23 de febrero de 2013

Crónicas de un Caótico-Neutral



Él no era ningún héroe. Era el Elegido. El hijo anónimo de un dios anónimo, traído al mundo y olvidado, criado en el monasterio, entrenado en la academia, instruido en las artes como en el vicio, prodigio de la espada y la palabra; la futura única esperanza de un trozo de tierra que ya había perdido hasta la desesperación.
Pero no era ningún héroe. Aun.
Era mediodía cuando Asdasdas llegó a la aldea de Floran. El sol se reflejaba en los campos de trigo como sobre un mar de cobre. El aire polvoriento que respiraba arrasaba su garganta árida tras once días sin beber. No parecía importarle. Como tampoco le había importado atravesar el bosque y la llanura sólo, descalzo y sin armadura, equipado solo con un escudo de cuero y una daga oxidada. No llevaba un arco pero en su carcaj había tres flechas. Esto, junto a las cinco monedas de oro y un anillo de plata otrora pertenecientes a su antiguo compañero de cuarto, componía la totalidad de su patrimonio en el planeta.
Pero esto no le preocupaba, así como tampoco le preocupaban la misteriosa desaparición de su viejo mentor, su destierro del pueblo que lo vio crecer o la profecía que aquella gitana intentó transmitirle mientras se adentraba en tierras desconocidas. Él no necesitaba nada de eso. Su motivación debía ser mucho más grande.
Se acercó hacia el aljibe, punto neurálgico de la aldea. Un viejo granjero trabajado por la vida rústica estaba sentado en la circunferencia de piedra. Parecía llamar al muchacho con la mirada.
— Un forastero… —comenzó el granjero cuando el joven lo inquirió—. No se ven muchos de esos por aquí. Nada que hacer en Floran, y menos ahora. Has llegado en un mal momento.
— ¿Por qué dices eso, anciano? —preguntó Asdasdas.
— ¡Ah, los días de prosperidad han quedado en el pasado! Lo que hoy-
— Cuéntame la historia de tu pueblo —interrumpió el joven.
— Bueno, el primer recuerdo de mi infancia-
“Entonces cultivábamos todo tipo de vegetales. Mi madre se especializaba en las berenje-
“Hasta aquel nefasto día-
“La sequía nos-
“El druida jamás se volvió a ver, pero su maldición perdura hasta hoy.
— Adios —dijo Asdasdas.
Se alejó unos metros, luego volvió.
— Tú de vuelta, joven guerrero. ¿Cómo han ido tus viajes? —preguntó el granjero.
— Yo podría ayudar a deshacer la maldición —exclamó Asdasdas.
— ¡Ah, bendito seas, hijo de un dios! Para poner fin a nuestro tormento tienes que desandar los pasos del druida. Lo primero que deberás hacer es-
“En el sótano encontrarás la entrada a las-
“Pero no temas. El demonio es vulnerable a-
“Cuando tengas la poción, habla con Anna, mi mujer. La encontrarás en la taberna.
— El futuro de tu pueblo está en buenas manos —dijo Asdasdas.
Luego se acercó un poco más al anciano y le cortó la garganta con la daga. Inspeccionó el cadáver y encontró dos monedas de oro, tres flechas y una daga oxidada. Guardó el botín en su morral.
Siguió revisando la aldea y no tardó en dar con una vivienda precaría. Dos habitaciones construidas enteramente en madera, con unos pocos muebles de madera también. Dentro se encontraba un joven matrimonio de aldeanos; el marido de pie frente a la única ventana, la mujer de pie frente a un viejo ropero. El joven guerrero se acercó al hombre.
— Nuestro pueblo está maldito —exclamó el aldeano—. Ese testarudo de Mort no quiere escuchar razones. Debemos-
— Adiós —dijo Asdasdas.
Comenzó a abrir los cajones uno por uno y hurtar todo lo que en ellos encontraba. Ante esto el matrimonio permaneció inmutable. Por demás, no encontró cosas de gran valor: algunas piezas de oro, flechas, camisas y pantalones gastados y un viejo pergamino que contenía las instrucciones para lanzar el hechizo “invocar muerto viviente menor”.
Terminada la inspección, volvió con el dueño de casa.
Nuestro pueblo está maldito —aseveró—. Ese testarudo de Mort no quiere escuchar razones. Debemos irnos de este lugar lo antes posible.
— Adiós —dijo Asdasdas.
Caminó hacia la cocina. Extrajo de su morral el pergamino que acababa de robar. Lo leyó en un abrir y cerrar de ojos. Cuando quiso darse cuenta, el pergamino había desaparecido y se sentía capaz de recitar de memoria el hechizo “invocar muerto viviente menor”. Hizo un movimiento circular con los brazos y de sus manos brotó un denso humo púrpura. Se oyó un murmullo gutural y en el piso de la cocina se dibujó un pentáculo de luz brillante con runas arcanas en la circunferencia. Desde el círculo de luz emergió un esqueleto humano, en toda apariencia animado y beligerante.
El hombre y la mujer reaccionaron ante esta visión y acudieron inmediatamente a darle puñetazos al esqueleto, que no tardó en desvanecerse en una pila de cenizas. Acto seguido, fueron a atacar al joven guerrero. Éste decidió no corresponderles y optó por salir de la casa, eludiendo golpes de puño en el camino. Cerró la puerta a sus espaldas, esperó un segundo, dio media vuelta y volvió a entrar.
Allí estaba de nuevo el matrimonio; él de pie frente a la ventana, ella frente al ropero.
Asdasdas consideró oportuno sacarse los harapos que llevaba puestos —los cuales traía desde su injusto aprisionamiento y posterior destierro de su pueblo natal— y ponerse en su lugar una de las camisas y pantalones gastados que hacía instantes había hurtado. Inmediatamente se sintió más fuerte y resistente al dolor. Aprovechó que tenía el morral abierto y vertió todo su contenido al suelo. Retuvo solo el oro, creyendo que podría serle útil.
Se acercó hacia el dueño de casa.
— Nuestro pueblo está maldito —dijo el hombre—. Ese testarudo de Mort-
— Adiós —dijo Asdasdas.
Sin ningún tipo de reparo se posicionó a espaldas del dueño de casa e intentó hurtarle la bolsa que llevaba atada al cinturón. Falló. El hombre dio media vuelta y sin mediar palabra comenzó a atacarlo. La esposa emuló al marido y también acudió a golpear al guerrero.
Asdasdas desenvainó de nuevo su daga oxidada y la clavó en el corazón de la mujer. Al marido tuvo que apuñalarlo varias veces.
Al revisar los cuerpos halló tres flechas y un anillo de plata en la mujer, y tres flechas y un frasco de vidrio oscuro etiquetado “poción de restauración druídica: fuente de agua” en el hombre. Tomó el anillo, dejó la poción y las flechas y salió de la casa.
Caminó sin rumbo por varios minutos, revisando barriles y cajones destartalados a su paso. El sol seguía fuerte y no había mucho para hacer afuera, por lo que no tardó en visitar la taberna. Hacía once días que no comía ni bebía nada; pensó que bien podría invertir algunas monedas de oro en un buen almuerzo.
La taberna definitivamente parecía más grande por dentro que por fuera. Una mesa muy larga en la mitad del recinto daba asilo a unos ocho comensales, todos con la misma ropa de granjero cubierta de polvo y remiendos.
Paredes de madera decoradas con ruedas de carreta y varias armas de metal herrumbroso. De una de las vigas del techo pendían lámparas de aceite, posiblemente grasientas al tacto y sucias de tierra y sebo.
Sobre el fondo se adivinaban unas pequeñas habitaciones que funcionarían como cocina, bodega y dormitorio para huéspedes. Más adelante estaba la barra, eterno lugar de vigilia de Anna, la dueña del establecimiento.
Asdasdas caminó hacia ella. Consideró la posibilidad de robarle, pero el gran número de parroquianos lo intimidaba. Volcados sobre la mesa, la mayoría se contentaba con dar sorbos a su bebida y lanzar comentarios esporádicos sobre la repentina sequía que asolaba al pueblo.
— Un forastero… No se ven muchos de esos por aquí… —dijo Anna—. No es el mejor momento para visitar Flo-
— He venido a ayudar —aclaró Asdasdas.
— Si estás buscando trabajo puedes dirigirte a mi esposo. Lo encontrarás en-
— No quiero tener nada que ver con este pueblo de sucios campesinos.
— Pues apúrate a terminar tus asuntos y lárgate de aquí entonces.
— Muéstreme qué tiene a la venta, por favor —pidió amablemente Asdasdas.
La cantinera le mostró el menú. Asdasdas extrajo de su morral las diecinueve piezas de oro que tenía y ordenó diecinueve botellas de vino. En cuestión de segundos bebió una botella del pico —lo cual lo hizo sentirse aun más resistente al dolor, pero a la vez un poco menos ágil. Guardó las otras dieciocho y procedió a retirarse en silencio.
Al salir sintió que el sol quemaba menos. La tierra seguía dorada y la brisa arrastraba aun partículas de polvo. Todo estaba bien en Floran.
Caminó sin rumbo por los campos de trigo, bebiendo otra botella del pico, con la repentina e íntima seguridad de saberse un poco más fuerte y un poco más sabio que a principio del día. Todo estaba bien en Floran.

13 de febrero de 2013

Hibari no Shitashi - Capítulo 2


El día está lindo. Hay sol. Los pájaros cantan. Quisiera tirarme por la ventana y terminar con todo de una vez. Aunque andá a saber después dónde aparezco…
Pero que no decaiga, che. Pensá en positivo. Si estás donde creés estar, inevitablemente vas a terminar enganchado con alguna supermodelo. ¿No es lo que siempre quisiste? No importa lo que hagas o lo que digas, de una forma u otra vas a salir ganando.
Seh… Habría que ver qué entendemos por “salir ganando”. Decantar ante una supermodelo al azar, mantener todo tipo de relaciones sexuales promiscuas con ella y terminar reconociéndola como la mujer de mi vida al final del año escolar. Se casaron, tuvieron hijos, vivieron felices para siempre. The end.
Si está predestinado, ¿dónde queda la posibilidad de elegir? Mas aun: ¿dónde queda la libertad de experimentar, de equivocarse, de aprender? Todo desaparece ante la certeza de un orden preestablecido. Y uno se ve a sí mismo recompensado por el destino sin haber hecho ningún mérito para demandar premio alguno. Ah, ¿sos un adolescente recluido de sexualidad aberrante y sin metas en la vida? ¡Tomá una supermodelo!
Es un poco deprimente si lo pensás…


Setsuma:
“¡Kadogawa! ¿Otra vez está distraído en clase?”

No pienses, entonces. Nadie te pide que pienses

Setsuma:
“¡Kadogawa!”

¿Por qué grita tanto esta mina? ¿Y quién carajo es Kadogawa?
Levanto la mirada del pupitre. Veo a la profesora Setsuma Miyazaki de pie frente a mi banco, sus ojos furiosos clavados en mí. Una furia aguamarina, una furia recta, justa, prismática. Una furia contenida y reprimida bajo la base de su maquillaje, bajo generaciones de emociones reprimidas a lo largo de una vida corta. Y qué tetas que tiene.

Shitaro:
“¿Me habla a mí?”
Setsuma:
“¿Hay algún otro Shitaro Kadogawa?”
Shitaro:
“En lo que a mí respecta, podría haber cincuenta solo en este salón.”

Mis compañeros de curso (todos varones) comienzan a vociferar en mi contra. Sincronizados por una especie de mente-colmena, me manifiestan su odio de la forma más certera posible

Shitaro:
“¡Pero si es verdad! ¡Son todos personajes de relleno! Todos el mismo corte de pelo, todos la misma paleta de colores. Siempre mirando al suelo, con esos ojos muertos y esas caras de nada. Y solamente hablan para conspirar en mi contra. ¡No crean que no los escucho!”
Setsuma:
“¡Kadogawa! ¡Suficiente! Esperarás fuera del salón hasta que termine la clase. Y cuando todos se vayan, quiero tener una charla contigo.”

En silencio levanto mis cosas y emprendo la retirada. Me detengo en el umbral de la puerta, doy media vuelta y haciendo un paneo general de la concurrencia me quedo con la última palabra.

Shitaro:
“Encima todos de marinerito… Degenerados de mierda.”

Por ahí no fue la elección más inteligente. Mis compañeros clonados se levantan al unísono y me persiguen por toda la escuela hasta acorralarme en el baño de caballeros, donde proceden a darme una paliza perfectamente ordenada por tratarse de cuarenta y nueve personas. Ni uno solo se queda sin hacer su aporte. Se ve que venían organizándola hacía mucho.
Recupero la conciencia. Ya es la hora. Me acicalo un poco y vuelvo al salón de clase. La profesora Setsuma me está esperando.

Setsuma:
“Kadogawa-kun… ¿Puedo llamarte Shitaro?”
Shitaro:
“Puede llamarme Shit.”
Setsuma:
“¿Estás bien? ¿Te han lastimado?”
Shitaro:
“No. Apenas estoy dolorido. Tengo que reconocer que en este lugar son muy eficientes a la hora de administrar violencia.”
Setsuma:
“Por algo somos la mejor escuela de todo Shibuya.”
Shitaro:
“Ya lo veo. Cuando me azotaron las plantas de los pies con periódicos enrollados; esos detalles hacen la diferencia.”

El rostro de la profesora Setsuma refleja preocupación y tristeza.

Setsuma:
“¿Qué te está pasando, Shitaro? ¿Quieres contarme?”
Shitaro:
“Así, a grosso modo: me siento como dos personas viviendo una misma única vida. Una parte de mi interpreta esa vida como natural y consecuente y por lo tanto la acepta. La otra parte la rechaza, considerándola ridícula, perversa e indulgente. Y en el medio de esa disonancia cognitiva de la hostia, padezco una ansiedad constante debida a la insatisfacción crónica de mis apetitos esenciales y mi inhabilidad para conectarme con mi entorno.”
Setsuma:
“. . .”
Shitaro:
“Necesito coger, profesora.”
Setsuma:
“¡Shi- Shitaro!”

No advierto los colores de su rostro migrando de blanco a rojo. Prosigo.

Shitaro:
“Eso es lo que me tiene a mal traer. Y todas las candidatas a recibir una inspección sanitaria son supermodelos adolescentes vírgenes que no quieren saber nada conmigo. Pero usted… Usted me entiende. Es una adulta responsable… ¿Podría… quizás… darme una manito?”

¡PAF!

Yo también se la dejo picando…

10 de febrero de 2013

Cocina Moderna




¡Eterna vida a Protector! ¡Eterna prosperidad a República!

Camarada Lector: si está leyendo boletín significa hemos sobrevivido Temporada de Nieve Blanca. Temporada de Nieve Negra se avecina. Recuerde apropiado mantenimiento de rifle y dieta alta en proteína.

NO DESTRUYA ESTE BOLETÍN.

Boletín de COCINA MODERNA ayuda con información útil para dieta alta en proteína. ¡Protector nos protege!

Este mes: receta de SARG. KRAVCHENKO ANDREI de Sector 6.

Caldo de carne con arroz y con durazno.

Ingredientes:
Fuego              :1
Agua               :1
Recipiente      :1
Arroz              :1
Carne              :2
Durazno          :media lata
Pólvora negra  :a gusto

Instrucciones:
Soldado raso Misha Orlov y yo haciendo rondas habituales en: Calle 23, Calle 24, Calle 27 de: Sector 6. Cuando oímos ruido en almacén de Calle 23. Entramos a almacén. Encontramos: niños (2), cadáver de Oscuro (1), caja de arroz (1), latas vacías (2), lata de duraznos a medio ingerir (1), residuos de tungsteno (29).
Seguimos protocolo: abrimos fuego sobre niños. Niño 1: muerto. Niño 2: logró herir gravemente a Misha y escapó por ventana. Misha pierde mucha sangre de cuello y pierna. Detenemos sangrado y decapitamos cadáver de Oscuro antes de reanimarse. Celebramos victoria (¡Eterna vida a Protector!). Cocinamos comida.

  1. Hacer fuego pequeño. No revelar posición a enemigo.
  2. Usar casco de combate como recipiente. Llenar con agua y poner sobre fuego pequeño.
  3. Poner arroz de caja en casco.
  4. Cortar dos carne de niño y poner en casco.
  5. Revolver hasta hervir.
  6. Servir en latas vacías.
  7. Agregar duraznos a latas. Más proteína y decoración.
  8. Condimentar con pólvora negra para mejorar sabor.
  9. Comer.
  10. Agradecer a Protector: ¡Eterna vida a Protector! ¡Eterna prosperidad a República!
 
Gracias a SARG. KRAVCHENKO ANDREI por información útil para supervivencia.
Gracias a S.R. ORLOV MISHA por dar vida por República.
Despedimos a lector hasta próximo mes. RECUERDE: apropiado mantenimiento de rifle y dieta alta en proteína. También: NO DORMIR EN SOMBRA.
¡Eterna vida a Protector! ¡Eterna prosperidad a República!

7 de febrero de 2013

Hibari no Shitashi - Capítulo 1


Amanece en Shibuya. No quiero levantarme.
RING – RING!!
El despertador suena. Me ordena que salga de la cama. No quiero hacerlo. Quiero quedarme bajo las sábanas y olvidarme que estoy en Shibuya.
RING – RING!!
Se presenta el siguiente dilema: si ignoro el despertador y permanezco en la cama, quizás –QUIZÁS- pueda volver a dormirme y escapar por un rato de la insoportable parodia de realidad que me atormenta incesantemente día, tras día, tras espantoso, horrible día.
RING – RING!!
Por otro lado, si no me levanto ahora mismo, me expongo a que me ocurra lo que acontece. Cada. Puta. Mañana.


Hitori:
“¡Sal de la cama, perezoso!”

Una garra infernal arrebata, de un solo zarpazo, acolchado, frazada y sábana, dejándome expuesto en toda mi fragilidad matutina.

Hitori:
“¡Levántate de una vez, o llegarás tarde a la escuela!”

Mi vecina, Hitori. Dieciocho años. Metro setenta, piel blanca, ojos verdes, pelo también verde, tetas como sandías, cintura inexistente, culo para alimentar familia de cuatro. Es un reloj de arena humano. Y naturalmente, es virgen.

Shitaro:
“No quiero ir a la escuela… Quiero quedarme en casa. Me siento mal.”

Ah, sí. Aparentemente me llamo Shitaro.

Hitori:
“Todas las mañanas haces lo mismo. Por Dios, Shitaro, es el último año de secundaria. Deberías aprovecharlo al máximo. ¿Qué es lo que te sucede ahora?”

Podría responderle que yo ya fui a la secundaria, cuando era adolescente; que mis compañeras eran físicamente más parecidas a mí que a las supermodelos que hay ahora; que de donde vengo, a alguien que entra a tu casa a despertarte a los gritos, lo recibís con un balazo en el parietal. Pero en vez de eso, le confieso la más simple y evidente verdad.

Shitaro:
“Estoy MUY caliente.”

Y señalo la descomunal erección que hace fuerza por emerger del pijama. Pienso en esa escena de Alien.
Hitori, sacudida en su más íntima fibra moral, se limita a emitir un chillido comparable al de un quiróptero, con la peculiaridad de que pudo ser oído en tres barrios a la redonda.

Hitori:
“¡PERVERTIDO!”

¡PAF!
Sus falanges contra mi mejilla, a toda velocidad.
Hitori sale como disparada de mi habitación hacia la cocina. Decido dejar de interactuar  con ella por un rato. Es lo más sano.
Me levanto y comienzo a vestirme.
Paso por la cocina y veo que Hitori ya no está. Debe estarme esperando en la puerta de casa.
Hitori. Qué mina más rara.
Su padre es el dueño del complejo de departamentos donde vivo. Su familia y la mía son amigas desde siempre. Hitori y yo siempre fuimos como hermanos. Crecimos juntos. Hasta que mis padres tuvieron que mudarse a una ciudad vecina, por trabajo. Tenía doce años entonces.
Como lloramos aquel día. Hitori…
¿Por qué estoy diciendo todo esto, si jamás sucedió? Ni siquiera me llamo Shitaro. Nunca viví en Shibuya; no sé ni cómo es ese lugar… ¿Y ahora la escuela? No es como yo la recuerdo… Estos uniformes escolares… Marineritos. ¡Pff!
Salgo a la calle. Allí está Hitori, esperándome.

Hitori:
“Por fin sales, pervertido. ¿Qué modales son los tuyos? Deberías tratarme mejor.”
Shitaro:
“No me rompas las bolas, ¿querés? Estoy en plena crisis existencial. Bastante que me puse este traje de marinerito pelotudo.”
Hitori:
“Camina más rápido o perderemos el autobús. Si llego tarde por tu culpa, ¡te mataré!”
Shitaro:
“No puedo ir más rápido. ¿Sabés por qué? ¡Porque me pesan las bolas! Sí, literalmente tengo pesadas las pelotas de tanta calentura que vengo acumulando. ¡Te quiero ver a vos en mi lugar!”

Hitori me mira. Hay dolor en sus ojos.

Hitori:
“. . .”

Seguimos caminando en silencio. No tardo en romperlo.

Shitaro:
“Ok, perdón. Yo sé que no es tu culpa… Vos vivís en tu mundo, igual que todos. Soy yo el que vive en otro planeta… Voy a tratar de no agarrármela con vos, en la medida de lo posible.”
Hitori:
“Gracias…”

Es increíble cómo las circunstancias hacen al hombre. En otra época jamás me hubiera mostrado tan agresivo y vulgar. Mucho menos con mujeres. Y menos que menos, con mujeres que estuvieran tan ridículamente buenas. La frustración está definiéndome como nunca pensé que lo haría.
Y pensar que creí que esto sería divertido…
Acá el problema es que no logro hacerme entender; de ahí la frustración. Yo les hablo y ellas escuchan. Pero no entienden. Les pido que no se paseen con esas minifaldas, que no me apoyen esas tetas enormes, que no se tropiecen conmigo de manera tal que inexplicablemente siempre queden con su culo sobre mi cara. En definitiva, que no me calienten. ¡Pero no entienden, y hacen todo al revés! Sacan turno para calentarme. Y por supuesto, son TODAS vírgenes. Me calientan todas, pero entrega ninguna. Cuando las invitás amablemente a darse un revolcón, te miran como si les hablases en japonés. Y yo hace un año que estoy con los huevos como dos Fiat 600 de tanto no ponerla. ¡En cualquier momento voy a ir rodando a la escuela!…
Como si les hablases en japonés… A veces no hace falta el japonés para hablar en otro idioma.

Hitori:
“¿En qué piensas?”
Shitaro:
“En la imposibilidad de comunicarnos.”
Hitori:
“Mira, ahí va Kyoko. ¡Hey, Kyoko! ¡Espera!”

Por supuesto, tenía que aparecer Kyoko. Esencialmente, un clon de Hitori. Quizás un poco más baja, quizás un poco más tetona. Yo aprendí a distinguir a la gente por su color de pelo y ojos. En este caso: pelo corto rojizo, ojos tirando a naranja. Dios sabe qué hormonas raras le ponen al sushi de este lugar.

Kyoko:
“Hola Hitori. Hola Shitaro.”
Hitori:
“Hola Kyoko.”
Shitaro:
“¿Qué hacés, nena?”

Traición del inconciente: me acerco y le doy un beso en la mejilla. Ritual grotesco de regiones bárbaras. Ella abre los ojos como el dos de oro, se pone todavía más roja y grita.

Kyoko:
“¡KYAAAAAAAYY! ¡PERVERTIDO!”

¡PAF!
Cinco dedos tatuados sobre mi cara. Hitori, para no ser menos, hace la segunda voz y me empareja la otra mejilla.

¡PAF!

Onomatopeyas.
Avanzamos. Mis dos supermodelos despampanantes vestidas de marinerito caminan delante de mí, intercambiando información irrelevante de su vida escolar. No podría importarme menos. Aunque recientemente —y cada vez con más frecuencia— empecé a desarrollar una compulsión por narrar cada una de las minucias de mi vida cotidiana. Aún no logro entender porqué. Quizás finalmente me haya vuelto loco. Era cuestión de tiempo, supongo.

Kyoko:
“¡El autobús! ¡Rápido, antes de que se vaya!”
Hitori:
“¡Vamos, pervertido, mueve esas piernas!”

Corren. Sin entender bien porqué, las sigo al trote.
El autobús escolar. En mi época no existía eso. Ahora estoy subiendo a uno. Bien por mí. Bien por Shitaro.

Hitori:
“Nosotras vamos al asiento del fondo. Tú busca tu propio lugar, pervertido.”

Mis acompañantes desaparecen de un segundo a otro. Me veo sólo, de pie en un autobús escolar, mirando hacia el fondo, como quien se haya en un largo corredor de hotel, con puertas numeradas a izquierda y derecha, adelante y atrás, donde es bien sabido que cada puerta representa una diferente entrada al infierno y cada habitación alberga sin pudor un exuberante súcubo sintético cuyo único propósito en la existencia es el de estimular tu libido y despertar tu carne de la manera menos sutil posible.
Miro los asientos. Todos tienen un lugar vacío. Todos tienen una supermodelo de busto colosal y cabello fluorescente. Todas me esperan.
Cierro los ojos y respiro profundamente.

Shitaro:
“Hoy viajo parado.”

5 de febrero de 2013

Relodeando

Les dije que iba a comprar puchos y volvía. No me creyeron, hombres de poca fe.

Estoy aquí -junto a un equipo de expertos en las más diversas áreas del conocimiento humano- intentando reinyectarle vida a este nunca bien ponderado blog. Tras años de abandono, tan solo loguear me dio trabajo. Tuve que hackear la matrix (se sigue usando esa metáfora, ¿no?) para poder recuperar mi propio password.
Ahh hijo de mis dedos, carne de mi mente; engendro amorfo de tez blanca e interface siempre variable: ¿podrás algún día perdonar mi ausencia?
Deberías, desagradecido, porque así como te di vida, ¡puedo darte muerte!
Bah, sabés que no puedo borrarte. Cosita hermosa. Voy a tratar de desempolvarte un poco, darte una manito de pintura quizás, hacer algunos ajustes y enchularte la máquina (se sigue usando esa metáfora, ¿no?) para que quedés lindo y acorde a los usos y necesidades de los consumidores 3.0.
Poets & Madmen 3.0: y que sea lo que Dios quiera.