La noche roja de halógeno y neón. El suelo pegajoso de alcohol y humedad. Las manos temblorosas, el cuerpo entumecido. Los párpados superiores rosados, los inferiores mezcla de violeta y gris. El típico ardor de garganta y esófago. Los ruidos retumbantes de fondo.
El dolor entusiasta, la agonía eufórica. La salvación en una jeringa descartable.
El pulso resuelto, el acero mordiendo, el émbolo avanzando. Los ojos se cierran. La sonrisa dibujándose.
La gente pasando sin mirar, los carteles luminosos dejando estela, la lluvia que no termina de caer.
La envidia hacia un desconocido. El odio hacia una conocida. Los celos y la soledad empujando el dedo pulgar. El miedo y alguna memoria deteniendo ocasionalmente. La debilidad abriéndose paso.
El opioide penetrando en el torrente. El néctar rancio escurriéndose por las venas. Los tres minutos de rigor. La caricia química pellizcando las neuronas. El alivio artificial.
El cuerpo dejándose caer, la mente dejándose llevar. La luna abandonando su hueco entre las nubes.
La compasión perdida, la indulgencia inyectada. El presente alejándose, el futuro olvidado. El martirio del santo y la ingenuidad del niño. La vida y la muerte en una vulgar alquimia. La culpable ausente. El enamorado en el suelo, sonriendo triunfante.