi ingenio y sin saber ciencia augural, tuve que reducir a la Esfinge al silencio, alcanzándola con una piedra en la cabeza en el momento en que formulaba su acertijo, cayendo esta del tejado en que se hallaba y estrellándose contra el pavimento. Ya ves, Tiresias, o mejor dicho, no ves, porque no tienes ojos para ver lo que es evidente para todos; y mucho menos los tienes para ver lo que solo a los dioses acomete. No eres más que un farsante.

(Pausa.)

Corifeo: “Por muy rey que seas, no soy tu esclavo; mi único dueño es Apolo. Y ya que me insultas con mi ceguera, he aquí lo que tengo para decirte: tú, que tienes los ojos abiertos a la luz, no ves la desgracia que se cierne sobre ti ni ves en qué lugar habitas ni con quienes convives. ¿Sabes de quién desciendes? Eres, sin saberlo, maldito en el Hades como en la Tierra. La maldición de un padre y una madre te acosa y te echará del país; y tú, que hoy ves claramente la luz, pronto no verás más que tinieblas. Nadie, entre los hombres, será tan maltratado por el Destino como tú…”
Edipo: Bah, de haber sabido que hablarías con lenguaje tan insensato, no me hubiera apresurado tanto en mandarte llamar…
Corifeo: “Insensato puedo parecer a tus ojos, pero los padres que te dieron el ser me hallaban razonable.”

(Tiresias busca la mano del niño que lo acompañó y hace ademán de irse.)

Edipo: ¿Qué padres? ¡Quédate ahí! ¿De quién he nacido yo?
Corifeo: “¿No eres tú hábil en resolver enigmas?”

(Sale Tiresias con el niño.)

Edipo: (después de un silencio, agachándose a levantar una piedra) No… pero soy el mejor arrojando piedras.

(Edipo se la pone en la nuca al niño, quién cae redondo al suelo. Este se levanta luego y prosigue su camino.)

Edipo: Bah, qué sabrá ese viejo…

(Edipo entra en el palacio.)